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Espionaje y complot: las técnicas mafiosas que se gastan en el PP

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análisis

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Primero fue la “gestapillo” en tiempos de Aguirre y la operación de acoso y derribo contra Cristina Cifuentes, el Cremagate. Más tarde se supo que las cloacas del Estado habían montado la Kitchen con Jorge Fernández Díaz al frente del Ministerio del Interior. Y ahora el escándalo del espionaje al hermanísimo de Isabel Díaz Ayuso por presuntos cobros de comisiones en la compra de mascarillas en plena pandemia. El juego sucio, las formas mafiosas, siempre han formado parte de la forma de hacer política en el PP. La “guerra orgánica” está en el ADN mismo de un partido heredero del franquismo, un régimen policial siniestro que espiaba, perseguía y reprimía a la disidencia, tanto interna como externa. Fraga lo copió todo de la dictadura, el Movimiento Nacional tuneado como fuerza democrática, el clientelismo, el nepotismo, la usurpación de consejos de administración de grandes empresas, las puertas giratorias, el caciquismo, el asalto a las instituciones, las adjudicaciones a dedo y también, cómo no, las truculentas operaciones y montajes propios de estados totalitarios corruptos.

Para el PP, lo de Ayuso es simplemente un episodio más en su turbia y triste historia de vigilancias, delaciones y seguimientos a objetivos y personas. Siempre lo han hecho y seguirán haciéndolo, ya sea en dictadura o en democracia, porque esta gente no respeta nada, ni las libertades ni el Estado de derecho, y practican con total impunidad los códigos secretos de la Camorra napolitana, de la Cosa Nostra, de la Famiglia. En el Partido Popular, colocar un micro en un despacho o contratar a un detective privado de gafas oscuras y gabardina entra dentro de las prácticas políticas habituales y es algo tan cotidiano como dictar un bando municipal. Llevan interiorizado el “villarejismo”, la conspiración, la intriga y la guerra sucia y fratricida desde los tiempos decimonónicos de la Restauración. Se devoran entre ellos como pirañas ávidas de poder, nunca conseguirán quitarse de encima el maldito estigma de la Brigada Política Social, el modelo policial y judicial que les legó Franco y que es el que a ellos les motiva en su enfermiza conspiranoia contra los díscolos del partido y los enemigos de la patria.

Pero, más allá de prácticas oscuras, endogámicas y ancestrales incrustadas desde siempre en las derechas españolas, conviene no perder de vista que estamos ante el síntoma claro y evidente de la descomposición de un partido. Desde que Pablo Casado tomó las riendas de Génova 13, la historia del PP es la historia de una decadencia. El sucesor de Rajoy nunca fue un líder sólido y cuando emergió la figura de Ayuso, con su populismo demagógico entre trumpista y cañí, la batalla entre facciones estaba servida. Podría parecer que esto es una pugna entre programas, entre ideologías, entre formas de entender el nuevo conservadurismo español. Podría entenderse que lo que se está jugando aquí es si el PP coaliga con la extrema derecha de Vox o le pone un cordón sanitario a la europea. Pero no. Esto es simple y llanamente una cruenta, salvaje y descarnada reyerta por el poder; una refriega entre clanes rivales que se odian fraternalmente porque ven amenazadas sus posiciones; un duelo a muerte entre las grandes estirpes o élites sociales, políticas y financieras del país a las que España les importa un bledo porque solo viven por y para sus poltronas.

Casado había tratado de vender las elecciones anticipadas en Castilla y León como un lance victorioso cuando ha sido justo al revés: el PP ha estado al borde del precipicio y lejos de consolidarse no ha conseguido más que engordar al endriago de Vox, su principal rival y competidor por la derecha. Los comicios castellanoleoneses diseñados por don Teodoro y los suyos para reforzar el poder popular regional han terminado profundizando aún más en la agria disputa entre casadistas y ayusistas, una pelea cuyas heridas no se podrán cerrar ni con cien mayorías absolutas. Y al final ha ocurrido lo que tenía que ocurrir: que han empezado a circular los dosieres, las grabaciones de audio, los trapos sucios. Un novelón de John le Carré, un Watergate a la madrileña. El asunto del hermanísimo de Ayuso viene de lejos. Llevaba coleando en los despachos de Génova desde hacía tiempo y si sale ahora es precisamente porque al sector casadista le interesa acabar con la figura emergente de Díaz Ayuso, que empieza a hacerle sombra y mucha, al líder. Hasta la prensa de la caverna copia las prácticas mafiosas y unos rotativos de Villa y Corte toman partido por Casado y otros por Ayuso. Si hay caso de corrupción se saca y si no hay se inventa. La guerra de la desinformación entre Biden y Putin va a quedar en un juego de niños al lado de esta confrontación nuclear donde solo puede quedar uno.

Mientras tanto, Santiago Abascal se frota las manos porque ve cada vez más cerca su gran sueño de liquidar al PP para emerger rotundamente con su proyecto político mucho más duro, más patriota, más autoritario. A su vez, el Gobierno de coalición empieza a respirar algo más aliviado. Con un PP enfrascado en su carnicería interna, el Ejecutivo socialista-podemita quizá pueda soldar sus propias fracturas, dejar atrás la sombra de unas elecciones anticipadas y llegar al final de la legislatura. El alcalde de Madrid, Martínez-Almeida, niega que haya habido espionaje y ofrece curiosas explicaciones sobre las gestiones que ha llevado a cabo el Ayuntamiento para esclarecer el affaire. Por lo visto ha llamado a capítulo a Carromero y los otros implicados en el espionaje que, encogidos de hombros y con caras de póker, se han limitado a decir aquello tan de cómic español de “yo no sé nada, jefe, a mí que me registren”. Y el edil los ha creído a pies juntillas. Hasta ahí la investigación interna. Un clásico de la transparencia del PP.

Ayuso denuncia que Casado ha querido hacerle “unas cremas”, como a Cifuentes en su día; el PSOE asegura que llevará el caso a la Fiscalía Anticorrupción; y los madrileños asisten atónitos a una historia que habla de una Emperatriz de Chamberí acorralada, de los supuestos negocios principescos de su hermano y de hasta un millón y medio de euros que están por aclarar. Ya basta de pamplinas y sainetes entre capuletos y montescos. Luz y taquígrafos caiga quien caiga.   

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