Las elecciones en Finlandia han vuelto a demostrar lo que los pueblos occidentales esperan de sus líderes progresistas: más medidas sociales y menos connivencia con los poderes económicos internacionales. El vencedor de los comicios fineses, Anttie Rinne, es un antiguo líder sindical que luchó por los derechos de los trabajadores que cree que la principal función de un gobernante es la de mantener la justicia social para evitar la desigualdad. Tuvo que luchar contra esos poderes para conseguir que se respetaran las libertades reconocidas en la Constitución finlandesa y, por eso, se convirtió en el punto de mira y en objetivo de la difamación ya que le llegaron a llamar gánster por luchar por la clase trabajadora.

Esta victoria es importante porque demuestra que el único camino que deben recorrer los partidos progresistas para mantener el Estado del Bienestar y para luchar contra la desigualdad pasa inevitablemente por el respeto de los principios del socialismo. El triunfo de Rinne también es la muestra de cómo los principios de la socialdemocracia que se alió con el capital no son más que un sinónimo de fracaso y de desprecio por parte del pueblo.

Es cierto que los socialdemócratas fueron fundamentales para la creación y el mantenimiento del Estado Social. Sin embargo, no supieron analizar la situación por la que eran las propias élites las que les mantenían en el poder debido al miedo al crecimiento de los partidos comunistas y fueron adaptando sus acciones de gobierno a las necesidades de los poderosos en vez de a las de la ciudadanía.

La crisis económica, la globalización, el empoderamiento de las grandes multinacionales y fortunas, han generado una situación social de desigualdad para la que la socialdemocracia no tiene herramientas puesto que es el socialismo domesticado por el capital. Hay que recordar cómo en los años 70 del siglo pasado, la Internacional Socialista presidida por Willy Meyer, decidió no apoyar a Enrique Tierno Galván con la excusa de que «era socialista».

Por esta razón, y ante la debacle electoral vivida en los últimos años por los principales partidos europeos representados en la Internacional Socialista, las formaciones tradicionales se están viendo obligadas a volver a los orígenes ideológicos, a los planteamientos basados en la generación de políticas centradas en los ciudadanos y en aplicar la Justicia de que ese Estado del Bienestar debe ser mantenido la aportación de quienes más tienen, ya sean personas, ya sean grandes empresas.

El éxito de gestión del gobierno de Antonio Costa en Portugal, el crecimiento del populismo de extrema derecha y la intento de las élites financieras, económicas y empresariales de eliminar poco a poco todos los derechos adquiridos por los diferentes pueblos democráticos, ha provocado que los nuevos líderes de los partidos tradicionalmente llamados «socialistas» estén retornando hacia los orígenes para volver a recuperar el apoyo de la ciudadanía en base a los hechos, no a las promesas.

Los ciudadanos y ciudadanas vieron claramente las traiciones ideológicas de hombres como Tony Blair, Felipe González, Gordon Brown, Manuel Valls, Matteo Renzi, José Luis Rodríguez Zapatero, François Hollande o Gerhard Schroeder, por citar algunos, porque hay varias decenas más. Por eso dieron la espalda y llevaron a la insignificancia política a partidos tradicionales.

Mientras tanto, han surgido otros líderes que siempre han estado en un segundo lugar o que, desde fuera, han sabido leer y analizar el problema. No es una cuestión de edad, puesto que tenemos los ejemplos de Bernie Sanders o de Jeremy Corbin. Se trata del conocimiento y el análisis certero de lo que precisan o de lo que exigen los ciudadanos de los partidos que en sus siglas llevan la «S de Socialista». Son muchas las formaciones que han examinado la realidad post crisis y se han dado cuenta de los errores cometidos y las deficiencias de gestión en los años anteriores. Ya no hay temor a censurar el pasado y, por ejemplo, el SPD alemán está renegando de la herencia de Schroeder, el PD italiano de Matteo Renzi o el Partido Laborista de Tony Blair.

El camino hacia el socialismo pasa por aplicar los preceptos de los programas máximos adaptándolos a la realidad del siglo XXI. No se trata de volver a las recetas de hace décadas sino de hacer, cuanto menos, lo mínimo que se espera de un partido socialista. El PSOE parece haber comenzado a entender este fenómeno y las políticas sociales aplicadas por el gobierno de Pedro Sánchez están pesando más en los votantes que los ataques de la derecha con la situación territorial. El respeto de los derechos reconocidos en la Constitución y su afianzamiento es labor fundamental y prioritaria para cualquier Ejecutivo socialista y, por esta razón, centrar el debate en que las medidas sociales aprobadas son sólo el comienzo, es hacer socialismo y, como se ha podido comprobar en Portugal, así se ganan elecciones, gobernando para el pueblo.

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