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El sufragio femenino por el que luchó Clara Campoamor le costó su escaño en el Congreso

La mujer votó, efectivamente gracias a la abogada feminista madrileña, y lo hizo -como Victoria Kent dijo que ocurriría- a la derecha

María José Pintor
María José Pintor
Periodista en cuerpo y alma, licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad del País Vasco.
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análisis

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El triunfo de Clara Campoamor en el Congreso y ante la historia feminista por lograr el sufragio femenino le costó a la abogada su escaño en las siguientes elecciones en las que votaron las mujeres. Jamás se arrepintió de ello.

Noventa años se cumplen hoy de que España permitiera por primera vez el voto femenino. El proceso tuvo para la historia un nombre propio al que agradecer el sufragio de las mujeres: Clara Campoamor. Un reconocimiento que le llega desde hace años y que hoy volverá a repetirse en el Congreso, en RTVE y en numerosos actos que se celebran por toda España para conmemorar un logro tan importante para la sociedad en general, y el feminismo en particular.

Sin embargo, pocas veces se recuerda que la Campoamor, por esa lucha, tras dejarse la piel en el Congreso para que fuera posible, perdió su escaño en las siguientes elecciones. La mujer votó, efectivamente, y lo hizo -como Victoria Kent dijo que ocurriría- a la derecha.

Recomendables para conocer mejor a la diputada republicana son el libro sobre su vida, «La mujer olvidada» de Isaías Lafuente, donde recalca este sacrificio político de la Campoamor. Pero sobre todo puede encontrarse en la publicación de la propia protagonista, que tituló: «El voto femenino y yo: mi pecado mortal».

La abogada, sin embargo, nunca se arrepintió de ello. Un gesto en la política española que jamás ha vuelto a verse. Era consciente que muchas de las mujeres que acudirían a las urnas irían asesoradas por sus maridos y confesores. Pero aún así, lo defendió una y otra vez desde su escaño ante las reticencias de buena parte de la izquierda.

Fue el 1 de octubre de 1931 cuando el Congreso aprobó el sufragio femenino con un discurso para la historia de Clara Campoamor, que se opuso a medio Parlamento y a la otra mujer diputada, Victoria Kent.

En ese momento, tan sólo dos mujeres ocupaban un escaño en el Parlamento español. Clara Campoamor era diputada por Madrid en la candidatura del Partido Radical, y Victoria Kent, también diputada por Madrid, pero por el Partido Radical Socialista, que votó en contra del sufragio para las féminas.

Margarita Nelken fue diputada del PSOE, pero consiguió escaño tras esas elecciones en las que la mujer votó por primera vez.

Las tres, sin embargo, tuvieron que exiliarse y abandonar España tras el levantamiento militar del 36. Antes, sin embargo, las tres pudieron votar por primera vez en las elecciones de noviembre de 1933.

Campoamor en un discurso desde Donosti en 1931.

161 votos para la historia

Clara Campoamor logró imponer su criterio y el artículo quedó aprobado por 161 votos a favor, 121 en contra y 188 abstenciones.

Los debates para la aprobación de la ley llevaron al enfrentamiento de dos mujeres con dos concepciones de la lucha por los derechos de la mujer diferentes. Victoria Kent miraba por los intereses de su partido y de la propia izquierda, ya que pensaba, como así fue, que la mujer votaría en masa a la derecha influida por sus maridos y por la iglesia. Por su parte, Campoamor defendió que era el momento para que el derecho al voto se aprobase independientemente de a quien le beneficiase políticamente.

Las palabras claves de Clara Campoamor

En un debate intenso, donde la abogada republicana recibió críticas e incluso mofas por su edad y su incapacidad para tener hijos, dijo en el Congreso, en medio de un acalorado debate contra la Kent, que «¡Las mujeres! ¿Cómo puede decirse que cuando las mujeres den señales de vida por la República se les concederá como premio el derecho a votar? ¿Es que no han luchado las mujeres por la República? ¿Es que al hablar con elogio de las mujeres obreras y de las mujeres universitarias no está cantando su capacidad? Además, al hablar de las mujeres obreras y universitarias, ¿se va a ignorar a todas las que no pertenecen a una clase ni a la otra? ¿No sufren éstas las consecuencias de la legislación? ¿No pagan los impuestos para sostener al Estado en la misma forma que las otras y que los varones? ¿No refluye sobre ellas toda la consecuencia de la legislación que se elabora aquí para los dos sexos, pero solamente dirigida y matizada por uno? ¿Cómo puede decirse que la mujer no ha luchado y que necesita una época, largos años de República, para demostrar su capacidad? Y ¿por qué no los hombres? ¿Por qué el hombre, al advenimiento de la República, ha de tener sus derechos y han de ponerse en un lazareto los de la mujer?».

También, en ese mismo discurso, Campoamor recordaba que «No se trata aquí esta cuestión desde el punto de vista del principio, que harto claro está, y en vuestras conciencias repercute, que es un problema de ética, de pura ética reconocer a la mujer, ser humano, todos sus derechos, porque ya desde Fitche, en 1796, se ha aceptado, en principio también, el postulado de que sólo aquel que no considere a la mujer un ser humano es capaz de afirmar que todos los derechos del hombre y del ciudadano no deben ser los mismos para la mujer que para el hombre». 

Además, pidió a los diputados que «Yo, señores diputados, me siento ciudadano antes que mujer, y considero que sería un profundo error político dejar a la mujer al margen de ese derecho, a la mujer que espera y confía en vosotros; a la mujer que, como ocurrió con otras fuerzas nuevas en la revolución francesa, será indiscutiblemente una nueva fuerza que se incorpora al derecho y no hay sino que empujarla a que siga su camino».

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1 COMENTARIO

  1. Fíjese usted hoy como a Yolanda, que realmente hace un buen trabajo con la poca materia prima de la que la dotan, el gran desgaste que sufre. O Ayusita, que no sirve para nada en realidad, pero su éxito es algo insoportable dentro de su propia formación. Hasta las viejas glorias del partido salen a señalar a Casado frente a esta pobre desgraciada. Ser mujer es difícil ya de forma probada, pero tener éxito es inadmisible en esta sociedad.
    Antes de los romanos, aquí donde yo vivo, era otra cosa, pero aún así pertenezco a una sociedad matriarcal desde el neolítico. Esa es básicamente la diferencia entre el nacionalismo español y el gallego.

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