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El tiempo pasa y el apocalipsis económico que auguraba Feijóo no llega

Pese al discurso catastrofista del PP, noviembre registró el segundo mejor dato de empleo de la historia, la inflación se mantiene bajo control y la sombra de la recesión va quedando atrás

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análisis

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Alberto Núñez Fakejóo tenía un plan para llegar a la Moncloa: que la economía española se hundiera estrepitosamente para que el clima social se enrareciera, la calle se revolviera contra Sánchez y él pudiera aparecer como el gran patriota salvador. Sin embargo, los días van pasando, el apocalipsis ansiado no termina de llegar y el reloj empieza a jugar en contra del presidente del Partido Popular (cada vez queda menos para las elecciones generales). Hoy mismo se han conocido los datos del paro del pasado mes, que vuelve a bajar (más de 33.000 personas encontraron un empleo, el mejor noviembre de la historia), así que la hoja de ruta trazada se le vuelve a torcer al líder conservador gallego. Mala suerte, tendrá que esperar a diciembre con la esperanza de que el anunciado cataclismo económico se produzca de una vez por todas, aunque lo tiene difícil: la campaña navideña volverá a dar un nuevo impulso a los mercados y el panorama mejorará todavía más.

Produce un placer sublime ver las caras de funeral de todos los dirigentes populares en una mañana tan aciaga para ellos como la de hoy. Una impotente Cuca Gamarra tira de burdo negacionismo trumpista y denuncia que los datos oficiales sobre trabajadores fijos discontinuos están maquillados (falso, el sistema de recuento es el mismo desde hace 35 años). Elías Bendodo tres cuartos de lo mismo. Y Garamendi, con la boca pequeña y a regañadientes, se ve obligado a reconocer que la cifra de empleo es buena, aunque acto seguido ponga peros, busque entre las páginas de la encuesta de población activa algo con lo que poder atacar al Gobierno y se agarre a cualquier clavo ardiendo, a cualquier decimal o porcentaje que pueda perjudicar la imagen del Ejecutivo central, como los supuestos problemas de las pymes, la excesiva carga fiscal en el sector privado y la inquietante tendencia al cierre de empresas. Malas coartadas que poco interesan a los españoles, preocupados por el trabajo y los salarios.

El presidente de la patronal busca y rebusca lo que puede entre los informes técnicos recién salidos del horno para poder afearle algo a Sánchez. El problema es que, por mucho que mira con lupa entre el papelamen, el hombre no encuentra nada con lo que poder contribuir al panorama apocalíptico que trata de dibujar Feijóo. La realidad, la cruel y triste realidad para la derecha, es que la economía española, sorprendente y milagrosamente en un momento dramático para el mundo recién salido de una pandemia y en medio de la guerra en Ucrania, aguanta, es más resistente de lo que pensaban los analistas más agoreros, y si bien es verdad que no va viento en popa (ningún país está para tirar cohetes), presenta unos datos más que notables teniendo en cuenta de dónde venimos, dónde estamos y hacia dónde vamos. O como dice Fernando González Urbaneja: “La ciudadela resiste”.

No solo el paro es un buen indicador de que las políticas del Gobierno han surtido efecto. La inflación está relativamente controlada, el precio de la luz y del gas se ha contenido (en buena medida gracias a medidas como la excepción ibérica que todos los países europeos quieren para ellos) y la mayoría de los organismos internacionales auguran un crecimiento económico más que aceptable en nuestro país de cara al próximo año: un nada despreciable 4 por ciento que sin duda permitirá que sigamos en la senda de la creación de riqueza y de empleo. Le guste o no a Feijóo, España va bien, como decía Aznar en sus tiempos, no hay riesgo de recesión y va a tener que estrujarse los sesos para dar con alguna bomba mediática, algún escándalo, algún acontecimiento inesperado o cisne negro que dañe el buen trabajo de este Gobierno de coalición por el que nadie daba un duro pero que va camino de rubricar una gestión más que decente. Ni siquiera la polvareda que han levantado polémicas como la reforma del delito de sedición para los políticos catalanes o la excarcelación de violadores tras la aplicación de la ley del “solo sí es sí” parecen darle el rédito electoral que él esperaba. Y el tiempo pasa.

Feijóo está preocupado por cómo va la cosa, preocupado y además confundido por el hecho de que, con la que está cayendo, el país no se haya ido ya al garete y porque ni siquiera las encuestas provisionales (esas que le dan un par de puntos por encima del PSOE) le proporcionan un motivo para confiar en una victoria clara y rotunda en los comicios del 2023. Y no solo anda inquieto porque el Argamedón no termina de llegar, sino porque Isabel Díaz Ayuso y su caverna mediática andan malmetiendo todo el rato, entre bambalinas, para que endurezca el tono contra Sánchez y vaya a por él, a degüello, con toda la artillería disponible. Entre los ayusistas empieza a rumorearse que Feijóo es un blandengue y van a exigirle que empiece a recurrir ya a la “violencia política” verbal contra el Gobierno, tal como hace Santi Abascal. Los duros de Génova quieren que el jefe de la oposición se deje de cortesías y de fair play parlamentario y empiece a tirar cuanto antes de insulto descarnado, de patadón en la espinilla, de incontinencia verbal y hasta mentarle a la madre a Sánchez, si es necesario, ya que el reloj avanza vertiginosamente y la victoria electoral se ve cada vez más lejos en el horizonte.    

Feijóo sigue creyendo en el discurso tremendista sobre la economía como su gran naipe ganador y a él va a seguir aferrándose tirando de topicazos como que con el PP “habrá crecimiento”, que es posible que “los españoles recuperen la sonrisa” y que cuando llegue a Moncloa “España volverá a ser una de las grandes naciones de la Unión Europea”. Lo malo es que todo eso ya está ocurriendo y lo está haciendo Sánchez con una especie de New Deal socialdemócrata e intervencionista para tiempos de guerra en el que nadie creía pero que, de forma asombrosa e inesperada, parece estar funcionando.

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