A cuatro días de que el ser humano celebre los cincuenta años de su mayor hito como especie, la llegada a la Luna, cada vez son más los que se suman a la corriente conspiranoica que niega que Neil Armstrong pisara la superficie lunar tras decir aquello de “es un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la humanidad”.

Hoy son muchos, millones en todo el mundo, los que niegan que aquel histórico 20 de julio de 1969 el ser humano alcanzara tal proeza y aún más los que creen que las imágenes del Apolo 11 alunizando entre cráteres y polvo cósmico fueron en realidad grabadas por los norteamericanos en un estudio de Hollywood con el fin de no perder la carrera espacial con la Unión Soviética. Las cifras resultan escalofriantes: el 25% de la población de Estados Unidos y Reino Unido no cree que el hombre haya llegado a la Luna, un porcentaje que aumenta en países como Rusia. Toda esta gente, los apoloescépticos, los conspiranoicos y propagadores de supersticiosos cuentos de viejas opinan que el viaje a la Luna fue el mayor engaño de la historia de la humanidad, cuando en realidad la estafa es la proliferación de una ideología, la del negacionismo histórico, que tanto daño está haciendo a la humanidad, no solo en lo político sino también en lo científico.

Los conspiranoicos y negacionistas de la ciencia creen que las vacunas matan en lugar de curar, que el cambio climático es una invención de los chinos para hundir a Occidente, que beber la propia orina cura el cáncer, que Elvis sigue vivo y que las Torres Gemelas fueron demolidas por orden directa del presidente de los Estados Unidos de América, un tonto a las tres como George W. Bush que no sería capaz de maquinar, por falta de una mínima imaginación, una catástrofe tan colosal. Por no hablar de esa singular troupe de friquis que piensa que la Tierra es plana, de tal forma que cuando un barco llega al Polo Norte cae irremediablemente por un precipicio sideral y se pierde en los confines del Universo. La estupidez es el primer paso para llegar al fanatismo y a la superchería y la historia está llena de ejemplos de ciegos iluminados que creyendo haber encontrado una verdad absoluta que solo veían ellos en su delirio lograron arrastrar a otros a guerras, persecuciones y desastres de todo tipo. Ya dijo Einstein que es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio.

Pero volvamos a la Luna. La teoría de la conspiración se puso en marcha el mismo día en que el Apolo 11 se posó suavemente en el Mar de la Tranquilidad. Desde entonces farsantes, charlatanes, oportunistas, cazaexclusivas y conspiranoicos de todo pelaje y condición han alimentado rumores que han calado en las mentes más crédulas. Así, en 1974 Bill Kaysing publicó su infausto libro Nunca fuimos a la Luna, que abrió el camino para cándidos e ingenuos proclives a tragarse cualquier trola con tal de que resulte apasionante y divertida (otro de los grandes males de nuestro tiempo es sin duda que lo jocoso y frívolo se prefiere siempre a la razón, al estudio y a la reflexión, que exigen mayor esfuerzo y una acumulación mínima de neuronas).

Más tarde, en 2001, la Fox –la cadena favorita de Donald Trump, el mayor embaucador de nuestro tiempo–, emitió Teoría de la conspiración: ¿aterrizamos en la Luna?, un documental que deja caer la posibilidad de que la llegada al satélite terrestre se grabara en el Área 51, una base militar de máxima seguridad y alto secreto. Aquel reportaje ganó a millones de negacionistas para la causa y la desinformación al servicio de las audiencias televisivas siguió cuajando peligrosamente. Como también causó estragos en el pensamiento racional humano Operación Luna (2002), un falso documental donde sus productores, tras tratar de convencer al espectador de que la odisea lunar fue un montaje dirigido por Stanley Kubrick, terminan reconociendo que el reportaje fue en realidad una broma pesada. Pese a todo, muchos se lo tragaron a pies juntillas y aún hoy siguen creyendo que lo que vieron en ese documental descubrió la gran verdad.

En la actualidad contamos con cantidad de argumentos que demuestran que el ser humano sí conquistó la Luna y se ha desmontado, una tras otra, cada mentira de los conspiranoicos: los soviéticos, por ejemplo, dieron por buena la hazaña del rival yanqui (algo habría dicho la que competía por ser primera potencia mundial de haber detectado algo raro); los más de 380 kilos de rocas lunares que los astronautas trajeron a la Tierra, material geológico que no ha podido encontrarse en nuestro planeta, han sido puestos a disposición de la comunidad científica para su análisis; la NASA ha reconocido que la bandera estadounidense que parece ondear al viento pese a que no hay atmósfera en la Luna fue enganchada por los astronautas a una escuadra para sujetarla y poder obtener así una mejor imagen icónica; el escaso brillo de las estrellas del cielo lunar se debe a que la luz no daba para impresionar una película fotográfica; las sombras de los astronautas son efectos ópticos explicables científicamente; y la supuesta “C” dibujada sobre una roca lunar se ha demostrado que es un error de revelado provocado por un trozo de fibra. Pero es que además el prodigioso viaje fue seguido por estaciones espaciales de todo el mundo y periodistas acreditados de los cinco continentes pudieron vivirlo en instalaciones de la NASA. Lamentablemente, ninguna explicación argumentada científicamente servirá para que los delirantes partidarios del negacionismo más absurdo recapaciten y admitan lo descabellado de sus posiciones ideológicas. Así es la tozudez y la mollera de algunos. Más dura que el metal con que fue fabricado el Apolo 11.

1 COMENTARIO

  1. Como dice una de las frases de marchena que aparece en las camisetillas que actualmente las recogen, como si fuesen sesudas citas de algun jurista romano, en vez de lo que realmente son.. vamos a ver..esto no ha empezado bien. Un postulado genuinamente cientifico, y por tanto exclusivamente racional, debe fundamentarse en evidencias provistas de general valor probatorio, es decir, verificables por cualquiera directa e integralmente, con el exclusivo concurso de sus recursos perceptuales basicos, y con independencia de su conocimiento o ausencia del mismo respecto al asunto a demostrar. Todo lo que no sea eso, impone la necesidad de creer en lo que otros dicen sin poder verificarlo integralmente, lo cual no es mas que creer en sagradas escrituras academicas, en supuestas verdades, cuyo valor axiomatico lo determina unicamente su procedencia. De ahi a creer en dios o irracionalidades por el estilo, solo hay un paso

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