Extremistas y democracia

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Se pregunta Mark Weisbrott en The Guardian ¿por qué salirse del euro es extremista y permanecer en él no lo es? ¿O por qué lo sensato es mantener unas políticas radicales de austeridad con resultados tan perniciosos como recesión, paro y empobrecimiento? Su respuesta es que la estructura de poder reacciona definiendo como extremistas a aquellos que tienen la osadía de cuestionar la sabiduría convencional que promueven, mientras consideran razonable y de sentido común las políticas realmente extremistas, que están dañando enormemente a la población, y muy en particular a las clases populares. Los radicales conservadores son totalmente impermeables a los hechos y a los datos. Pero lo cierto, es que es una forma de desviar la auténtica metafísica del conflicto que vivimos, singularizado en la emergencia social que resulta del conflicto creciente entre capitalismo y democracia.

La realidad que se quiere ocultar mediante la confusión del lenguaje orwelliano del que nos advertía Marcuse: “paz es guerra y guerra es paz”, y para la cual ya no hay disimulación posible, se concreta en la lucha por la supervivencia, entre el demos y el capital. Y contra eso sólo con una radical defensa de los derechos cívicos y las libertades públicas podrá vencer la radical agresión a los valores democráticos de los poderes económicos y la derecha política. La impuesta unanimidad del pensamiento conservador como un elemento perteneciente a la física y no a la ideología, nadie puede contradecir a la ley de la gravedad porque diga haber concebido otra mejor, hace que la política adquiera una posición subalterna, camino de ser sustituida, en palabras de Byung-Chul Han “por la aclamación del dominio del capital».

Es decir, en nombre de la regeneración democrática se apuesta contra la democracia. No hablemos de lo conflictivo, porque no nos pondremos de acuerdo. ¿Hay que recordar que, como decía Claude Lefort, la democracia se define “por el enfrentamiento pacífico de las diferencias”? Hobbes dijo que la democracia suponía en cierto modo una victoria sobre el tiempo porque, a diferencia de los monarcas, la multitud que gobierna nunca muere. Frente a lo que se nos ha hecho creer, la democracia tampoco puede tener un espacio cerrado, pues no cabe en un Parlamento ni en las fronteras de un Estado, sino que existe siempre como el lugar común de esa resistencia, de ese intervalo en el que se afirma el poder de la ciudadanía. Sin esa resistencia inevitablemente nos situamos en el autoritarismo posdemocrático, en que la política queda reducida a la función de policía al servicio de intereses de unos pocos convertidos en intereses generales a través de nuevas formas de violencia que penetran en el individuo cada vez más explotador de sí mismo. Ello supone una de las causas más determinantes del descrédito social de la política por la incapacidad de los partidos y sus líderes para cumplir la función cívica de organizar la convivencia y la cohesión de la sociedad sobre sólidos basamentos éticos y de justicia.

El ciudadano barrunta que se ha trivializado y achatado la función política  para convertirse en un recinto hermético, sin porosidad ninguna hacia el exterior. La actual crisis que padecemos ha dejado al descubierto la percepción de la mayoría social de que la política sólo es capaz de generar impotencia. Se puede hablar de una crisis de la razón política en los partidos políticos, que con alguna excepción han dejado de ser ideológicos para convertirse en entes de gestión. El drama ha sido el de “El idiota” de Dostoievski, en el sentido que si la teoría no corrompe jamás, las praxis sí corrompe con sus fuertes contradicciones, dejaciones y desviaciones.

El peligro de una situación de inmunodeficiencia ideológica, es que los partidos pueden ser penetrados como la mantequilla por los fuertes intereses de las élites tradicionalmente dominantes, más aún en una sociedad en la que el tránsito a la democracia no significó ninguna quiebra de los poderes reales y sólo su adaptación a una fórmula política nueva. Si la política democrática debería ser el poder de los que no tienen poder, ¿qué proponen nuestros candidatos ante los próximos comicios para poner límites al enseñoramiento del poder financiero sobre nuestras sociedades?

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