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Entre la mera notoriedad y la plusvalía del momentum

“Lo que piensas, lo serás. Lo que sientas, lo atraerás. Lo que imagines, lo crearás.” Buda

Alberto Vila
Alberto Vila
Analista político, experto en comunicación institucional y economista
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análisis

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En lenguaje coloquial se emplea “momentum” para expresar el impulso, lo que supone un aporte valioso a la comunidad o, tal vez, la simple notoriedad, que no es lo mismo, que una idea o persona tiene en un momento determinado para la sociedad que la contiene. Isaac Newton utilizó este término en latín para referirse a un cuerpo en un movimiento constante. Ya Galileo Galilei había enunciado el “principio de inercia”, que decía que “un objeto en movimiento seguirá la misma dirección a una velocidad constante, a menos que sea interrumpido”.

Los cuarenta años de la dictadura franquista, y la transición al bipartidismo que nos trajo hasta el siglo XXI, podrían inscribirse en ese “principio de inercia”. Bajo los auspicios de potencias extranjeras y poderes fácticos españoles, ese proceso se llevó a cabo según los atributos del gatopardismo más sutil. La gestión política y la económica siguieron “…la misma dirección a una velocidad constante, …” desde la muerte del genocida hasta la aparición del fenómeno del 15M.

Esta manifestación social espontánea supuso la expresión auténtica de un hartazgo, al mismo tiempo que una oportunidad para los modos y fines de gestionar los recursos públicos. Había llegado el “momentum”. Con ello se cumplió el fin del “principio de inercia” de Galileo, al decir que se mantenía “… a menos que sea interrumpido”.

El orden franquista diseñó el modelo de Estado que debía regirnos. Determinado por la propia voluntad del dictador se designó desde las entrañas del Régimen al sucesor del Caudillo. Gatopardismo puro que permitió los excesos que actualmente se pueden observar en las páginas de la prensa internacional. España es un Estado impregnado de corrupción. Beneficio fácil. Concentración de la riqueza. Privatización de los recursos naturales. Redes de intereses que se protegieron, desde el cohecho a la cooptación. Todo se admitía bajo la fórmula “cuestión de Estado”.

Toda inmoralidad se cubrió con el beneplácito de los representantes de Dios. Con muchas misas y escasos responsables, así se justificaron las negligencias en accidentes evitables. También en una gestión de la Pandemia que, algunas víctimas, califican de homicida. Con notorias puertas giratorias ejercidas sin el menor rubor ético. Los que beneficiaron ese estado de cosas hicieron, y hacen, lobby sin pudor alguno. Promovieron legislaciones para beneficio de quienes luego terminaron contratándolos. Los privilegios intactos.

Ese modelo, el postfranquista, que “… seguirá la misma dirección a una velocidad constante, …” fue interrumpido por la más efectiva expresión política habida en la democracia española: el 15M. Así Podemos significó “… un impulso valioso… “, para la actual Sociedad española. Eso es lo que la inercia franquista, en todas sus formas no le perdona. Llegado el momentum de Podemos, se interrumpieron buena parte de los modos de gestionar los recursos públicos, fuesen estos financieros, técnicos, judiciales, sociales o políticos. De allí el colosal ataque por aire, mar y tierra, por parte de todos los medios de comunicación bajo el control financiero del statu quo. Dos creaciones políticas diseñadas, como Ciudadanos y Vox, un puñado de denuncias a través de particulares, asociaciones y de las cloacas del Estado, para derribar la opción de Podemos. Luego de una sucesión de elecciones con resultados similares… el momentum Podemos desembocó en este gobierno de coalición. Pero, el relato para derribarlo prosigue. Los recursos de los que disponen son ilimitados.

Ese hecho es el que reúne bajo el mismo relato a Felipe González, José María Aznar, Fernandez Vara, García-Page, Lamban, Arrimadas, Pablo Casado, Abascal y otros representantes defensores del statu quo postfranquista. Esa unidad de objetivo es la mejor prueba de que no aceptaron el riesgo a que interrumpan su modelo de apropiación de beneficios, necesarios para el interés general, en beneficio propio.

Veremos cómo se resuelven los asuntos públicos en las instancias del Tribunal Supremo y en el Tribunal Constitucional. Confiemos en que el trumpismo negacionista y judicializador no tenga cabida en esas instancias. Por el bien de todas las personas de este país. Porque luego les quedaría el golpe de estado puro y duro. 

Sería el regreso a 1936.

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