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Feijóo, el aprendiz de estadista (III): el examen de Europa

El líder del PP asume discursos políticos que van contra el pensamiento mayoritario de la derecha europea

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análisis

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Isabel Díaz Ayuso se ha abrazado al manual Trump como al catecismo cuando era niña, haciendo suya una ideología ácrata y antisistema de ultraderecha basada en un concepto malentendido de la libertad (que cada cual haga lo que le dé la gana y sálvese quien pueda), en una sumisión total a los mercados regidos por el liberalismo o capitalismo salvaje sin control y en una rebeldía indómita contra cualquier cosa que huela a intervencionismo estatal. A Ayuso le sobra todo lo público y el día menos pensado privatiza la Sanidad y la vende a un fondo buitre, instaurando el modelo yanqui en el que un ciudadano tiene que empeñar su casa para operarse de unas cataratas. Desde ese punto de vista, la lideresa es una personalidad anarcoide de derechas que tiende al desorden (como la ley de la entropía) y al desmantelamiento de la sociedad como estructura humana protectora para imponer la ley del más fuerte, del más poderoso, del que más tiene. La ley de la jungla, en fin.

Feijóo trata de aparentar que no le gusta ese pensamiento descerebrado, antihumanista, casi darwinista en el que el pez grande siempre se come al chico, donde se consagra la diferencia entre clases sociales como un mal inevitable con el que es preciso convivir (el barrio residencial frente al gueto) y donde en resumidas cuentas es la mano invisible del dios Dinero quien manda, dirige y regula la vida de las gentes. Pero la ambición siempre entierra a la honradez y de alguna manera el líder del PP sabe que si quiere llegar algún día a la Moncloa ha de pasar por el aro de fuego de Trump y sus discípulos repartidos por todo el mundo. Esa sería la única explicación al misterio de por qué un día Feijóo parece el doctor Jekyll y al siguiente Mister Hyde. Esa metamorfosis constante (no saber si uno es de extrema derecha o de extremo centro) explicaría por qué está contra las medidas de ahorro y un minuto después presenta su propio plan de urgencia; por qué es capaz de reírse del cambio climático y de exigir una reconversión industrial verde; por qué reclama una bajada de impuestos cuando en Galicia siempre los subió. Y es que cuando el ayusismo (la versión Trump a la española) infecta la mente de un político ya no se lo puede sacar del cuerpo.

Por tanto, Feijóo tiene un serio problema y no se llama Pedro Sánchez sino Isabel Díaz Ayuso. ¿Qué hacemos con ella si el PP sigue en ese imparable proceso de voxización ultra?, estará pensando a esta misma hora Feijóo a la vista de que el mito, el icono pop, la estrella del rock, sigue viniéndose arriba y cada día gana en gancho y tirón entre el electorado de derechas. El líder de la oposición, aunque comulga con la ideología neoliberal ayusista –sagrado derecho de propiedad, deificación del mercado, privatización de los servicios públicos y mínimo intervencionismo estatal– no practica el anarcocapitalismo salvaje que propugna la presidenta de los madriles. El gallego se ve a sí mismo como un hombre de orden poco amigo de la política descerebrada, macarra y gore de su compañera de partido. Por utilizar un símil musical, Feijóo sigue una partitura política clásica, mozartiana, ortodoxa, mientras que Ayuso toca como los Sex Pistols, desafinando, aporreando la guitarra y soltando vómitos de odio contra el sistema sanchista bolivariano. Feijóo está hecho para la ópera y los escenarios más exquisitos y elitistas; la lideresa castiza toca en las tabernas grasientas, de ahí que ella misma asuma su papel de tabernaria y barraquera. Tienen públicos distintos, hablan para votantes diferentes, son personajes creados para proyectos políticos divergentes. Uno pretende engatusar al socialista desencantado; la otra quiere recuperar al pepero rebotado, que terminó en Vox, seduciéndolo con propuestas delirantes al más puro estilo Trump como querer recluir el Orgullo Gay en el gueto de la Casa de Campo o las becas para ricos. Ninguna de esas disparatadas ocurrencias propias de la política gamberra ayusista ha gustado a Feijóo. Y sin embargo, ella le marca la agenda todo el rato. La presidenta de Madrid no solo le contraprograma el discurso, dejándolo en evidencia, sino que impone el suyo propio sin complejos. Si el presidente del PP dice que es preciso sacar la política española del “enfrentamiento y de la hipérbole permanente”, ella echa más leña al fuego de la crispación. Cada vez que Feijóo va a dar un paso en su estrategia de oposición tiene que pensar primero por dónde le va a salir la díscola aristócrata de la Meseta que no respeta a nada ni a nadie, ni al Gobierno de España, ni a la Ejecutiva Nacional, ni a su jefe, ni siquiera al imperio de la ley, que ni le importa ni le preocupa porque ella es trumpista y los trumpistas no obedecen las reglas del juego democrático. La papisa de Chamberí ya no se comporta solo como un verso suelto, sino que es un voluminoso poemario rupturista contra todo tipo de autoridad, norma o regla establecida. No reconoce ningún otro poder por encima de ella misma, ni siquiera Feijóo, y se mueve con ese tumbao que tienen las chulapas de las zarzuelas al caminar, o sea manos en los bolsillos, parpusa calada, clavel en el ojal y siempre mirando por encima del hombro a todo aquel que pasa por su lado. Ayuso ya piensa a lo grande, viéndose a sí misma como futura presidenta de la nación.

No obstante, esa ambigüedad calculada de Feijóo (jugar a dos barajas, la radical y la moderada) puede perjudicar al PP. Antes del verano, el Partido Popular iba como un tiro en los sondeos, le sacaba cinco puntos al PSOE y el candidato gallego se veía ya en Moncloa. Pero terminó el curso político, sus señorías se fueron de vacaciones y el líder conservador quedó solo ante el peligro (sin la red y el respaldo de sus asesores) improvisando ocurrencias, desvaríos y declaraciones extrañas que no le han venido nada bien a la salud demoscópica del partido. Este verano se ha visto el auténtico rostro y el empaque político de Alberto Núñez Feijóo, un hombre que tiene planta y percha de gran estadista pero que a la hora de la verdad, cuando debe demostrar sus conocimientos sobre las diferentes materias económicas y la agenda urgente del país, desbarra, tropieza, se equivoca y mete la pata con algún error o dislate. Cuando sus consejeros se van de vacaciones y lo dejan en bermudas y en mangas de camisa en su pazo gallego, a solas frente a su destino, se le transparentan las carencias y suelta mensajes erráticos y paradójicos. Así, es capaz de estar en contra y a favor de los cheques sociales, de exigir a Sánchez que aparque el coche oficial para ahorrar combustible pese a que él mismo viaja en uno y de rechazar la “excepción ibérica” del gas para España aceptándola para los demás países de la UE. Cuando se posicionó en esta última cuestión, todo el mundo en este país sabía que Bruselas ya le había dado a Sánchez el visto bueno a su plan de ahorro. Todo el mundo menos él, que por lo visto no se había enterado. Y así todo.

Feijóo, más allá de los Pirineos

Mientras todo esto ocurre, el Partido Popular europeo pone la lupa en el dirigente conservador español para certificar si es un moderado o un ultra encubierto. Y en este punto, la política energética y el impuesto a las eléctricas han dejado en evidencia al jefe de la oposición española. La UE ha terminado por entender que en un contexto de crisis y guerra en Ucrania resulta poco menos que obsceno que las compañías energéticas se estén llenando los bolsillos con tarifas desorbitadas mientras a la población se le exige sacrificios, austeridad, ahorro. Los beneficios caídos del cielo son en realidad un formidable eufemismo para no llamar a las cosas por su nombre, para no decir claramente que las multinacionales se están forrando a nuestra costa. Hasta Bruselas, la ultraliberal Bruselas, ha entendido por fin que esta situación, injusta y sangrante en democracia, no puede continuar por más tiempo y ha decidido pasar a la acción, intervenir y poner coto a los desmanes del mercado eléctrico.

La presidenta de la Comisión Europea, la nada sospechosa de comunista Ursula Von der Leyen, habla sin pudor de “contribución solidaria” de las grandes multinacionales, que traducido al román paladino quiere decir que las compañías del sector, les guste o no, van a tener que colaborar con una tasa del 33 por ciento de sus beneficios extraordinarios. La estrategia de los partidos clásicos conservadores de la Europa civilizada parece clara y sin fisuras en este asunto. Hay que intervenir sí o sí. Sin embargo, el PP español sigue siendo la excepción europea e insiste una y otra vez en el doble discurso. Mientras los líderes de la UE trazan planes estatales para contener el butroneo de las corporaciones eléctricas, Feijóo vota en contra de la propuesta de ley del Gobierno que permitirá aprobar una medida idéntica a la que se debate en Europa. Y no solo eso. Una vez que al líder del PP le informaron de que la postura del Partido Popular español iba a contracorriente, al revés del signo de los tiempos y de las políticas comunitarias, en Génova tuvieron que cambiar de estrategia deprisa y corriendo, haciendo juegos malabares para no caer en otra sonrojante contradicción. “El impuesto del Gobierno de España y la tasa de la UE son absolutamente distintas”, aseguró finalmente Feijóo tratando de explicar sus paradojas. Para el dirigente popular, una cosa es que el Ejecutivo comunitario proponga gravar “beneficios extraordinarios” y otra muy distinta que el Gobierno de Pedro Sánchez pretenda meterle mano a la facturación de las compañías energéticas. “Es una diferencia sustancial entre lo que propone Europa y el Gobierno de España”, dijo metiéndose otra vez en un jardín. En realidad, la sutil diferencia solo la ve él. Da lo mismo que el recorte o impuestazo se cobre sobre los beneficios extraordinarios o sobre la facturación general de la empresa. Al final, la compañía tendrá que arrimar el hombro y resignarse a perder unos cuantos cientos de millones que volarán a las arcas del Estado.

Lo que subyace detrás de esta absurda polémica es que seguimos teniendo a un líder conservador incoherente que coquetea con el trumpismo y que nada tiene que ver con el conservadurismo cartesiano, racional y a la europea que se lleva más allá de los Pirineos. Al PP hace tiempo que dejamos de tomarlo en serio. Se han convertido en una máquina de fabricar enredos por intereses partidistas y un día se levantan defendiendo una estupidez supina y al siguiente organizando un montaje antológico para crispar, desestabilizar el país y arañar unos cuantos puntos en las encuestas. El bien de España les importa poco; del cambio climático se mofan a pata suelta; la factura energética ni la miran porque ellos son ricos y pueden pagarse eso y más (la mayoría se deja la luz encendida cuando salen a la calle para que el casoplón luzca bien bonito desde fuera y por fastidiar a Sánchez). Solo les interesa derribar el Gobierno, acabar con este rojerío que detestan, derrotar al socialismo y devolver el país a tiempos pretéritos, cuando gobernaban ellos sin oposición alguna y no existía ese hatajo de comunistas que va metiendo las narices en el dinero de caciques y oligarcas.

Hoy, los españoles empiezan a comprobar, empíricamente, que este hombre está más cerca del estilo grouchomarxista de Mariano Rajoy, célebre por sus famosas y disparatadas ocurrencias, que de un líder conservador serio, churchilliano y a la europea. Feijóo es pura inconsistencia ideológica y a fuerza de incoherencias, gazapos, lapsus y afirmaciones erráticas va camino de escribir su particular “Feijopedia”, una voluminosa enciclopedia del absurdo o el mundo al revés que promete superar a la que dejó como legado el propio Mariano. Entre su carencia de programa político para España (se limita a continuar con el casadismo obstruccionista de su antecesor ante todo lo que diga Gobierno) y que no domina las diferentes materias, queda patente que no es el estadista que necesita el país. Hasta Edmundo Bal, último náufrago de Ciudadanos, se permite afearle sus sonrojantes “meteduras de pata” y le recomienda “estudiar más”. Algún día quizá se convierta en un estadista de verdad. Hoy no pasa de mero aprendiz.

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