El Vaticano, el Holocausto y la crisis de Ucrania

Los silencios del Vaticano siempre van acompañados de la muerte, como su inseparable compañero de un tango trágico, bien sea durante el Holocausto o ahora durante la carnicería ucraniana. Cuando el Papa calla ante la tragedia, los hombres mueren en silencio y la inocencia se pierde para siempre al no condenarla. Hay silencios que matan

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Dicen los diplomáticos que el silencio, incluso el más sonoro en los tiempos más siniestros, es una forma de hablar en el argot diplomático. Por ejemplo, el país más informado del mundo, como la Ciudad del Vaticano, que tiene al menos uno de sus agentes en todas las más recónditas aldeas y ciudades del planeta escondidos bajo las sotanas de miles de sus fieles sacerdotes y jerarcas eclesiásticos, conoció que los nazis, junto con sus verdugos voluntarios, estaban perpetrando la mayor matanza de la historia: el Holocausto.

El controvertido Papa de entonces, Pío XII, conocía de primera mano, por boca de los obispos de las zonas ocupadas, lo que estaba pasando pero no hizo nada de nada para evitarlo, ni siquiera alzar la voz para condenar al régimen nazi y a su máximo líder, Adolf Hitler. Mas bien lo contrario: la Iglesia católica, para conservar sus pertenencias en todo el mundo pero especialmente en las zonas ocupadas por los alemanes, mantuvo su consabida neutralidad, que no era más que maquillar  los brutales crímenes perpetrados, y la condena a la Shoah apenas llegó años después. Qué cinismo.

Ahora, al igual que ha hecho con la represión brutal de numerosas protestas pacíficas en Cuba y Venezuela, el Vaticano calla ante la despiadada invasión de Ucrania por parte de Rusia, y quien calla, como se dice, otorga. Resulta sorprendente que el Vaticano tenga, ante esta invasión desproporcionada en sus medios militares, salvaje en sus ataques a objetivos civiles y manipuladora en su supuesta justificación “histórica”, el mismo discurso que la izquierda e invoque el “no a la guerra”, un eufemismo para esconder el comienzo de otro genocidio como estamos contemplando con todo lujo de detalles en todos los medios y canales de información internacional.

Está claro que el Vaticano, al igual que ocurrió durante el Holocausto (1938-1945), no está lo suficiente informado ni tampoco quiere acerca de lo que está ocurriendo en Ucrania. Ya han muerto varios miles de civiles, más de dos millones de ucranianos se han refugiado en los países vecinos y la brutal y salvaje guerra impuesta a Ucrania por los rusos apenas acaba de comenzar. Las imágenes que vemos en nuestras televisiones son mucho más elocuentes que las palabras y en estos tiempos que corren, nuevas tecnologías por medio, nadie puede escudarse esta vez en que no sabía nada. Mienten los obispos y el falaz Papa.

De lo que no se conserva ni siquiera un fósil, no ha existido

Putin machaca y asesina a los civiles ucranianos, reduce sus ciudades a escombros y está acabando con los cimientos de esta nación milenaria. Diariamente nos enteramos por los medios de comunicación y por aquellos que abandonan el infierno ucraniano de cómo se está destruyendo este país de una forma metódica, sistemática y organizada por el genocida de Moscú

La historia de este país se acabará reduciendo a una ficción al estilo de Borges, algo así, como diría un amigo mío bosnio, a un manual de zoología fantástica, pasto de personajes incultos y sarcásticos al estilo Putin. El mundo podría creerles, y ahí radica el peligro al igual que ocurrió en el Holocausto, porque la realidad material desnuda estará de su lado. Lo que no existe, lo que fue reducido a escombros por las bombas, aquello de lo que no se conserva siquiera un fósil, es que realmente no ha existido. 

Ucrania debe sobrevivir en el alma de Europa, al igual que el espíritu judío sobrevivió en el continente en las artes, en la literatura, en esa identidad que pervivió en los supervivientes a la hecatombe que significó el Holocausto, porque sino este Apocalipsis que vive ahora esta nación no dejará sumidos en parte de un anonimato colectivo, una suerte de olvido anterior. Si se consuma una victoria pírrica del enemigo en el campo de batalla, aunque sea por la mínima, será una derrota moral y ética para Europa y una victoria para Putin. 

Ahora, al igual que en 1939, cuando Hitler atacó a Polonia, tenemos que tener claro quién es el enemigo y quién es el agredido, quién es el pérfido asesino y quién la víctima. No nos equivoquemos de bando. Mientras tanto, el Santo Padre, oráculo y embajador de todo tipo de tiranías y dictadorzuelos, sigue cayado sin decir nada de nada, sin condenar al sátrapa asesino, mientras las bombardeos resuenan en las ciudades de Ucrania y en nuestras conciencias. El Papa actúa como en 1939, cuando se abrieron las puertas de los campos de concentración para el exterminio masivo de millones de judíos y  Pío XII no dijo nada, y como hoy cuando vemos a miles de civiles ucranianos caer bajo las balas y bombas rusas sin que el Vaticano se pronuncie. Demencial, simplemente demencial.

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