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Federalismo, cantonalismo y unidad de España

Francisco Javier López Martín
Francisco Javier López Martín
Licenciado en Geografía e Historia. Maestro en la enseñanza pública. Ha sido Secretario General de CCOO de Madrid entre 2000 y 2013 y Secretario de Formación de la Confederación de CCOO. Como escritor ha ganado más de 15 premios literarios y ha publicado el libro El Madrid del Primero de Mayo, el poemario La Tierra de los Nadie y recientemente Cuentos en la Tierra de los Nadie. Articulista habitual en diversos medios de comunicación.
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análisis

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Hace 40 años nos dotamos de un marco constitucional que ha funcionado razonablemente bien hasta que la famosa crisis ha roto las costuras del traje que nos habíamos confeccionado a medida, en la sastrería del 78. Cuando menos, parece que tendremos que volver a hacer unos arreglos para adaptarlo a nuestras nuevas medidas.

Es evidente que la Constitución del 78 no tenía que ver con mandamientos divinos que los legisladores bajaron del monte Sinaí. Eran un pacto posible, deseable, en ocasiones contradictorio y no pocas veces ambivalente e interpretable. No debería ser imposible darle una vuelta, porque los años no pasan en vano y las cosas, las personas, las circunstancias cambian.

-El sistema empieza a no funcionar, o a funcionar mal. Hay un descontento por cómo funciona el modelo territorial y pensamos que sólo podemos salir de la situación actual desde una perspectiva federal. Federar es unir, no dividir.

Nicolás Sartorius ha sido y sigue siendo una mente lúcida y sus argumentos aportan en cada intervención algo nuevo,

-Siempre que la democracia se ha abierto camino en España ha tendido a fórmulas federalizantes de organización del Estado, mientras que con las dictaduras se ha impuesto el centralismo más estrecho.

Ahora bien, para avanzar por ese camino será necesaria una capacidad de diálogo, negociación y acuerdo, una lealtad entre personas e instituciones, de las que nuestros líderes y partidos están dando muy pocas muestras, entregados como están al ejercicio de bailar al son de unos tiempos desnortados, cambiantes y convulsos. Incapaces de ejercer un liderazgo menos personalista y con más calado social.

Lo que nos llega del pasado no es muy alentador. Una Primera República Federal que se decantó rápidamente hacia el cantonalismo y el ¡Viva Cartagena! Sin olvidarse tampoco de guerras civiles peninsulares a las que llamaban carlistas y otras de despojos imperiales en Cuba.

Entre todos la mataron y el imaginario caballo de Pavía entró en el Congreso disfrazado de tropa de la Guardia Civil y expidió el certificado de defunción. Una Segunda República que intentó avanzar un Estado Federal que inauguró en Cataluña y Euskadi, anunció en Andalucía y Galicia y hasta llegó a plantear en Extremadura, antes justo de verse ahogada en sangre y pisoteada por las botas militares.

Los pueblos peninsulares somos extraños, excepcionales para unos y autodestructivos para todos. Ya lo tenía claro aquel historiador llamado Pompeyo, contemporáneo de Tito Livio,

-Los hispanos prefieren la guerra al descanso y si no tienen enemigo exterior lo buscan en casa.

Unos con Roma y otros con Cartago. Unos abriendo las puertas a las tropas musulmanas y otros a Carlomagno, unos a los franceses y otros a los ingleses, unos liberales y otros carlistas, unos nacionales y otros rojos. Pero sin demasiadas fidelidades de por medio, pocas, pero muy flexibles y abiertos al cambio de alianzas. Hoy domingo de Ramos, mañana te veo en el Gólgota. Para muestra el botón de aquellos catalanes del siglo XVII buscando ayuda de los centralistas borbones franceses contra los austrias de por aquí y, pocas décadas después, con los austrias de Austria contra los borbones.

En mitad de la confusión en torno a Cataluña, por cierto, me parece seria la reflexión y la propuesta de Joan Garcés,

-La solución es mucho más compleja que un referéndum entre independencia sí o independencia no. Creo que la solución pasa por reformas profundas dentro del Estado español, que incluyan también a Cataluña y por ofrecer esas reformas a los ciudadanos de Cataluña y del resto del Estado.

En fin, que el debate está abierto y sólo la izquierda puede torear este morlaco, por mucho que la fiesta nacional no sea lo nuestro. Lo queramos, o no, vivir unidos sólo es posible si reconocemos nuestras diferencias y aceptamos que podemos entendernos, pero en diversas lenguas, variadas culturas y hasta instituciones distintas. Vivimos una historia en común porque la casualidad y los avatares nos nacieron aquí. Como les ocurre a todos en este planeta.

Así las cosas, me admira, por ejemplo ese empeño en fomentar el bilingüismo castellano-inglés, o el catalán-inglés, mientras desconocemos y hasta despreciamos lo básico del euskera, el gallego, el catalán, en cada rincón de España. Lo cortés no quita lo valiente, pero clama al cielo esa desatención insensata del legado del poeta Gabriel Aresti,

-Sólo es español quien sabe las cuatro lenguas de España.

Ser federales, así de entrada, visto lo visto, me parece buena opción. Pero los mimbres con los que contamos para hacerla posible, no son de lo mejor que hay en el mercado. Bien aprendida tenía la lección aquel inglés llamado Wellington,

-España es el único lugar del mundo donde 2 y 2 no suman 4.

Hay que tomarlo en cuenta porque decir federalismo es plantear la unidad de lo diverso y plural y eso es sólo una declaración de intenciones. Un concepto en el que caben muchas realidades. Pluralidad de naciones dentro de un Estado, por ejemplo. Aunque también, si vamos a ello, pluralidad de naciones, cantones, dentro de cada uno de los Estados. Un Estado de Estados formados por Estados. Y siempre con el problema de hacer compatible la igualdad efectiva de los derechos, con la diversidad territorial.

Para empezar convendría ponerse de acuerdo sobre si vamos a Rolex, o a setas. Sobre todo para que, cuando nos dé por abrir el debate y nos sentemos a una mesa, no haya quienes, cada dos por tres, abran sesudas disquisiciones sobre la ruptura o la reforma, la monarquía o la república, la derecha o la izquierda, la unidad o la independencia, la consulta, el referéndum, la amnistía, o las nacionalidades que caben en la punta de un alfiler. Las buenas intenciones nunca bastan y, no pocas veces van empedrando el camino que lleva al infierno.

El tiempo no lo soluciona todo. Por eso todos estos problemas no deben desanimarnos. La izquierda debe dar los primeros pasos, con prudencia pero con determinación porque, como ya quedó dicho, nadie va a hacerlo por nosotros.

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