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Feijóo aprovecha sus reuniones con patronal y sindicatos para esconderse de Vox

El líder del PP no asiste a la investidura de Mañueco y concede una nueva victoria a la extrema derecha

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análisis

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Feijóo se ha metido en el papel de presidente del Gobierno y ejerce de facto como si ya estuviese en Moncloa. Ayer se reunió con patronal y sindicatos tratando de recuperar el tiempo perdido. Recuérdese que Pablo Casado no era muy dado a este tipo de actos y reuniones de Estado imprescindibles para vertebrar el país. Él era más de ponerse disfraces y susurrar a las vacas abandonadas de la España vaciada. Política espectáculo más que trabajo real; retórica vacía, crispación y humo trumpista más que medidas concretas por el bien del país. Eso era el casadismo made in Harvard Aravaca.

Feijóo viene de otra escuela muy distinta, más clásica, más institucional y propia del régimen bipartidista del 78. Él va apuntando en la vieja agenda que se ha llevado a Madrid todos y cada uno de los errores cometidos por su fallido antecesor en el cargo para tratar de corregirlos a la mayor urgencia, es decir, antes de las próximas elecciones. Sentarse a debatir con los agentes sociales era una asignatura fundamental que el PP tenía pendiente y el nuevo presidente gallego ha empezado a trabajarse esa materia que a Casado sencillamente no le interesaba, es más, le aburría soberanamente. Por la mañana, el nuevo dirigente popular se sentaba a charlar distendidamente con Garamendi, el patrón de patronos. Las relaciones entre la CEOE y el Partido Popular estaban seriamente deterioradas desde que al jefe de los empresarios se le ocurrió sugerir que indultar a los presos soberanistas catalanes le parecía una medida acertada del Gobierno para recuperar la estabilidad. Acto seguido Casado y sus mamporreros se le echaron encima para darle estopa como a un muñeco del teatro clásico de marionetas. “O no me expliqué bien o se me entendió mal, pero en ningún caso yo dije para nada que estaba apoyando los indultos”, reculó días después en una rueda de prensa en la que, sobrepasado por la tensión, rompió a llorar como un niño. Tal fue el nivel de presión que el dirigente de la patronal y su familia habían tenido que soportar en aquellos días que no olvidará jamás.

Desde entonces, la interlocución entre las gentes del dinero y el partido conservador (tradicionalmente dos caras de una misma moneda, uña y carne, madera y astilla) había sido mínima y máxima la desconfianza. Por si fuera poco, Pedro Sánchez (más bien Yolanda Díaz con mucho esfuerzo) logró arrancar un acuerdo histórico entre patronal y sindicatos que quedó plasmado en la reciente reforma laboral. El texto llovía sobre mojado, ya que a Casado nunca le gustó que Garamendi tragara con medidas abiertamente socialdemócratas como la subida del salario mínimo interprofesional o la aprobación de los ERTES en pandemia. El discurso buenista de Garamendi, partidario de arrimar el hombro para superar la crisis galopante que dejaba el covid, iba en contra en la estrategia política de Casado, que siempre presintió, en lo más profundo de su ser, que aquel patrón de la CEOE no era su hombre. El hoy depuesto líder del PP percibió aquella negociación a tres bandas (Gobierno/patronal/sindicatos) como una claudicación, cuando no una traición a los valores y principios de la derecha española, y trató de frenar el decreto de reforma laboral con un maquiavélico golpe en el Congreso de los Diputados en el que participaron dos diputados tránsfugas de Unión del Pueblo Navarro de infausto recuerdo. El lector ya sabe cómo terminó todo aquello, con el diputado popular Alberto Casero haciéndose un lío con el botón del sistema telemático de las Cortes y votando a favor de la reforma laboral cuando quería votar no. Fue un espectáculo bochornoso. El partido había tocado fondo, Casado volvió a quedar en evidencia y desde ese momento fue sentenciado por los poderes fácticos del PP y del Íbex 35.

Ayer, Feijóo volvió a acercarse a Garamendi para suturar aquellas viejas heridas que dejó el casadismo. Y lo hizo en la sede de Génova 13, el mejor escenario para representar con solemnidad la reconciliación oficial. Tras una hora de reunión, el presidente de los empresarios se sumó al discurso de la bajada de impuestos con el que Feijóo viene abrasando últimamente a los españoles. “Compartimos este criterio, pero llevamos diciéndolo hace cuatro años. No es un tema que venga hoy nadie a contárnoslo. Menos tipos significa más bases imponibles”, sentenció Garamendi, que apuesta por que el dinero “esté en la calle, en las personas y en las empresas” en lugar de en el Ministerio de Hacienda. El mensaje no deja de ser una falacia, ya que sin impuestos no hay sanidad pública, ni educación de calidad, ni transportes, ni servicios sociales, de modo que el Estado de bienestar queda recortado y desmantelado de hecho. La prueba determinante de que el plan económico de Feijóo es pura demagogia populista es que ningún gobierno del PP ha bajado jamás impuestos, algo que hasta el propio ministro Montoro llegó a reconocer en su momento.

Sin embargo, más allá de bulos tributarios y teatrales apretones de manos, la reunión de ayer le sirvió a Feijóo para algo tanto o más importante que hacer las paces con la aliada patronal: no viajar a Valladolid y quedarse en Madrid, escaqueándose así de la foto con Vox en la sesión de investidura de Mañueco en la Asamblea de Castilla y León, que abría la legislatura de la infamia (por primera vez en democracia la extrema derecha gobernará en coalición con el PP). En cuanto a la entrevista de la tarde con los líderes sindicales, Unai Sordo y Pepe Álvarez, fue más protocolaria que otra cosa (cualquier sindicato que acepte una bajada de impuestos está condenado a la extinción).

Mucho nos tememos que el líder gallego va a tener que inventarse muchas reuniones como las de ayer para no tener que verse las caras con Santi Abascal. Feijóo sanciona el pacto castellanoleonés con la ultraderecha, pero se esconde como un ratón de biblioteca y fiel dirigente de la derechita cobarde. Otra victoria más de Vox. Suma y sigue.

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