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El verano de nuestra decepción

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análisis

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Todos los veranos están de alguna manera conectados, de la misma manera que, según Juan José Millás, lo están todos los fondos de los armarios. Y yo diría que los libros también lo están. A los que ya llevamos unos cuantos veranos a cuestas, cada verano que comienza nos produce una idéntica expectativa, nos despierta una siempre insensata pero imprescindible ilusión y esperanza que nos anima a seguir adelante. Este verano también venía con su pan en forma de esperanza, o algo parecido a ella, bajo el brazo. Una esperanza algo fingida que nosotros mismos nos encargábamos de alimentar. Había que hacerlo para poder agarrarnos a ella y no caer en la más absoluta desolación y desesperación.
Este verano áspero y seco como una trilla, con olas de calor tan seguidas que ya no distinguimos muy bien cuando llegan ni cuando se van, un verano que sentimos y padecemos como una única chicharrera que nos deja para el arrastre, he releído un libro de relatos de Félix Grande que lleva por título Decepción.

El libro se divide en dos partes, en la primera, llamada “Catilinarias” hay un escrito llamado “Petulancia” donde aparece un personaje “sencillamente desesperado, apaciblemente desesperado, confortablemente desesperado” “sonrientemente desesperado”. Y esa desesperación le convertía en un ser maduro para entender en toda su sabiduría, la carga de sinceridad, de desolada sinceridad que transportaban algunas frases sinceramente desoladas. Su desesperación le capacitaba para sentir una infinita y absolutamente inútil fraternidad por los desolados como él que pronunciaban esas frases o las escribían”. Un día leyó una de esas frases desvastadoras en un artículo de periódico y sintió una especie de solidaridad, de fraternidad por el autor de esa frase desesperada. “A veces en los periódicos, dice Félix Grande, aunque parezca increíble, entre tanta información manipulada e hipócrita o directamente falsa, y entre tanta opinión hipernarcisista o autopublicitaria o inmundamente frívola, uno puede hallar una frase desolada, por fin una frase desolada en un periódico de este país”.

Parece increíble, pensó, hallar una frase de esa naturaleza nada menos que en un periódico, no en un libro, sino en un periódico. Y se pregunta: “¿qué hace una frase desolada en un periódico de este país, cómo es posible que en esta época repugnante en la que todo el mundo miente, y en la que todo el mundo huye y en la que todo el mundo se enriquece grotescamente o sueña con enriquecerse grotescamente, aparezca de pronto una frase en un periódico, una frase que ni huye ni miente ni se afana en otra cosa que en mostrar el estado desolado de un hombre desolado”.

Cuando se alcanzan el cansancio y el asco necesario para articular esa frase desolada, esa frase escrita en un periódico ya pertenece a todos los lectores que la hacen suya. Nuestra petulancia nos había llevado a olvidarla, a olvidar la verdad y la verdad de este mundo petulante es que estamos perdidos. “Estamos perdidos” he ahí la frase terrible, desolada y desesperada que venía escrita no en un libro sino en algo tan de usar y tirar tan, la mayoría de las veces, poco creíble como un periódico.

Este verano, como todos los veranos, ya habíamos desplegado las velas de la esperanza, la maldita esperanza que creemos que nos da la vida cuando realmente nos mata, para navegar por sus días. Este verano al que ya habíamos sido capaces de adjudicar, de proveer, las mismas expectativas de todos los veranos, es decir, ya habíamos quitado otra vez el polvo a la ilusión de que esta época de descanso, de holganza vacacional nos traería la clave, la fórmula milagrosa para ser feliz. Una felicidad que podría consistir en no volver a madrugar, no volver a trabajar en el mismo trabajo alineante y repetitivo de siempre que nos lleva a gastar un tiempo de vida precioso que sabemos que nunca recuperaremos. Una felicidad que se fundamenta simplemente en no tener que volver a repetir a diario la misma tortura como condenados Sísifos, o como cobayas que hacen girar la noria desesperados sin lograr avanzar un solo centímetro.

Contra todo ese panorama desolador que nos acecha a ambas orillas del verano nos defendemos imaginando cada verano un verano ideal en el que viviremos una loca pasión de cualquier tipo que nos cambiará la vida para siempre. Un verano apoteósico que supondrá un antes y después en nuestras previsibles, tediosas y adormecedoras vidas de ahormados contribuyentes.

Pero apenas comenzado este verano, nos llevamos la primera y definitiva decepción, el primer y único puñetazo que nos manda a la lona apenas iniciarse el primer asalto, el que parecía de tanteo. Un puñetazo de campeón de los pesos pesados que recibimos en pleno rostro en forma de fracaso total y absoluto de las negociaciones entre el PSOE y Unidas Podemos. Una puñetazo que se lleva por delante nuestras recién creadas expectativas de asistir a un verano esperanzador, ilusionante. Un verano que se pareciera aunque fuera remotamente al verano tantas veces soñado y otras tantas malogrado.
Muchos hemos vivido y sentido ese fracaso como algo personal, como si tuviéramos también algo de culpa, como si hubiéramos nacido con una especie de pecado original que no nos quitaremos nunca.

La expectativas puestas en este verano nos hizo venirnos arriba hasta el punto de llegar a imaginarnos una unidad de la izquierda con la que muchos millones de mujeres y hombres de este país tan peculiar hemos fantaseado y jamás se ha materializado. Ningún trabajador de este país puede entender el por qué de ese permanente desencuentro, esa ancestral desavenencia, esa perpetua discordia marca de la casa. Necesitábamos como el comer ese acuerdo para defendernos de los zarpazos de un neoliberalismo que quiere hundirnos todavía más en la miseria. Urgía llegar a una alianza aunque fuera de mínimos entre las dos fuerzas de izquierda para hacer algo de frente al poder financiero, el único poder verdadero.

Pero nos encontramos con que no hay entendimiento, las posiciones están cada vez más alejadas y eso lo sentimos como un desprecio hacia nosotros, sus votantes, que nos creíamos más importantes para ellos que lo que realmente somos, de ahí viene nuestra decepción. Unos votantes que vivimos acuciados por problemas uno mayor que otro. Ninguno de nosotros entiende que no se hayan llegado a un mínimo consenso para acometer ese ya crónico cáncer del paro, de la precariedad, de la pobreza, de la exclusión social… y otros males que han venido para quedarse y a nadie parece importarle un pimiento. Una vez rotas las negociaciones, si es que existió tan cosa y no un penoso desfile de egos vestidos de pavos reales, sabemos que nadie, porque ellos eran nuestra única esperanza, va a acometer los problemas que nos tienen contra las cuerdas impulsando serias y bien armadas y contundentes políticas de Estado para acabar con esos males endémicos que nos asuelan. Nadie va cambiar nada, si acaso, y en el mejor de los casos, se hará que se hace, se pondrá un parche, un apaño para ir tirando y poco más. En vez de abrir de arriba a abajo y operar para atajar el mal, se le dará colorete en las mejillas al enfermo para que presente mejor aspecto.

Lo peor de todo es que nos han matado, y ni siquiera la llegada de otro verano despertará la imprescindible ilusión y esperanza para seguir adelante. Y todo será una misma penosa y resignada travesía de un desierto sin fin o de un mundo oscuro a lo Blade Runner donde siempre es de noche y nunca para de llover. Los sindicatos, esos a los que llaman “interlocutores sociales” hace tiempo que deberían haber tomado las riendas para intentar reconducir la situación, como esos sistemas de seguridad de algunos coches que evitan los choques frontales en el último momento.

Pero no han actuado y lo peor es que ni se espera que actúen. Parece que eso ya no va con ellos. Una vez más se han mostrado más impotentes que el inspector de un casino de Las Vegas. Con mirarse el ombligo y redactar rutinarios comunicados ya se dan por satisfechos. La última vez que despertaron un poco fue con motivo del día de la mujer donde redactaron encendidos manifiestos, convocaron paros y movilizaciones para luchar por la igualdad de género, una lucha muy loable y necesaria. En esa jornada se pudo constatar uno de los grandes problemas de los sindicatos, y es que solo ven en gran angular y solo saben redactar telegramas, que son las frases de las grandes pancartas que sacan a la calle.

Pero tanta frase impactante, tanto lema grandilocuente les lleva a olvidar, a ignorar a las personas a ras de calle. Hablan con grandes palabras de igualdad de la mujer mientras ignoran los problemas de fulanita, menganita y zutanita, mujeres de carne y hueso que tienen a su alrededor, que conocen y que sin embargo no ven o no quieren ver, que es peor, porque están más pendientes de redactar grandes frases que adornan y visten mucho, pero que a nada comprometen. A eso se llama fariseísmo, fingimiento, disimulo, hipocresía pura y dura.

A estas alturas de la película y con todo lo que llevamos pasado, si fuera verdad eso de que cada dolor te hace más fuerte, cada traición más inteligente, cada decepción más hábil y cada experiencia más sabio, seríamos fuertes, inteligentes, hábiles y sabios, más que los siete sabios de Grecia juntos. Nada ni nadie, ningún poder se atrevería siquiera a tocarnos un pelo, y desde luego ninguna patronal hubiera siquiera planteado una reforma laboral como la que nos han metido entre pecho y espalda sin una gota de vaselina, y sin el menor respeto ni miramiento alguno. La verdad, la amarga verdad, es que los trabajadores cada vez somos más débiles, más frágiles y vulnerables, más ignorantes, menos concienciados y por tanto más manipulables, más torpes y desmemoriados, más insensatos si cabe. Como dijo el maestro Sánchez Ferlosio: “Vendrán más años y nos harán más ciegos”

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3 COMENTARIOS

  1. Cuánta razón tienes y cuánta sin razón tienen los que se hacen llamar políticos, vienen tiempos muy jodidos para los curritos, la era de ? Cómo va lo mío?, esta instaurada en nuestra sociedad, !Que pena!, sociedad de borregos.

    Un saludo compañero

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