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Fascismo y extinción

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
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Acaba de levantarse y ya está “cabreado como un mono”. Remueve en café con rabia. Está cada vez más enfadado y malhumorado. Frente a él, en la pared lateral junto a la que está pegada la mesa de fornica adquirida allá por los años setenta por sus padres, y dónde Alfonso desayuna café con leche y galletas María, una locutora de televisión se hace eco de una noticia, que ni siquiera ha ocurrido, sobre una señora que se fue a la compra y al volver se había encontrado la casa ocupada. En un corro en el que hay varias señoritas de buen ver, y dos maromos que las acompañan, comentan la noticia falsa dándole veracidad. Cada uno de ellos cuenta otra parecida, a cada cual más inverosímil pero que Alfonso no sólo se cree, sino que además lo sufre provocándole ansiedad. Piensa que no hay derecho a que salgas de casa a un recado y que la ley no te proteja si cuando vuelves te encuentras a unos individuos con rastas y dos perros dentro de tu domicilio que te han tirado tus cosas por la ventana y a los que no puedes echar de tu propio hogar hasta que pasados unos años un juez dictamine el desahucio.

Mientras moja una galleta María en el café, rancia porque son de las que ha cogido su madre anteayer en el banco de alimentos del barrio, la tele de plasma pequeña, pegada a la pared sigue con sus miserias. La misma locutora acaba de decir que el Coletas ha recibido el jarabe democrático que tanto le gusta en Coslada. Después sale un tipo al que Alfonso reconoce y por el que cada día siente más simpatía, con un trozo de adoquín en la mano. Se queja de que se lo han arrojado mientras daba un mitin en un barrio de Madrid. Alfonso, que lleva en el paro desde hace seis años y que a sus cincuenta y tres, sabe que ya no va a volver a trabajar en su vida, nunca ha sido racista. Él tuvo un compañero en la fábrica de papel más negro que un tizón porque había nacido en Guinea Ecuatorial, cuando este territorio formaba parte de España, y nunca sintió aprensión, ni repelús por estar a su lado. Incluso han tomado alguna caña juntos. Pero ahora es distinto. Guzmán, el hispano guineano, había venido a trabajar, no como estos, que como bien dice el del adoquín en la mano, mientras llama basura a los vecinos del barrio madrileño, los negros vienen en patera a cobrar subsidios y a vivir del cuento. Y a quitarle el trabajo a él que es español y lleva parado más de un lustro. Se reafirma en esa idea porque en las obras de su barrio, todos los obreros son hispanos o marroquíes. Y aunque él jamás lo aceptaría, cuando les ve trabajar sábados y festivos y piensa que así son las cosas ahora. Insiste en el pensamiento del expolio del trabajo porque es lo fácil. Lo difícil sería hacer autocrítica y darse cuenta de que, si ellos tienen trabajo, es porque aceptan unas condiciones laborales tercermundistas. Cuando se quedó en paro, le ofrecieron algunos trabajos en los que había que hacer más horas de las declaradas. Pero no aceptó. Porque él es español y tiene derechos.

Deja la taza y la cucharilla en el fregadero. Ya se encargará su anciana madre con la que vive de fregarlo luego. Porque Alfonso es de los que opinan que los hombres no friegan. Ni siquiera cuando su madre, a la que le han diagnosticado alzheimer en primera fase, se le olvida el día en el que vive y se acuesta sin ni siquiera haber cenado o comido. Esos días, Alfonso come de bocadillo con lo que haya en la nevera, poca cosa porque la pensión de la madre y el subsidio para mayores de 52 años da para pagar la comunidad, la luz, el agua, la calefacción y poco más. Bueno el tabaco no le falta y el cubalibre de los sábados cuando juega el Madrid, tampoco. Pero comida compran la justa y la leche, las legumbres, las galletas y las latas de pescado las consiguen gratis en el centro social de la Asociación de Vecinos. Un banco de alimentos que gestionan esos a los que tanto asco tiene y que llama perroflautas.

Ahora, mientras fuma el cigarrillo de después del desayuno y la tele sigue envenenando en off desde la pared de la cocina, mira a la calle por el ventanal. Abajo, unos cuantos magrebíes charlan sentados en un banco del parque. A Alfonso le hierve la sangre. No trabajan pero todos llevan unas zapatillas Nike y unos chándales de Adidas. ¡Con lo caros que deben de ser! Piensa. El siguiente pensamiento en entrar es que como no trabajan, y visten caro, viven del tráfico de drogas. Y entonces vuelve a pensar que lleva razón el del adoquín, cuando dice que hay que echar a todos los extranjeros. Porque si no trabajan, ¿qué hacen aquí? ¿de qué viven? ¿A qué vienen? ¿A delinquir? Pues mejor que estén en su país. Porque él no trabaja porque no encuentra, pero los de abajo no lo hacen porque son unos vagos que les gusta vivir del cuento. Tampoco quiere darse cuenta de que él, hace ya al menos dos años que él ni siquiera mira en internet las ofertas de empleo. Y el paro lo ficha en el ordenador. Por no ir hasta la oficina, pagaría. Y si no fuera por el subsidio para mayores de 52, ni siquiera seguiría apuntado.

Suena el teléfono móvil. Le dicen que le llaman del CIS para una encuesta de intención de voto. Si tiene tres minutos. Dice que sí.

La primera pregunta es: “Ideológicamente, del 1 al 9 siendo 1 extrema izquierda y 9 extrema derecha, ¿dónde se situaría usted?

Alfonso responde sin dudarlo que en el tres.

*****

Fascismo y extinción

“Agua, Sr. Rango, agua.

Sin ella, no hay nada más que polvo y decadencia.

Pero con agua… hay vida.

Controla el agua y controlarás todo lo demás.”

Escena de la Película “Rango”

El aumento del fascismo siempre es una reacción social a la pobreza. En los años 30 del pasado siglo, con una Alemania sumida en la indigencia económica por los acuerdos para el fin de la Primera Guerra Mundial, agravados por el crac económico del 29, se produjo la reacción social que llevó a un charlatán vendehumos, Hitler, primero a ganar, en minoría, unas elecciones y después, una vez en el poder y tras la transmutación de la coyuntura, la manipulación informativa y ataques al sistema atribuidos a los comunistas (como el incendio del Reichstag, que le sirvió para que el Parlamento alemán aprobara la ley de persecución del comunismo), al poder absoluto y a la Segunda Guerra Mundial. No todos los alemanes eran nazis. Ni siquiera eran mayoría. Pero primero la presión de la prensa y más tarde el código Penal, convirtieron el apoyo en mayoría y al ególatra en el líder de una Alemania que también rezaba por lo de “comunismo o libertad”.

La historia ha demostrado con creces que la humanidad nunca aprende a la primera ni tampoco en cabeza ajena. Quizá por eso, desde las instituciones dónde se controla que el hijoputismo no se salga de la raya, para que perdure en el tiempo, como el FMI, el Club Davos, la OCDE, o el G7, viendo las barbas del vecino remojadas con el aumento del fascismo, parecen haberse vuelto absolutamente comunistas y comienzan a abogar por la subida de los impuestos a los que más tienen a fin de que los estados puedan con ello, financiar una salida a la hambruna general y a la crisis que está dejando en la cuneta, a miles de seres humanos, la pandemia de Coronavirus. Ellos saben perfectamente que la riqueza no se crea, sino que se traslada de un bolsillo a otro. Para que uno sea cada vez más rico, muchos tienen que ser cada vez más pobres. Y en esa espiral, llega el momento en el que el pobre no puede aguantar más y como no tiene nada que perder, se echa en manos del primer charlatán que le adorne el oído y la cosa acaba siempre mal. Los ricos casi siempre salen indemnes, pero existe una posibilidad elevada de que algunos de ellos sean los primeros en sufrir la ira de los pobres en turba. Y no hay mejor forma de evitarlo que parar las máquinas, redistribuir las migajas por un tiempo a fin de que todo vuelva a la pacífica normalidad de unos cuantos acumulando más riqueza que la van a necesitar en diez generaciones, otros pocos disfrutando de una vida cómoda y una gran mayoría pasando necesidad. De la explotación y la expoliación de los recursos de estos últimos proviene el bienestar de los prebostes del hijoputismo.

Sin embargo, hay un nuevo elemento en conflicto que hasta ahora nunca había jugado en la liga de la humanidad porque era gratis, abundante y de fácil acceso. Desde principios de los 70 del pasado siglo, cuando se empezó a especular que los recursos petrolíferos eran finitos y que además estaban llegando a su fin, el Imperio, comenzó a meter sus narices en todos aquellos lugares dónde existen bolsas de oro negro, y como reconocía hace unos días la nueva Vicepresidenta de USA, se provocaron guerras para el control de la extracción y comercialización del petróleo. La última en Siria, dónde el imperio roba todos los días cientos de miles de barriles. Atrás quedaron Libia, Irak, los intentos de golpe de estado en Venezuela o las concesiones diplomáticas a un régimen medieval criminal como el de los Saúd.

Como digo, ahora hay un nuevo elemento en juego: el agua potable. Sin petróleo los humanos pueden vivir. Sin agua potable no. Y es un tema tan serio que hasta las declaraciones en ese mismo acto de Kamala Harris, donde asegura que las guerras futuras serán por el control del agua, han sido interpretadas como una seria advertencia por algunos de los países de Iberoamérica. Allí, en Sudamérica están algunos de los que más reservas de agua potable tienen: Argentina, Colombia y Brasil.

Y es que el agua dulce, en la actualidad sólo representa el 2,5 % de la totalidad del agua existente en el planeta (unos treinta y cinco mil km3 de los 1.386.000.000 km3 de agua existente). Y de esta, solo el 0,025 % es agua potable lo que supone que sólo el 0,007 % del total del agua en la tierra es apta para el consumo humano.

Este nuevo elemento que se quiere controlar, desde mi punto de vista, hace que las previsiones del FMI y de los organismos de dominio del hijoputismo, de que un nuevo reparto de las migajas económicas apacigüe los ánimos, sean infundadas. Como digo, sin petróleo un ser humano puede vivir más pobre o más rico, en condiciones de vida llevaderas o en un puto infierno, pero sin agua que beber, una persona no sobrevive más allá de los cinco días. El reparto de las migajas económicas apaciguará al personal. Pero si no puedes beber, haces lo que sea para conseguir agua. Con el hándicap además de que sin agua tampoco hay vida ni animal, ni vegetal.

Y en estas estamos en la coyuntura mundial. En el control del agua y la preparación de la humanidad para la falta de este líquido. Mientras, en España, desde el candidato durmiente y doliente del PSOE a la Comunidad de Madrid, hasta la falangista que la preside, siguen en su royo provinciano proponiendo menos impuestos (más a los pobres a través del IVA), más ayuda a los empresarios y poderosos y menos derechos sociales (que sigan pagando los pobres). Desde el Ministro de la SS hasta la Vicepresidenta económica, abogan por apretar más las tuercas a los trabajadores. Más recetas del hijoputismo que nos han llevado dónde estamos. Al borde del colapso total. Porque España siempre lleva cuatro décadas de retraso.

Y como aquí, por lo que se ve todos los días, sobra el agua (aunque echando un vistazo a las tablas de pluviosidad y al satélite, enseguida ves que nos estamos convirtiendo a pasos agigantados en un desierto) pues siguen con la pelea en la que llevan desde 1935. Arrostrar para que los poderosos lo sigan siendo y que nada cambie utilizando para ello cualquier método. Ahora todo se controla desde los tres poderes menos democráticos del estado: la prensa VIP, el Cuerpo de Afinadores togados del Estado y el de los que salen a dar palos en cualquier ocasión. Con este artículo de Isaac Rosa en el Salto Diario, me he sentido identificado. Como él, nunca me he visto envuelto en ninguna refriega con la policía. Como él, el primer porrazo, sin venir a cuento, me lo encontré en una calle de Santurce (hoy Santurtzi) en el final de los 70, cuando me pillaron en una esquina mientras recorría el camino de casa de mi tía a la de mi hermana. Como él, en cuanto se ponen el casco, salgo pitando de la situación. Como él, he visto sangre a mi alrededor y he sufrido en las carnes de un amigo un porrazo en la cabeza con el resultado de una brecha de tres puntos. Como él, corrí ante los grises en el Burgos de los 70, ante los marrones en el Madrid de los 80 y ante los azules del 15M, rodea el Congreso y Las Marchas de la Dignidad, sin que pareciera que el régimen hubiera cambiado. Como él, creo que tenemos un serio problema de libertades en este país, y que lo que la nueva Pilar Primo de Rivera que preside la Comunidad de Madrid, llama libertad, es en realidad insolidaridad, egoísmo y actitud crapulosa.

La única forma de parar un futuro distópico como el de la película de dibujos “Rango” es la solidaridad, el reparto de la riqueza y la conciencia ecológica. Sin agua, no hay futuro para nadie. Sin agua, la tierra será inhabitable.

Salud, feminismo, república y más escuelas públicas y laicas.

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