Entender o no entender de jazz

Ayer escuché decir a unos señores muy serios y muy entendidos en jazz sobre el crítico del el diario El País Chema García Martínez que “ese señor escribe literatura, pero no escribe de jazz”. No interrumpí a los señores serios y circunspectos porque no era asunto mío,  pero quiero dejar claro a esos señores (que probablemente no lean este artículo) o a otros señores de parecida opinión, que ya se acabó el tiempo de escribir sobre fusas y semifusas, sobre breaks, riffs, strides, skakes, shflles, splets, skatzs y swings. Ahora yo no tengo que valorar como fue un concierto y transmitírselo a usted. Antes de que este artículo esté publicado, antes casi de que yo llegue a escribirlo, alguien lo ha grabado con su móvil, o ha grabado una parte, y lo ha subido a you tube. Casi siempre, usted puede ver una buena parte de él, y también puede ver otros conciertos similares que ya ha hecho ese artista en la gira europea. La función del crítico ha cambiado desde que existe internet. Nuestra labor ahora es precisamente literaria. Tenemos que contarle eso que internet no puede contarle, esas sensaciones que solo se perciben en vivo. No es lo mismo hacer el amor que ver porno. No es lo mismo la piel  contra la piel que la imagen. No es lo mismo una crónica literaria que una  crítica pedante y, la verdad sea dicha, a mí esas críticas de “cuánto cuantísimo sé yo de jazz y qué poquísimo sabéis los demás” me resultan un poquitín insoportables.

Dicho lo cual, creo que Chema García Martínez sabe mucho de jazz.

Scofield, Mehldau  y Guiliana

Los discos de John Scofield han formado parte de la banda sonora de mi vida desde hace muchos, muchos años. Uno de mis temas favoritos se llama “Now she’s blonde”, del disco Blue Matter. Lo publicó hace la friolera de… no me hagan contar. Muchos años. En 1987. Bueno, ahora la que soy rubia soy yo. Este es el ritornello de este festival. “Pero… ¡Eres Lucía! No te había reconocido. Como ahora eres rubia…”.

Hace cinco años, en el 2011, John Scofield dio un concierto delicado e íntimo en un escenario incomparable: el museo San Telmo. El aforo era reducido, no creo que llegásemos a ser ciento cincuenta personas. Eran las doce de la noche. No sé si había luna llena, en mi recuerdo la había. Yo estaba en primera fila, apenas me separaban cinco metros del músico. Y en la actuación me quedó clara y evidente una cosa. Scofield es un músico muy dotado. No solo dotado musicalmente. Scofield tenía una erección. Y puedo asegurarles que tenía un miembro de tamaño más que respetable.

Algo parecido sucedió el año pasado en el Sonar Festival. Simon Le Bon de llevaba un ceñidísimo pantalón blanco que demostró que “Notorious”es algo más que el tema de una canción de Duran Duran. También es lo que sucede cuando tienes una trempera y llevas un pantalón ajustado y blanco.

Después de comentar esto muchos músicos me han explicado que  el hecho de tener una erección sobre las tablas es bastante más normal de lo que la gente cree. De hecho, las de Nick Jonas y Pitbull en pleno concierto han hecho correr ríos de tinta.

No es algo tan raro. La música te hace llegar a un estado orgásmico. Y no solo al que la interpreta. El otro día, viendo tocar a Marc Ribot, me fijé en que había muchas chicas con los ojos cerrados con expresiones que sólo se podían calificar de éxtasis.

El viernes, en el Kursaal, yo me encontraba sentada a demasiada distancia del escenario como para poder apreciar el estado de la entrepierna de Scofield. Sí que aprecié otra cosa. Entre Scofield y Mehldau se establecía una química que solo se podía calificar de amorosa.

¿Han visto ustedes una película que se llama ‘Whiplash’? Trata sobre la relación entre un profesor y un alumno en una escuela de jazz. Cuando yo vi la película la califiqué de homoerótica. La escena final,  en la que el alumno se paga un solo de batería inacabable, todo sudor, baquetazos, jadeos, miradas con su profesor, más jadeos, más sudor, me pareció que era una metáfora de un coito entre los dos. Mis amigos decían que soy una salida (bueno, siempre lo dicen) y que veo sexo y homoeroticismo en cualquier parte. Pero gran parte de la crítica yanqui opinó lo mismo, así que tan equivocada no debía yo de estar. Pues bien, estoy segura de que fuera del escenario entre Mehldau y Scofield no hay más relación que la profesional y probablemente una gran amistad y un intenso respeto mutuo, pero allí, en el escenario, se respiraba sexo. ¿Por qué? Porque el jazz es sexo.

La tensión armónica, la tensión melódica, la tensión rítmica, el momento de pasión, el éxtasis, el clímax, y la relajación total. Los dos se dan en el jazz y en el sexo, por igual. De hecho en su origen la palabra jazz significaba eso: follar. Las prostitutas de Nueva Orleans trabajaban en barcazas en el río. El olor era tan denso que las chicas usaban perfume de jazmin (jazzmine, en dialecto creole). Cuando alguien había estado con una de ellas, sus amigos o su mujer lo sabían por el olor : “ You´ve been jazzin´’” quería decir lo que quería decir “Hueles a jazmín”. O sea, has estado follando.

El trombonista Clay Smith  dijo una vez «Si la gente supiera de verdad lo que significa la palabra jazz no se atreverían a decirla en ambientes dedicados».

En esos burdeles-barcazas las bandas tocaban en La planta baja, mientras que las mujeres se ocupaban en las habitaciones. Las mujeres se distribuían por categorías, y por precio. “W” – White, las más caras. “C”, Colored, mulatas.  “Oct” for Octoroon, octavonas.

El trabajo del “profesor” o pianista de la banda era crear un tipo de fervor o éxtasis que sirviera de afrodisíaco para los clientes.  Como evidentemente ninguno de los músicos estabas bien pagado, ninguno usaba partitura, así que cada uno improvisaba como podía. Y así se creó el jazz, señores.

Así que no me vengan ahora ustedes con que hay que “entender” de jazz. Faltaba más.

Pues eso, a lo que iba. Creo que en el Kuursal asistimos a una bonita historia de amor entre Mehldau y Scofield. Con un Giuliana que estaba allí haciendo de tercero en el menage à trois. Pero lo que pasa con los menage à trois es eso. Uno se va con una pareja y la noche puede ser muy bonita, sí, pero uno siente que no es que sobre, no, que ha sido bonito, por supuesto, pero que la cosa iba entre ellos. Pues yo creo que así se debió sentir Giuliana.

No me queda mucho tiempo ni tampoco mucho espacio para escribir, así que continuo en pocas líneas.

Betty Bonifasi

Una de las grandes sorpresas de la noche me la dio Betty Bonifasi. Betty Bonifassi es una cantante canadiense con una voz desgarradora que integra unas influencias muy diversas. Por una parte Marvin Gaye, Aretha Franklin, toda la Motown , Billie Holiday, Janis Joplin, el electro, el synth, el sampling, the el big sound. Por otra, su propia herencia balcánica (su madre es serbia). Por otra, la música africana. El resultado es sorprendente. Pero lo que realmente impacta es su voz. A Marilia (sí, esa Marilia, la de Ella baila Sola), le dejó también impresionadísima) Originaria de Niza, pero quebequesa de adopción, Betty tiene una voz tan potente, que se la compara con la de Shirley Bassey. Su último disco, Lomax, es un homenaje a la aportación cultural de los esclavos africanos llevados a América, y también al trabajo del etnomusicólogo Alan Lomax, que preservó muchos de los cantos antiguos de esos esclavos.

Ibrahim Maalouf

Ibrahim Maalouf es un instrumentista formado en el crisol de las influencias procedentes del jazz, la música árabe, el soul, el funky, el hard rock, y la música contemporánea en general. Es hijo del trompetista Nassim Maalouf y de la pianista Nada Maalouf, y sobrino del escritor Amin Maalouf. Huyó con su familia en plena guerra civil libanesa y creció en un barrio de las afueras de París. Maalouf es el único trompetista en el mundo que interpreta música árabe con una trompeta especial de cuatro tonos, inventada por su padre en los años 60, para reproducir los cuartos de tono característicos de la música árabe. Brahim Maalouf dividió opiniones. Medio Kuursal se pusó en pié a bailar. Un diez por ciento del aforo se fue, indignado, con opiniones de “esto es una pachanga” o “¡esto parece una verbena!”. Chema García Martínez, citado a principio de este artículo, era de esta segunda opinión por cierto.

El concierto que dio fue realmente comercial, muy fácil, muy efectista, en luces, en colores, en interacción con el público, en predecibilidad. Todas los temas eran muy melódicos, fáciles de memorizar y de repetir. Algo que encantó a gran parte del público, que pudo participar con Ibrahim, cantando a coro cada una de las composiciones, tocando palmas. Bailando, pero que escandalizó a quienes esperaban algo más culto y elitista.

Como anécdota curiosa: En un momento dado Maalouf quiso dedicar un tema, Essentiel (Esencial) como “tributo a todas las mujeres”. A lo que parece las mujeres le deben parecer esenciales para el amor y el sexo, pero no para la música. Porque en su formación había nueve hombres, nueve. Y ya dijo Sakesperare que la música es el alimento del amor, así que yo me aclaro muy bien cómo de esenciales nos considera.

En fin, queridos lectores, quede claro que el amor no solo es sexo y el sexo no es solo amor, y que la música no es solo sexo ni viceversa, que todo está tan entremezclado y tan liado lo uno con lo otro que lo mejor es dejarse llevar por los sentidos y disfrutar mientras podamos. está claro que Scofield aún puede. Y tiene 64 años.


 

John Scofield (guitarra), Brad Mehldau (piano), Mark Guiliana (batería)

AUDITORIO DEL KURSAAL – KUTXABANK 22/07/2016

Ibrahim Maalouf (trompeta), François Delporte (guitarra), Eric Legnini (teclados), Stéphane Galland (batería), Frank Woeste (teclados), Antoine Guillemette (bajo), Yann Martin (trompeta), Martin Saccardy (trompeta), Youenn le Cam (trompeta)

AUDITORIO DEL KURSAAL – KUTXABANK 23/07/2016

Betty Bonifassi (voz), Martin Lavallée (batería), Mathieu Désy (bajo , contra bajo), Martin Lizotte(teclados), Stephane Leclerc (guitarra)

ESCENARIO: HEINEKEN TERRAZA 22/07/2016

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