«Hay que salvar la Navidad». Ese fue una especie de mantra que se extendió por todo el mundo mientras la segunda ola de la pandemia del coronavirus aún no había sido controlada. La gran mayoría de los dirigentes mundiales, estatales o regionales, se unieron a ese grito porque, evidentemente, lo que se pretendía salvar no eran las celebraciones en familia sino la reactivación del consumismo irresponsable e irrefrenable que se da en esas fechas del año. Realmente, «salvar la Navidad» no fue otra cosa que el eufemismo más morboso que escondía el mensaje «salvemos el capitalismo».

Desde muchos foros de debate, partidos y dirigentes políticos, se está pretendiendo hacer ver que no existe un enfrentamiento entre priorizar la salud frente a la economía y viceversa, cuando, en realidad, la situación de la pandemia en todo el mundo demuestra que sí existe esa diferenciación porque los datos de contagios revelan que en el momento en el que se abre la actividad económica o se relajan las medidas restrictivas las personas contagiadas suben de manera exponencial.

Lo que está sucediendo en todo el mundo tras las fiestas navideñas son la mejor muestra de que la priorización de los intereses económicos frente a la salud de la ciudadanía es un verdadero crimen contra la humanidad. Y de eso son responsables la gran mayoría de los dirigentes mundiales de cualquier sesgo ideológico. Por tanto, llegará el momento en que alguien tendrá que pedir responsabilidades ante la Corte Penal Internacional en la que deberán sentarse todos y cada uno de quienes decidieron anteponer los intereses económicos de los sectores empresariales y olvidaron la principal responsabilidad de un gobernante: proteger a los gobernados.

En todo el mundo se están viviendo escenas terroríficas. Las fiestas navideñas están provocando que centenas de miles de familias enteras se contagien de este coronavirus, tengan que ser ingresadas tanto en los hospitales como en las UCI o, directamente, fallezcan en pleno. ¿Nadie va a responder de esta atrocidad que sólo ha sido causada por el miedo de los dirigentes mundiales a las élites económicas, financieras y empresariales? O, lo que sería peor, ¿las muertes de estos días son el daño colateral asumible por proteger al capitalismo?

Un ejemplo de ello sucedió en España, en Elche. Tal y como reveló el doctor Julio Armas Castro en sus redes sociales, un hombre de 55 años vio cómo morían por Covid19 su esposa y su hija de 19 años con apenas 3 horas de diferencia.

Una familia destrozada que, seguramente, se contagió en las celebraciones navideñas. ¿Esto es asumible por los gobernantes? ¿O lo que no asumen es que se les caiga la actividad económica? ¿Acaso es mejor que mueran miles de personas pero que no se caigan sectores empresariales? Estas preguntas, que perfectamente podrían ser retóricas porque la respuesta va implícita, demuestran que la democracia está muerta, que las elecciones no son más que una distracción más para el pueblo, como lo pueden ser el fútbol o los reality shows, porque, en realidad, quienes gobiernan son los poderosos, ese 1% que acumula más del 80% de la riqueza mundial.

En España tenemos que oír, sin que nadie haga nada, a la presidenta de la Comunidad de Madrid afirmando, sin ningún tipo de rubor ni vergüenza, que «para arruinar a la hostelería, que no cuenten conmigo», en referencia a la implementación de medidas más restrictivas de movilidad y al adelanto de los «toques de queda».

Mientras los epidemiólogos y los científicos llevan semanas reclamando confinamientos completos como el de marzo para poder contener a la tercera ola o, mejor dicho, a la «ola de la Navidad», ningún dirigente político está teniendo el valor de cerrar nuevamente la actividad económica para que la ciudadanía se proteja de los contagios en su casa.

Hasta que haya una inmunidad, por las vacunas o por un medicamento, la salud de los hombres y mujeres del mundo es, o debería ser, la prioridad de los gobiernos, de izquierdas y de derechas. Una mamarrachada como la dicha por Isabel Díaz Ayuso o la no aplicación por parte del Gobierno de Pedro Sánchez de un nuevo confinamiento no son más que la confirmación de que la clase política española ha abandonado a su pueblo porque los verdaderos líderes son los que saben tomar decisiones difíciles cuando la supervivencia popular está en juego.  

1 COMENTARIO

  1. Totalmente de acuerdo con su columna de hoy. En los pueblos pequeños, donde se conocen todos, bien por el nombre o » mote», se puede comprobar. Ahora nos juntamos en diciembre por todo, empresa, quinta de la mili, de colegios, los primos de la familia materna y otro día de la paterna, etc.
    Los restaurantes, en su gran mayoría te lo preparan, sin cumplir protocolos, total nadie vigila y, los que están dentro no lo van a hacer, sería ilógico. Al tercer cubata, se canta la Macarena, mi gran noche y se termina con los Chunguitos.
    Después te marchas a casa y convives con padres y abuelos, días más tarde, pues eso.
    Ejemplo, pueblo de Madrid junto al Jarama. Vivo en un pueblo confinado perimetralmente, controles cero, supongo que el resto igual.
    La responsabilidad y, según que medios, del ciudadano, para mí de los gobernantes. Si vemos conciertos en el Wizink, etc., pues eso, la gente se anima.
    Ojalá haya justicia y, los responsables lo paguen.

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