Casi dos décadas en el poder de un mismo partido político, con las mismas tendencias en la gestión del gobierno y, en consecuencia, los mismos vicios, hacen imprescindible que se produzca un cambio, y eso el pueblo lo sabe y ya mostró su voz a este respecto en las elecciones municipales del mes de marzo.

El Papa Juan XXIII, cuando convocó el Concilio Vaticano II, afirmó que había que abrir las ventanas y las puertas para que entrara el aire, es decir, para ventilar. En una estructura de poder eso sólo se puede lograr cuando se produce una transformación absoluta de los sistemas de gobernanza.

Dieciséis años del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) en el Palacio Nacional han generado, precisamente, que se vicie el aire de la democracia dominicana. Por esta razón, estas elecciones que se celebrarán el próximo domingo, son cruciales, no sólo para el país, sino para todos y todas las ciudadanas de la República Dominicana.

Los casos de corrupción se han sucedido en distintos ámbitos y, casualmente, ningún alto dirigente del PLD ha sido imputado en ninguna causa relacionada, lo que da una idea de la impunidad y la relajación de funciones democráticas que se ha sucedido en estos años. Por eso, si el pueblo decide el próximo domingo un cambio de partido gobernante, el nuevo inquilino del Palacio Nacional tiene una obligación política, social y ética para con la democracia y la ciudadanía dominicana: abrir las ventanas y que entre en aire, que se modifiquen las pautas de poder que han llevado a la más absoluta corrupción de los diferentes poderes democráticos, desde el primero hasta el cuarto. No hacerlo sería seguir con lo mismo, transformar el cambio prometido en continuismo letal.

Nadie que no sea el pueblo se puede beneficiar de los recursos del Estado. Nadie y, ni mucho menos, las dictaduras privadas que siempre operan en la sombra pero que condicionan la vida de los hombres y mujeres de la República Dominicana.

Los resultados de la gestión durante los últimos 16 años se sustancian en la denuncia que la asociación española ACODAP ha interpuesto ante la Fiscalía de la Audiencia Nacional de Madrid, una denuncia basada en los conceptos mínimos del respeto a los valores democráticos y a los máximos de la lucha contra la corrupción. Hasta ahí ha llevado la desidia en la persecución de esta lacra, a que haya tenido que ser en un país extranjero donde se presente ante la Justicia lo que ocurre en República Dominicana. Esto es muy grave, no sólo por el contenido de la denuncia, sino por el fondo existente en ella.

En otro orden, el cambio siempre revitaliza a las democracias, porque es la mejor demostración de que el pueblo es el que tiene la palabra y la decisión final sobre quién quiere que rija sus destinos en los próximos cuatro años. Un gobernante jamás puede taparse los oídos para no escuchar la voz de la ciudadanía que reclama soluciones reales, no palabras o medidas que, en realidad, no son más que un placebo para callar temporalmente al pueblo mientras la corrupción y la violencia siguen inundando el país.

La democracia es un sistema político que se nutre, precisamente, de la voluntad popular y de la regeneración de los modelos de gobierno. En Europa y en América se puede comprobar cómo, cuando un partido mantiene el poder durante mucho tiempo, tiende a gobernar de espaldas al pueblo en busca de la mejora de los parámetros socioeconómicos que más favorecen a las élites y, en consecuencia, más perjudican a la ciudadanía.

Por todo ello es importante un cambio en el modo de hacer política, una modificación en los modelos de gestión política de los recursos del Estado para realizar una transferencia que restañe las necesidades de la ciudadanía, un modelo de gobierno que, en definitiva, beneficia a todos y a todas porque un pueblo satisfecho también genera importantes ganancias a las élites, quizá menores que con sistemas corruptos, pero beneficios al fin y al cabo.

Si el pueblo dominicano decide el cambio, no tengo más remedio que dirigirme a los posibles nuevos gobernantes para decirles una cosa: antes de tomar una decisión, valoren y prioricen lo que esa medida impactará en el pueblo, en las personas. Hagan política desde la humanidad, no desde las hojas de cálculo de un informe. No regateen en buscar el beneficio directo al pueblo porque, al final, los hombres y mujeres son agradecidos con quienes les garantizan el bienestar, con quienes les dan seguridad. Un gobierno está para atender a la ciudadanía.

El pueblo jamás puede tener miedo al cambio. John Fitzgerald Kennedy decía que «el cambio es ley de vida. Cualquiera que sólo mire al pasado o al presente, se perderá el futuro». El día 5 de julio se juega ese futuro en República Dominicana, un futuro que sólo puede ser próspero para todos y todas si hay un cambio.

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