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El yo de internet

Joan Martí
Joan Martí
Licenciado en filosofía por la Universidad de Barcelona.
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análisis

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El yo de Internet parece más auténtico, genuino y compasivo que el yo social público, que parece más propenso a temer a los demás, a adoptar actitudes defensivas y al engaño. Lo que hace que el romance de Internet sea tan superior a las relaciones de la vida real es el hecho de que el romance cibernético anula el cuerpo, lo que permitiría una expresión más completa, más autentica.

Según esa posición, el cuerpo (o mejor dicho, su ausencia) permite que las emociones surjan de un yo más auténtico y fluyan hacia un objeto más valioso: el verdadero yo descorporizado de otro. Sin embargo, si ése es el caso, desde el punto de vista de las emociones supondría un problema especial porque las emociones en general y el amor romántico en particular están anclados en el cuerpo.

Si ése es el caso, y si Internet anula o suspende el cuerpo, ¿cómo puede entonces dar lugar a emociones? Para plantearlo con más exactitud, ¿cómo hace la tecnología para rearticular la corporalidad y las emociones?

No interesan tanto los sitios que tienen una orientación explícitamente sexual, por la simple razón de que lo que interesa es precisamente la articulación de tecnología y emociones. Así, a los efectos de conocer a un otro virtual, se le exige al yo que pase por un vasto proceso de autoobservación reflexiva, introspección, autoclasificación y articulación de gustos y opiniones.

En resumen, en los sitios web de citas se nos exige simultáneamente que nos describamos de manera objetiva y que resumamos y refinemos, en la fantasía, los propios ideales (en cuanto a amor, pareja y estilo de vida).

El yo se construye descomponiéndolo en categorías discretas de gustos, opinión, personalidad y temperamento, y así se lo hace buscar a otro sobre la base de la idea y la ideología de la compatibilidad emocional y psicológica. Un encuentro exige una gran cuota de introspección y la capacidad de articular el perfil psicológico propio y el de otro.

Internet hace que el yo privado se vuelva visible y que se despliegue públicamente ante una audiencia abstracta y anónima que, sin embargo, no es un público sino más bien un conjunto de yo privados. En Internet, el yo psicológico privado se convierte en una representación pública.

En internet se invierte el orden en el que las interacciones románticas se condujeron tradicionalmente: si la atracción suele preceder al conocimiento de otra persona, aquí el conocimiento precede a la atracción, o por lo menos a la presencia física y a la corporización de las interacciones románticas.

Internet coloca a cada persona que busca a otra en un mercado abierto de competencia con otras. Cuando se ingresa al sitio, de inmediato se queda en situación de competir con otros que podemos ver. La tecnología de Internet ubica así al yo de manera contradictoria: hace que efectuemos una profunda introspección, es decir, exige una concentración sobre sí a los efectos de plasmar y comunicar su esencia única, en forma de gustos, opiniones, fantasías y compatibilidad emocional. Por otro lado, Internet también hace del yo un producto en exhibición pública.            

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