Llegados a estas alturas, alcanzado plenamente uno de esos momentos en los que con mayor vehemencia se pone de manifiesto en toda su intensidad el efecto de la que es por excelencia la más eficaz de las relaciones humanas, la que tiene que ver con la parafernalia democrática; el que históricamente se ha mostrado como el más eficaz de los procederes a la hora de dar respuesta a las incógnitas, que pasa por entender el juego que en cada caso corresponde al efecto Causa-Efecto; no cabe la menor duda de que muchas cosas, y muy intensas, han pasado.
Cuando todavía los rescoldos del incendio no se han apagado, y el calor residual es testigo eficaz capaz de dar muestra del fragor alcanzado en el transcurso de la batalla; no sabemos qué resulta más llamativo, el holgado triunfo del PSOE, o el desastre sin paliativos al que a partir de mañana tendrá que hacer frente no tanto la derecha española, como sí más bien el Partido Popular.
Cuando las herramientas de mensajería instantánea comienzan ya a contener mensajes procedentes de importantes dirigentes del Partido Popular clamando por una gestora; la más terrible de las metáforas llamadas a conciliar el silencio se refrenda en la imagen que ofrece la soledad de la Calle Génova: Otrora escenario de grandes fiestas, hoy vemos cómo hasta la policía ha abandonado ya sus puestos. Tal vez porque no hay previsión de que haya que proteger a nadie, o tal vez porque la protección que algunos necesitan, no está al alcance de la Policía poder prestar.
El mensaje ha sido claro, y si el receptor no acusa recibo del mismo, no hará sino incrementar el tamaño del drama.
Un drama que cometerían el error de aumentar si se empeñan en reducirlo de escala, hecho que acontecería si la lectura se redujera a lo que concierne a los resultados esta noche alcanzados. Resultados que se corresponden no tanto con los por unos alcanzados, como sí más bien por los que otros se han dejado.
La tremenda debacle a la que a partir de mañana habrá de enfrentarse el Partido Popular no es accidental. Si bien los resultados de esta noche podrían minimizarse reduciendo la misma a una mera cuestión cuantitativa; la realidad nos dice que el verdadero problema si no de la derecha, sí desde luego del Partido Popular, hay que buscarla en esencias orgánicas a saber, las que proceden del desastre conceptual en el que se convirtió su congreso orgánico, Primarias incluidas.
A nadie se le ha de escapar un hecho cual es el de comprobar hasta qué punto el experimento Casado, incluyendo su vertiente de radicalización ideológica, ha fracasado. Y si ha fracasado no ha sido por falta de planificación (llevamos meses asistiendo a la metamorfosis); ni por la falta de procedimiento, pues la táctica escenificada durante la campaña, que adoptaba pleno sentido cuando se valoraba en contraposición al efecto que el fenómeno Vox significaba; era evidente para algunos que, reunidos desde hace semanas en asadores de Valladolid y Madrid, llevan tiempo pergeñando el retorno del que se hará en llamar “el verdadero PP”
¿De verdad no echáis de menos a nadie? El estrépito que redunda tras el aparente silencio que algunos dirigentes del Partido Popular guardaron cuando otros habrían puesto el grito en el cielo, no tanto por ver forzada su salida como si más bien por verse forzados a salir por la puerta de atrás, nos lleva a algunos a pensar, que si bien pensar en estrategias sería demasiado temerario, de ingenuos resultaría pensar que vayan a desaprovechar la oportunidad que desde ahora mismo se les presenta.
Y para ausentes, o no tanto, el Sr. Aznar. Resucitado, al menos en apariencia, a la sombra del refuerzo ideológico que la apuesta de su secuaz suponía, le hizo prometérselas muy felices; su hundimiento es ahora mismo definitivo, absoluto, lejos de cualquier remilgo. Otro que desaprovechará una gran oportunidad para retirarse, si espera a más allá del miércoles para desaparecer del escenario, definitivamente.
La paradoja de la dialéctica. La que procede de constatar cómo el presente puede ser una ilusión, o estar en el menos malos de los escenarios motivado, cuando no determinado, por la interpretación que del recuerdo hace la Historia.