Es un clásico que alguien venda un negocio y el comprador le prometa que va a seguir siendo el capo. Resulta difícil surfear sobre la ingenuidad, no creérselo. Todos creemos que somos maravillosos e imprescindibles cuando alguien es capaz de enterrarnos en dinero. Pero quien compra quiere las riendas, y no que las lleve otro. Así es el juego.

Ha sucedido mil millones de veces en la historia del libre mercado, del juego vicioso y desordenado de la compraventa. Yo te vendo mi negocio y a la que me descuide me pegas una patada en el culo y me sacas de la dirección o la presidencia. Eso es exactamente lo que le ha sucedido a Bernie Ecclestone. La Momia Ecclestone. La entrañable Momia Ecclestone. Con su peluquín a lo Andy Warhol.

Se decía de él, y era fácil creer que era cierto, que de su voluntad dependía quien ganase el campeonato del mundo: más allá de pilotos, equipos, motores o chasis, el peso máximo en la decisión final estaba en manos de Ernie, el bueno de Ernie, menudo hijo de su madre, la deliciosa Momia Ecclestone.

Fue sólo hace unos meses. Un grupo de inversores americanos, Liberty, sacó la chequera y empezó a poner ceros. Todos tenemos un precio; ay mi momia, ay mi Ecclestone. ¿Vas a vender tu circo? ¿Para qué quieres más dinero? ¿No es más divertido morirse con las botas (no confundir con el apellido de Valteri) puestas?

-Tranquilo Bernie, morirás con las botas puestas -aseguró el comprador.

Por supuesto no era cierto. En la segunda mitad del mes de enero de 2017 en un hábil movimiento de vendedores de calzado le cambiaron a la Momia las botas tejanas por unas cómodas zapatillitas de andar por casa. «Presidente honorario». ¡Manda pirellis!

Ahora dirigirán el circo el incansable mister Brawn, Ross Brown y el hombre del bigotazo gris y la cara de vaquero contento: Chase Carey.

Ya no será lo mismo. Aunque no es demasiado optimista pensar que quizá sea mejor. Resultaba bastante soporífera la F1 en los últimos tiempos, con la excepción de la última temporada con Batman Rosberg y Joker Hamilton haciendo sus papeles de bueno y de villano.

Les cuento -aunque es muy sabido- que estaba pactado desde el principio. Rosberg, Batman, ganaba este año. Lo negoció Niki, The Rat, Lauda, con la Momia a petición del alemán. Pretexto perfecto: la escudería Mercedes quería un piloto de color blanco y nacionalidad correcta.

Ah, qué bonito cuando Rosberg salió corriendo, tras haberse salido con la suya y haber engañado y manipulado al universo entero. Dicen que quizá vuelva, ¿por qué no? La vida da muchas vueltas y un campeón del mundo es un campeón del mundo y siempre da prestancia y caché a cualquier equipo. Quizá.

Pero el que seguro no vuelve a ser el verdadero dueño del circo de la F1 será Bernie, la querida Momia Ecclestone.

Brindo a su salud, y me bebo por él un par de burbons de silencio; y en silencio.

 

Tigre tigre.

 

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