El actor en la película ‘Distrito quinto’ (1957), de Julio Coll.

Cuando cualquier persona es fácil de caricaturizar, el personaje cobra fuerza y engulle al individuo. Con Arturo Fernández, ‘chatín’ para más señas, ocurrió así. Nacido en Gijón en 1929, el actor asturiano falleció la pasada madrugada a los 90 años. Se mantuvo sobre los escenarios hasta el pasado abril, cuando se vio obligado a cancelar las funciones pendientes al no sentirse bien.

Para varias generaciones, él era el veterano caballero pícaro, mujeriego y refinado, de gesto exagerado y recursos reincidentes. Sin embargo, más allá de la estampa, de la citada caricatura, Fernández fue un grande del teatro -no todo va a ser Shakespeare y Mamet- y uno de los pocos galanes del cine negro español en sus comienzos.

Si bien la imagen que la mayoría del público tiene en mente es la del Fernández televisivo y de revista teatral, donjuanesco y exquisito, antes dio vida en el cine de finales de los sesenta a la réplica pija de Alfredo Landa. Si este se las veía y deseaba al salir del pueblo para sobrevivir, los personajes de Fernández eran “de clase bien”, cuyos principales quebraderos de cabeza eran los problemas de amor, más que de sexo. Pero cuidado, porque al tiempo que protagonizaba estas cintas de éxito comercial desdeñadas -con razón- por la crítica, generaba aplausos por parte de ambos en sus trabajos para el programa teatral Estudio 1 con obras como Quién soy yo y Yo soy Brandel.

“La progresía más elitista nunca le perdonó que decidiera consagrar su talento al “simple” entretenimiento de su público. Pero él se ha marchado a los 90 con una obra en cartel. Y eso, de un artista, lo dice todo”

Establecido el canon, sobre todo el del teatro más ligero, Arturo Fernández se entregó a dar al público lo que quería, y la taquilla le daba la razón. Sin embargo, de vez en cuando llegaba un director con algún papel hecho a la medida, que tomaba la caricatura y sobre ella levantaba un personaje con entidad, y entonces el intérprete sacaba lo mejor de sí y regalaba al respetable personajes memorables como ese encantador villano de El crack dos -en la mejor tradición de los malvados de James Bond- o el de estafador de poca monta de Truhanes.

Sin embargo, es la etapa más interesante de la carrera de Arturo Fernández la más desconocida por el gran público: la de sus comienzos, a caballo entre los años cincuenta y sesenta, cuando se convirtió por derecho propio en el gran galán del cine negro español. Distrito quinto (1957), Un vaso de whisky (1958), A sangre fría (1959), Regresa un desconocido (1961), Los cuervos (1962) o El salario del crimen (1964) establecieron una imagen con la combinación justa de violencia y ternura y un potencial que nada tenía que envidiar al de sus iguales anglosajones.

En años años sesenta el cine español andaba bastante escaso de galanes. Arturo Fernández supo serlo, y fue desarrollando poco a poco el personaje dejando atrás el lado más sórdido para sacar partido al más amable. Naturalmente, la progresía más elitista nunca le perdonó que decidiera consagrar su talento al “simple” entretenimiento de su público. Pero él se ha marchado a los 90 con una obra en cartel. Y eso, de un artista, lo dice todo.

1 COMENTARIO

  1. y tenia su compañia de teatro sin subvenciones .
    si tienes gancho para el teatro no necesitas ayudas.
    son personajes como lina morgan que llenan el escenario con su sola presencia y abarrotann teatros.
    es verdad sus primeras peliculas que no se porque no ponen en tv ,no se corresponden con la imagen que tenemos todos de el , eran personajes de cine negro americano llenos de matices

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