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España logra el mejor récord mundial: podio entre los tres países con más vacunados contra el covid

Nuestro país figura junto a Canadá y Reino Unido en el ranking de más personas vacunadas

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análisis

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Estos días de Olimpíadas, chovinismos nacionales y gestas deportivas, conviene no perder de vista que España ha batido el mejor de los récords mundiales que puede lograrse: el de vacunación en países con más de diez millones de habitantes. En efecto, y aunque parezca increíble con todo lo que ha pasado, estamos en el podio de inmunizados (más de la mitad de los españoles han recibido la dosis) junto a dos Estados que habitualmente nos superan en PIB, en renta per cápita y en capacidad de avance tecnológico: Reino Unido y Canadá.

En este país acostumbramos a quejarnos de lo mal que se hacen las cosas, de la chapuza nacional que nos acompaña como una costra o maldición a través de los tiempos, del politiqueo, la incompetencia y la corrupción que nos hunde como pueblo y como nación. Sin embargo, esta vez tenemos que felicitarnos de que, por una vez y sin que sirva de precedente, los españoles aparecemos en el ilustre medallero de algo mucho más importante y trascendental que los tediosos torneos olímpicos de tiro al plato, hípica o ping pong. Aquí siempre nos hemos enorgullecido de ser los primeros en cuestiones vitales como los trasplantes de órganos, por ejemplo, pero de un tiempo a esta parte nuestra Sanidad pública se nos ha ido al garete como consecuencia de los recortes, las privatizaciones y los negocietes de la derecha, que no cree en el Estado de bienestar ni ha creído nunca.

Tenemos que congratularnos de ese pequeño milagro que supone ir los primeros en el ranking de vacunados porque eso significa que no todo está perdido. El deporte es importante, eso es cierto, pero la salud lo es mucho más, y si no que se lo pregunten a la grácil colibrí Simone Biles, que ha dicho basta ya en medio de los Juegos de Tokio, ha salido de la pista asqueada de todo y ha regresado a su casa para cuidarse mentalmente y ser feliz.

Tenemos que mantener a toda costa ese podio sorprendente que revelan las estadísticas y no solo eso, tenemos que reforzar nuestro sistema sanitario ahora que, tras el covid, comienza otra lacra no menos preocupante: la epidemia de locura y trastornos mentales que se abre paso como un monstruo desatado.

Han sido demasiados meses de confinamiento, de terror, de crisis económica que ha dejado millones de arruinados, de sufrimiento, dolor y muerte. Y el trauma nos ha pasado factura. Que un grupo de energúmenos se lancen como alimañas contra un ser humano indefenso y lo maten a patadas –como ocurrió hace unos días en A Coruña con el joven Samuel y ayer mismo con esa otra jauría rabiosa de Amorebieta que tomó la cabeza de un muchacho por una pelota de rugby–, es un mal síntoma que debe hacernos reflexionar sobre el mundo que viene tras el coronavirus. Un lugar de psicóticos, de violentos, de marginados dispuestos a todo y de haters contra el sistema.

La asistencia sanitaria en salud mental debe ser reforzada cuanto antes, tal como prometió Pedro Sánchez y como vuelve a reclamar Íñigo Errejón, el diputado de Más País al que algún desalmado del PP envió al psiquiatra despectivamente, o sea el famoso “vete al médico” que le espetaron desde la bancada popular del Congreso de los Diputados y que quedó como otra página infame escrita por esa derechona insensible, ruda y bellaca que nos ha tocado en desgracia. Ahora se está viendo que la plaga de trastornos psicológicos que deja el maldito virus va a ser aterradora. Cada día se suicidan diez personas en este país, una cifra vergonzosa e inasumible ante la que no podemos mirar para otro lado.

El podio de España en la clasificación de vacunados es para enorgullecerse, qué duda cabe, sobre todo porque hemos sido un desastre en lo que ha tenido que ver con la pandemia. Hemos fallado en todo, en acopio de material y trajes especiales, en asistencia social a nuestros mayores en los geriátricos, en trato a médicos y enfermeros (a los que hemos hecho trabajar día y noche por sueldos miserables y sin vacaciones), en coordinación y unidad de las Administraciones (lamentable el uso partidista que algunos han hecho de la peor crisis sanitaria de la historia de la humanidad) y en fiestas clandestinas y botellones juveniles, que han sido tolerados y consentidos y que nos han costado una quinta ola de contagios para terminar de rematar el turismo y dejar la economía nacional al nivel de una posguerra. Así somos en este país: diligentes cuando se trata de conseguir el éxito total de la campaña de vacunación, pero despreocupados, relajados y un tanto hedonistas cuando llega el verano mediterráneo, tan sagrado o más que unas fiestas patronales.

España y la campaña

Con todo, algo hemos hecho bien y tenemos que ponerlo en valor. Compartir el privilegiado segundo puesto en número de vacunados, entre Canadá y Reino Unido y muy por delante de países como Estados Unidos, Francia o Japón, es una gran noticia que debe reforzar nuestra moral como país y hacernos entender que cuando hacemos las cosas bien no tenemos nada que envidiar a nadie. En Yanquilandia, un suponer, las autoridades sanitarias están desesperadas porque la campaña de vacunación ha embarrancado y millones de norteamericanos se niegan a someterse al pinchazo preventivo y salvador. El negacionismo causa estragos y avanza en todo el país mientras la Administración Biden se ve obligada a recurrir a todo tipo de estrafalarias artimañas y estrategias para concienciar a la población de que debe vacunarse, como ofrecer hamburguesas gratis, hipotecas a bajo interés o puntos para viajes a Mallorca. Y eso en la supuesta primera superpotencia mundial.

Si la riqueza de un pueblo se mide por el grado de bienestar social de sus ciudadanos cabe concluir que en España no estamos tan mal como suponíamos. Tenemos una falsa concepción de nosotros mismos mientras por ahí fuera envidian algunos de nuestros logros como la Sanidad pública que, aunque maltrecha, sigue siendo una conquista fundamental. El natural sentimiento pesimista, el idiosincrásico vicio del español y nuestro sempiterno complejo de inferioridad no deben hacernos perder de vista que algo muy importante estamos haciendo bien. La sociedad española, en general, es cívica, solidaria y madura. Cuando alcancemos la inmunidad de rebaño dentro de unos meses y el virus y la crisis vayan quedando atrás como una sombra del pasado podremos decir con orgullo que ganamos las mejores Olimpíadas de la historia. Ninguna medalla tendrá más valor que esa. Que se queden ellos con Eurovisión, que nosotros venceremos en esta otra batalla mucho más trascendente y vital.  

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1 COMENTARIO

  1. Me declaro siempre, sin rubor ni pudor, nacionalista galego o periférico, y me gustaría hacer constar aquí, que según comentamos todos nosotros; vascos, asturianos, catalanes o paisanos estaríamos a favor de una sanidad nacional o española común, fuerte (tal que un día fue) y con las mismas atribuciones para todos, antes que se la cargue él PP, que todo lo que toca lo convierte en mierda o dinero Negro. Poder trabajar o enfermar con los mismos derechos en todo él territorio: Lo que hacemos en Europa con esos extranjeros si lo que está bien no hay necesidad de tocarlo. Del resto no queremos compartir nada, no porque nos sobre, sino que nos lo quitan aquellos que si les sobra y nunca nos fiamos, por eso, y según va creciendo él porcentaxe intelectual por la península, cada vez somos máis. Entendedlo; lo de ser nacionalista galego ya nó es una simple diatriba entre nuestra nación de 5000 años o la vuestra de 425, se trata de una simple cuestión de inteligencia. Obsérvense programas electorais. Y por cierto, Canadá y reino unido permitieron las urnas para un ejercicio que pudo quebrar sus territorios, tal vez porque eso es en fin la democracia; que decida él pueblo soberano, no los jueces con carnet de partido.
    Felicidades a la gran familia de sanitarios españoles, es posible que al más insignificante de ellos le debāis máis que al máis significativo de los políticos a quienes servís de hooligans.
    Me gusta que debajo de estás líneas la publicidad la exprese un tío leyendo.

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