Las intervenciones durante el debate de investidura han dejado titulares para el recuerdo. Imágenes que tardarán un tiempo en borrarse de nuestras retinas. Y sobre todo, un sabor de boca entre amargo y agrio que solamente en algún fugaz momento ha encontrado la calma en ciertas bocanadas de frescura. Muy pocas.

La apertura de la mano de Rajoy durante la hora de la siesta del martes fue soporífera. Evidentemente un 30 de agosto, con casi cuarenta grados a la sombra, y a las cuatro de la tarde plantean un contexto nada motivador para prestarle atención a un señor que lleva cuatro años escondido tras los plasmas, y que ha añadido de propina diez meses agazapado en excusas peregrinas para no rendir cuentas. La intención es obvia: cubrir expediente, presentarse al examen sabiendo que no hay manera de aprobarlo porque no se ha hecho nada -pero tratar de dar la impresión de que todo está bajo control-.

Más de una hora para tratar de convencer a alguien sobre su investidura como Presidente. Básicamente porque el PP ha sido el Partido más votado, porque hay que tener un Gobierno sea como sea y porque no hay alternativa a un Gobierno del PP. Estos tres argumentos se fueron hinchando con mensajes que señalaban a Pedro Sánchez como el único culpable de encontrarnos en la situación de bloqueo actual y en la más que posible convocatoria de unas terceras elecciones; agradecimientos continuos a Ciudadanos, Coalición Canaria y a aquéllas formaciones que concurrieron junto con el PP en las pasadas elecciones; palmaditas en la propia espalda por el «trabajo bien hecho», por haber convertido un país que los «populares» encontraron hecho un erial en un auténtico oasis donde abundan los empleos, la riqueza, un referente internacional y ejemplo de gestión impecable. Todo mezcladito y leído sin entusiasmo. Un nivel lamentable para alguien de la talla política que se le debe presumir a un Presidente de Gobierno que aspira a seguir siéndolo.

Las réplicas resultaban ya un mero ejercicio de equilibrismo. Todos sabíamos lo que más o menos se diría, pero en el fondo observamos y escuchamos con atención, anhelando alguna sorpresa de última hora que hiciera menos predecible todo este despropósito. Y aunque no ha habido nada inesperado, esto es, el NO a Rajoy, sí ha habido intervenciones que han dejado un sabor de boca muy positivo, como ha sido la de Sánchez.

El líder del PSOE está acorralado, asediado, desamparado y «tocado»pero no hundido. Ayer lo demostró en su intervención, probablemente su mejor papel desde que se puso bajo los focos al frente de su formación. Tranquilo pero incisivo; locuaz, con ideas claras y discurso comprensible. Un discurso para explicarle, una vez más, a Rajoy los motivos por los que un partido socialista no puede abrirle la puerta a un desgobierno que tanto daño ha hecho en los últimos años. Y de paso, también sonaban sus palabras dirigidas a aquellos que, estando supuestamente en las mismas filas socialistas, tejen una tela de araña para atrapar a Sánchez (Felipe González y compañía, esos que pretenden no dar la batalla frente a una derecha incompetente, corrupta y mentirosa).

La réplica de Rajoy fue más bien digna de encuadrarse en el patio de un colegio. No subió el nivel de perlas como esa magnífica frase: «si yo soy malo, usted es peor» o «ya me ha quedado claro su NO, no hacía falta tanto discurso».

Tras las perogrulladas del Presidente en disfunciones, le llegó el turno a Iglesias, a quien su lenguaje corporal le delata de manera cruel. El líder de la formación morada consigue agotar a quien le escucha: no por el contenido de su mensaje -que en muchos casos también, pues la demagogia impregna dos de cada tres argumentos- sino por el tono empleado. Le falta naturalidad, sosiego y empatía; le sobra el soniquete-murga de un rapero que se agarra de manera lineal al tono continuo consiguiendo así que uno acabe pensando en la lista de la compra mientras le escucha de fondo. No emociona, por mucho que pretenda dotarle a todo lo que dice de un toque mitinero, casi convocando a la revolución. La clave, en definitiva, está en saber estar. Cosa que cada vez queda más claro que no controla en absoluto. No obstante, fue acertada su decisión de ceder la palabra a las demás formaciones que le acompañaron en los últimos comicios. Intervenciones como la de Domènech o Garzon le dieron buen color y empaque al discurso de una izquierda que pisa el suelo y habla claro, con pasión y claridad. Siguen diciendo que tienden una mano al PSOE, aunque ya resulta prácticamente increíble para cualquiera. Se mezclan el miedo a unas terceras elecciones -donde perderían mucha fuerza- con sus ansias de destrozar a los socialistas; y al final tanto encaje enroca a todos las piezas.

La réplica de Rajoy, quien en ningún momento había nombrado a la formación de Iglesias, ni en su discurso de apertura ni en las réplicas dadas a Sánchez, fue relajada, socarrona y haciendo gala de esa «retranca» que a Pablo tanto le gusta. No le vamos a negar al gallego que algunos «zascas» fueron merecidos y hasta tuvieron su punto de humor; pero en cualquier caso, no dejó de ser un lamentable espectáculo indigno de un país en el que millones de habitantes están sufriendo por tener una clase política tan sumamente infantil e incompetente.

Precisamente pretendiendo arrogarse el papel de conciliador en esta telenovela llegó Rivera. Palabras huecas, guiños desesperados al PSOE (tratando de disimular su propia condición de «chaqueteros») y un discurso aburrido repleto de lugares comunes y de «digos y Diegos» bochornosos. Deben considerarse brillantes los «ciudadanos», al intentar vendernos su estrategia como algo inteligente, esto es: que si consiguieron que el PSOE firmase el acuerdo con ellos en las anteriores, ahora deberían firmar de nuevo. Una especie de chantaje que pretende desnudar de ideología a la acción política y convertirla en una mera actividad de gestión sin ideas ni sentimientos que la superen. Lo cierto es que Sánchez estaba en esa postura hace un par de meses, y precisamente por ello fuimos algunos muy críticos con él y sus palmeros; ahora está jugando el papel del lider de izquierdas que se cree aquéllo de tener principios y valores. Veremos cuánto le dura.

Viendo el panorama y el nivel de los discursos, lo más llamativo es que uno de los más valorados a día de hoy sea el del líder del PNV. Alto nivel argumental el de Esteban, acompañado de una impecable puesta en escena. Tono agresivo en su justa medida, palabras rotundas donde fue necesario y un auténtico goteo de argumentos firmes que destrozaron la triste pantomima presentada por Rajoy.

Ya ve el lector cómo está el patio: todas las piezas enrocadas. Un bloqueo lógico entendiendo el absoluto vacío democrático en nuestra cultura, la falta de respeto y de diálogo -alimentada de manera espectacular por la mayoría de los medios de información- y una evidente falta de empatía y conexión con la realidad de todos los que se sentaron ayer en sus escaños. Todos, por mucha coleta y rasta que algunos se pongan, cada vez queda más claro a lo que han venido los nuevos: perpetuar las mismas tretas y artimañas que los de siempre, pero esta vez metiendo la cuña de «transparencia» «regeneración» «ni de izquierdas ni de derechas», cada dos palabras. Aunque a la hora de la verdad, nada de nada.

Tenía razón Rivera en una cosa: parece que tenemos que elegir entre lo malo y lo peor. Y lo triste es que a esto lo llamemos democracia y regeneración.

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