Vamos a buscar al súper zumo de naranja recién exprimido y compramos néctar, lo intentamos con el queso y acabamos, en el carro, con una «bola» de grasa vegetal… salsa de tomate que lleva de todo menos tomate, yogures de fruta o embutidos que se colorean con un insecto llamado cochinilla, crustáceos y moluscos en una barra de pan integral… ¿Sabemos realmente lo que compramos? ¿Hay un repunte de casos de cáncer debido a la alimentación? ¿Nos mienten las etiquetas?

Por fin un libro, Guía definitiva para interpretar las etiquetas alimentarias, de José Luis Samper (Arcopress) nos cuenta con precisión qué se esconde detrás de todas las palabras que no comprendemos cuando compramos un alimento: emulgentes, alérgenos, mejorantes, lactosa, dextrosa, aromas, estabilizantes, potenciadores del sabor, conservadores, antioxidantes, colorantes…   ¿Nos engañan realmente las etiquetas?

«No debemos suponer qué ingredientes llevan los alimentos que adquirimos simplemente por su aspecto o por la marca» Manifiesta Samper… Estamos rodeados de muchísimos productos como el pan, los yogures, el queso, los zumos, la bollería, los productos cárnicos y los aperitivos salados que provocan sorpresa en los consumidores que se atreven a leer sus etiquetas. «Así, algo que parece zumo puede resultar que es básicamente agua, azúcar y un 5% de zumo a partir de concentrado además de otros aditivos. El pan debería ser solo harina, agua, levadura y sal, y sin embargo va acompañado de forma habitual de antioxidantes, mejorantes, antiaglomerantes, emulgentes, enzimas, etc.» Por eso, es absolutamente imprescindible adquirir el hábito de leer y entender las etiquetas si queremos saber con exactitud qué compramos y cuál es la materia prima que nos llevamos a la boca.

 

Empecemos por uno de los temas que más nos preocupa, ¿existe algún tipo de relación entre ciertos aceites, como el de palma, y el cáncer?

Diversos estudios, como el recientemente publicado en Nature por el doctor Salvador Aznar-Benitah, de la Institución Catalana de Investigación y Estudios Avanzados (ICREA), y su equipo de investigación, ha establecido una relación entre las dietas ricas en grasas y las metástasis más agresivas, centrando su foco de atención en el ácido palmítico. En este sentido no han dejado dudas de la relación entre el aceite de palma y la producción de metástasis de cáncer: después de inocularlo en un ratón su frecuencia metastásica pasó del 50 % al 100 %. Todos los animales desarrollaban metástasis por el consumo de ácido palmítico.

 

Otro debate es el de las grasas «trans» y sus efectos nocivos para la salud, especialmente para el corazón o los accidentes cerebrovasculares. ¿Debemos limitar su consumo?

Las grasas «trans» son mucho más perjudiciales que las saturadas, presentes en la naturaleza, ya que son altamente aterogénicas (tienen gran potencial de obstrucción de las arterias). El consumo de ácidos grasos «trans» provoca en el organismo un efecto más negativo que las grasas saturadas, ya que aumenta los niveles de colesterol LDL (colesterol malo) y los triglicéridos, a la vez que reduce el colesterol HDL (colesterol bueno) en sangre. Estas grasas están asociadas a múltiples patologías y ejercen efectos adversos sobre el metabolismo de los ácidos grasos, la inflamación, la función endotelial y los lípidos sanguíneos. El Comité de Expertos de la FAO/OMS afirmó que existen evidencias convincentes de que dichos ácidos grasos son nocivos para la salud, que implican múltiples factores de riesgo cardiovascular y contribuyen de forma considerable a aumentar el riesgo de cardiopatías coronarias. Se debe mantener su ingesta lo más baja posible, entre el cero y el uno por ciento de las calorías totales de una dieta.

«Las etiquetas no se entienden en absoluto, hay que tener bastantes conocimientos técnicos para entender gran parte de la información que aparece en las mismas»

 

Visto lo visto, vamos a tener que hacernos un Máster de etiquetas. Aprovechando que tenemos a uno de los mayores expertos en la materia, ¿qué menciones obligatorias deben contener las etiquetas?

La normativa europea establece como obligatorias la denominación del alimento, la lista de ingredientes, los ingredientes que pueden causar alergias o intolerancias, la cantidad neta del alimento, la fecha de duración mínima o de caducidad, las condiciones especiales de conservación o de utilización, el nombre y dirección de la empresa, el país de origen, el modo de empleo, el grado alcohólico y la información nutricional. Además, en determinados alimentos deben aparecer menciones adicionales debido a la adición de ciertos edulcorantes, cafeína, regaliz o fitosteroles. Otras menciones obligatorias pueden hacer referencia, por ejemplo, a que la envoltura de un embutido no sea comestible, o a la adición de proteínas.

 

Letra pequeña imposible de leer, información escondida en un lateral, mensajes engañosos… ¿Leerlas es entenderlas?

Las etiquetas no se entienden en absoluto, hay que tener bastantes conocimientos técnicos para entender gran parte de la información que aparece en las mismas. Eso es algo que aprovechan las empresas, estudian los hábitos de los consumidores y en las etiquetas destacan sobre todo los elementos en los que se fija la gente y que pueden decantar la compra rápidamente. Pero la lista de ingredientes, que es un aspecto fundamental, suele aparecer con letra menos visible y a veces es prácticamente indescifrable.

 

¿Cuál es la ingesta diaria admisible de aditivos?

La seguridad de los aditivos alimentarios autorizados en la Unión Europea normalmente ha sido evaluada por la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), que actualmente está reevaluando muchos de ellos, en un proceso que no acabará hasta el año 2020. Tenemos que tener claro que lo que determina la EFSA es el nivel por debajo del cual puede considerarse que el consumo de una sustancia es segura para la salud humana: la denominada ingesta diaria admisible (IDA), que se expresa en miligramos de aditivo por kilo de peso corporal y día. Si no se supera la IDA recomendada, la utilización del aditivo alimentario se considera segura según dicho Organismo. Pero en ciertos casos resulta relativamente fácil superar la IDA consumiendo diversos productos repletos de aditivos.

 

¿Existen aditivos innecesarios? ¿Debemos evitarlos?

Claramente. Algunos aditivos son innecesarios, como los colorantes y los potenciadores del sabor. Los primeros solo aportan color a los alimentos, pudiendo resultar perjudiciales especialmente para los niños; y los segundos solo mejoran la aceptación del producto por parte del consumidor, pudiendo incitar a un consumo excesivo y provocar adicciones. Debemos evitarlos.

 

¿Puede mojarse y decirnos los posibles efectos negativos?

En realidad, no sabemos todos los posibles efectos de los aditivos a largo plazo. Por ejemplo, en 2007, la EFSA anunció que el colorante alimentario Rojo 2G o E128, que se añadía a algunas salchichas y a las hamburguesas, podría provocar cáncer, por ello fue prohibido, pero se había estado consumiendo durante bastante tiempo. Algunos aditivos los hemos consumido y luego han sido prohibidos.

 

La alimentación ecológica está de moda, ¿Es cierto que los alimentos de producción ecológica llevan menos aditivos y por tanto son más sanos?

Los alimentos ecológicos deben cumplir ciertas exigencias que no se requieren a los que no lo son. La etiqueta ecológica europea implica deben cumplir una serie de requisitos, por ejemplo, solo se pueden utilizar ciertos fertilizantes y plaguicidas, básicamente de origen vegetal o animal, se regula el bienestar y la alimentación de los animales, y solo puede utilizarse un número limitado de aditivos y auxiliares tecnológicos: unos 50 aditivos en comparación con casi 1000 que se pueden utilizar en productos no ecológicos. En los animales está prohibido el uso de antibióticos en tratamientos preventivos y el empleo de hormonas o sustancias para estimular el crecimiento. Y, en general, se ha encontrado mayor cantidad de antioxidantes en los productos ecológicos, así como menor cantidad de pesticidas y de metales pesados (cadmio, plomo y mercurio).

Otra ventaja es que el etiquetado suele resultar más fácil de leer porque llevan muchos menos aditivos. En mi opinión, los productos ecológicos si que pueden resultar más saludables.

Muchos aditivos son innecesarios, como los colorantes y los potenciadores del sabor. Los primeros solo aportan color a los alimentos, pudiendo resultar perjudiciales especialmente para los niños; y los segundos incitan a un consumo excesivo y pueden provocar adicciones

 

 

La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda una ingesta reducida de azúcares libres a lo largo de toda la vida y que el azúcar no supere el 5 % de las calorías diarias consumidas, sin embargo, en alimentos procesados el porcentaje de azúcar puede llegar al 80 %. Asusta solo pensarlo…

El azúcar es una importante fuente de calorías vacías y la OMS considera además que la ingesta elevada de azúcares libres está asociada con la mala calidad de la dieta, la obesidad y el riesgo de contraer enfermedades no transmisibles, sin embargo, actualmente es difícil encontrar productos a los que no se les haya añadido azúcar. Así, por ejemplo, podemos encontrarla en embutidos y en el jamón cocido. Pero pocas personas conocen que el azúcar también está presente en la mayoría de los jamones serranos junto con otros aditivos como los nitritos.

A una inmensa cantidad de alimentos se le añade azúcar, no lo podríamos sospechar si no leemos las etiquetas, está en las salsas, conservas, yogures, pan de molde, bebidas energéticas, preparados de café, zumos, etc.

 

Una vez en el súper, creemos que estamos comprando un producto pero las apariencias engañan… ¿Qué diferencia fundamental hay entre queso y grasa vegetal?

No es lo mismo el queso que la grasa vegetal. Resulta especialmente irritante que se les ofrezca a los consumidores un producto que parece queso y que en realidad sea un «preparado graso» o un «preparado alimenticio fundido» mucho menos recomendable y al mismo precio. Lo podemos encontrar, por ejemplo, en muchas pizzas preparadas y en «lonchas fundidas» que son básicamente agua, leche en polvo y grasa de palma, junto con otros aditivos y colorantes. En este caso también insisto, no podremos saber realmente lo que llevan si no leemos sus etiquetas, no debemos dejarnos llevar por su aspecto.

 

Siguiendo con la cesta de la compra, adquirimos jamón cuando en realidad pone fiambre de jamón… ¿Hay diferencia?

Si, puede haber grandísimas diferencias. Y no lo podemos saber si no leemos las etiquetas y comparamos los productos similares. Estoy seguro de que las personas que empiecen a leerlas se van a llevar muchas sorpresas, y en muchos casos los precios pueden ser similares. Ejemplos los podemos encontrar en los productos cárnicos, las patatas fritas, los cereales, los helados, los yogures, embutidos, etc.

 

Y para terminar de «liarla», acabamos comprando un batido de plátano con sabor a plátano…

Se trata de dos productos radicalmente diferentes, ja, ja, ja. Los alimentos con «sabor a algo…» no suelen llevar ese «algo» sino aromas y colorantes que lo simulan. Esto sucede especialmente en los batidos, yogures y postres lácteos, por ejemplo. ¿He dicho ya que se lean las etiquetas?

 

Seguimos con las etiquetas «trampa». ¿Lo integral es más sano?

Algunos se les llama a los productos «integrales» aunque no lo sean de forma literal. En general, la harina y los panes integrales que podemos encontrar en los supermercados no son realmente integrales porque suelen elaborarse con harina refinada a la que se le añade posteriormente salvado (la cáscara).

La harina refinada del pan blanco tiene muchas calorías vacías y un índice glucémico muy elevado, lo que contribuye a la acumulación de grasa en el cuerpo. Por el contrario, un pan realmente integral podría aportar mayor cantidad de minerales, vitaminas y fibras: hasta tres veces más magnesio, vitamina B6, vitamina E y cromo.

Sin embargo, estudios recientes han cuestionado que lo integral sea más sano, considerando que los productos elaborados a partir de harinas no refinadas proporcionan una serie de efectos positivos dependiendo del organismo, es decir, cada persona reacciona de un modo diferente.

 

Y para terminar. Si queremos hacer una buena tortilla de patata, ¿cómo identificamos los huevos de gallinas camperas, al aire libre o ecológicas?

En realidad es bastante fácil identificar su procedencia, solo tenemos que fijarnos en el código que aparece impreso en la cáscara. El primer dígito debe ser un número, si es un cero indicará que el huevo es de producción ecológica, si es un uno indicará que procede de una gallina campera, si es un dos que procede de una gallina criada en el suelo y, finalmente, si es un tres provendrá de una gallina criada en jaula. No me gusta encontrar el número 3…

 

«Desconfía» según la OCU (RECUADRO)

CASERO: induce a pensar que el producto ha sido elaborado como lo haría cualquier persona en su casa, no de forma “industrial”, pero si leemos las etiquetas nos daremos cuenta rápidamente de que no es así: nadie usa tantos aditivos para elaborar un bizcocho que solo necesita harina, huevo, azúcar, levadura y limón.

MARINADO: los productos marinados lo que en realidad llevan es agua añadida, esto puede verse en la lista de ingredientes: el agua suele ir en segundo lugar, lo que indica su alto contenido. El resto serán aditivos e ingredientes que ayudan a retenerla, además de especias y aromas para dar sabor.

PRODUCTO CÁRNICO: si leemos eso en la etiqueta lo que ves no es carne, sino un producto que puede incluir agua, conservantes, colorantes y otros aditivos e ingredientes.

BURGER MEAT: las burguermeat son derivados cárnicos, elaborados con carne fresca picada, a la que se le añaden cereales y hortalizas, azúcares, sulfitos y otros aditivos. El porcentaje de carne a veces puede bajar al 70%. No se pueden considerar hamburguesas, a las que solo se les puede añadir sal, especias y otros condimentos, sin embargo, los consumidores no lo tienen nada claro a la hora de comprarlas, la única solución es leer las etiquetas.

JUGOSO: no es un calificativo positivo, ya que en realidad se suele usar para denominar a un producto de una calidad inferior, con menos carne y más agua, de ahí que sea más jugoso o extrajugoso.

85% DE PAVO: y ya es mucho, podemos encontrar preparados cárnicos con porcentajes de carne bastante menor…

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