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«Eppur si muove»

España enfrenta la sexta ola con más de un 80 % de la población “completamente inmunizada”

Antonio Alarcos
Antonio Alarcos
Médico de atención primaria, regresó de Berlin en marzo de 2020 y desde entonces ha ejercido su trabajo en España como sanitario de primera línea contra COVID19.
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análisis

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Hace apenas un año, las compañías farmacéuticas comenzaban en Europa y Estados Unidos a presentar sus documentos a las autoridades buscando la autorización condicionada de unos novedosos tratamientos preventivos contra COVID19 desarrollados a contrarreloj. Todo en ellos era nuevo; era prácticamente nueva la entidad que pretendían combatir, era nueva la tecnología por la que pretendían generar inmunidad, era nuevo el tiempo necesario para su desarrollo y eran nuevas las formas en las que se habían producido las diferentes fases de experimentación. Todo en ellos era nuevo excepto su nombre: eran vacunas.

Surgieron entonces los primeros escépticos: médicos y científicos mostraron dudas al respecto de la eficacia de estos fármacos y advertían de posibles riesgos derivados tras su administración.

Inmediatamente después de que las agencias otorgaran la autorización condicionada para el uso de estos fármacos, los diferentes gobiernos del mundo establecieron, de manera completamente novedosa, el mismo protocolo para su administración en masa: primero serían los sanitarios y los ancianos, por su grado de exposición y por el riesgo que corrían respectivamente, los que tendrían la posibilidad de beneficiarse de estos tratamientos; luego se irían administrando a los diferentes grupos etarios en sentido descendente. Siempre de forma completamente voluntaria.

De forma paralela al inicio de la administración en masa de estos productos, aquellos escépticos llenos de dudas fueron, de manera también novedosa y a golpe de campaña mediática, tildados de negacionistas y antivacunas: las vacunas eran la única forma de superar la pandemia, eran seguras y, además, eran imprescindibles. Los gobiernos aseguraban que la pandemia finalizaría al alcanzar un 70% de la población “completamente inmunizada” a través de la administración de dos dosis que presumían de una eficacia de más del 95%.

Tal fue el acoso, que alguno de estos escépticos aceptó inyectarse “la de fregar”, eso sí, sin querer restar valor, “Dios me libre”, a la inyección recibida puesto que “La que me hubieran puesto a mí me daba igual. Si me hubieran dicho otra, pues otra, imagino que son parecidas”.

Aparecía entonces Galileo ante el tribunal de la Santa Inquisición abjurando del heliocentrismo con un «Eppur si muove» entre los dientes, que en el siglo XXI podría traducirse como: «No es convencido, hay que ponérsela, la convicción no es convicción.»

La campaña de vacunación voluntaria fue mutando: la eficacia disminuía, el número de personas “completamente inmunizadas” aumentaba y la voluntariedad comenzaba a desaparecer.

Hoy, un año después, los escépticos son censurados, ridiculizados y perseguidos en medio de una nueva oleada de contagios que afecta también a esos “completamente inmunizados” que ya están recibiendo una tercera dosis. Afortunadamente, podemos observar que la letalidad de la enfermedad se está reduciendo en todo el mundo y eso abre la puerta de la esperanza; unos dicen que gracias a las vacunas y otros, tras observar la disminución de la letalidad en territorios con tasas de vacunación bajas, mascullan entre dientes: «Eppur si muove».

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4 COMENTARIOS

  1. Es una completa atrocidad lo que están haciendo, inocular de forma indiscriminada sin ningún mínimo estudio previo de cada persona. Nos tratan como a animales de granja, y no les discutas una coma, que te tiltadarán de negacionista y de esto y de lo de más allá.

  2. Teniendo en cuenta el daño y el dolor generado por el virus SARS-CoV-2 durante el año 2020, es completamente comprensible que un gran porcentaje de la población haya tomado la decisión voluntaria de vacunarse (incluso sin informarse previamente de la sustancia inoculada); pues los discursos oficiales nos hablaron de un medicamento salvador (cuya eficacia está, hoy en día, más en duda que nunca) y ofrecieron a la población esa sensación de seguridad e invulnerabilidad que, en aquel momento, era tan necesaria para todos…

    Sin embargo, esa voluntariedad en la vacunación fue derivando en una presión mediática y en un feroz hostigamiento contra aquellas otras personas que decidieron no inocularse una sustancia en la que no confiaban; pasando de un discurso bondadoso a un discurso agresivo contra esas «ovejas negras» que, probablemente, tomaron la decisión de no vacunarse con el fin de poner en riesgo sus propias vidas y las de sus seres queridos (nótese la ironía).

    Y, ante este señalamiento constante, muchos de nosotros nos preguntamos: ¿Acaso no importa la salud mental de aquellas personas que sufren ansiedad a consecuencia del señalamiento público? ¿Cómo se ha podido pasar de desear salvar la vida de las personas a desear la muerte de aquellos que no piensan de una manera determinada? ¿Por qué se culpabiliza de la ineficacia del medicamento experimental a quienes han seguido el principio de prudencia?

    Existen muchas preguntas que deben invitar a la reflexión de una sociedad que, en general, ha decidido confiar en el criterio ajeno en lugar de informarse y sacar sus propias conclusiones.

    Desafortunadamente, mientras la letalidad del virus disminuye, algunas personas están sufriendo las consecuencias de esta persecución que les ha llevado a desarrollar cuadros de ansiedad mientras, como afirma el doctor Alarcos, mascullan entre dientes: <>.

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