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El síndrome “Greta”

Jordi Sedó
Jordi Sedó
Filólogo y maestro. Su formación es fundamentalmente lingüística. Domina siete idiomas y, profesionalmente, se ha dedicado a la enseñanza, a la sociolingüística y a la lingüística. Se inició en la docencia en un centro suizo y, posteriormente, ejerció en diferentes localidades de Cataluña. Hoy, ya jubilado de las aulas, se dedica a escribir, mayormente libros y artículos periodísticos, da conferencias y es el juez de paz de la localidad donde reside. Su obra escrita abarca los campos de la lingüística, la sociolingüística, la educación y el comentario político. También ha escrito varios libros de narrativa.
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análisis

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En Cataluña, todos recordamos, el lamentable espectáculo “Stop this record” protagonizado por el ínclito Josep Borrell durante una entrevista que concedió, en lengua inglesa, todavía como ministro español de Asuntos Exteriores, a una cadena de televisión alemana. Cuando el periodista le preguntó por qué el Estado español se oponía a promover una reforma de la Constitución si, según el CIS, un 70% de la población española deseaba esta reforma, la situación se le antojó demasiado incómoda, acusó al periodista de mentir y decidió suspender la entrevista por considerarla parcial. La respuesta del entrevistador, algo así como “Yo no estoy aquí para hacerle a usted las preguntas que usted desea que le haga”, terminó por hacer ceder al entonces ministro, que consintió seguir adelante.

Pero Borrell ya se había mostrado como un político sin cintura, como un político que ya no posee el imprescindible don de saber amoldarse a cualquier situación que plantee un periodista por adversa que le pueda parecer. ¿Cuál fue la solución que se le ocurrió? Pues, simplemente, suspender la entrevista. Es decir, recortar la libertad de expresión. Como la pregunta no le gustaba, se negaba a admitirla, en lugar de responderla para intentar demostrar a la audiencia de que su opción era la correcta, que era su obligación. Quizás fue esa falta de cintura, pero quizás fue también una falta de argumentos lo que hizo que adoptara una postura que le puso en evidencia como político y que le hizo caer en el más estrepitoso de los ridículos.

Desde aquel día, Borrell no ha cesado de ofrecer espectáculos similares. Aún como ministro, en un acto en la Complutense, banalizó irresponsablemente el exterminio de nativos americanos durante los siglos XVIII i XIX, afirmando que lo único que habían hecho los estadounidenses era matar a cuatro indios. ¡Así de fácil! Después, ya como máximo responsable de la diplomacia europea, que no es poco, cometió una imperdonable falta de discreción difundiendo, a través de Twitter, información confidencial sobre la euroorden de Clara Ponsatí, hoy diputada europea de pleno derecho y, más tarde, en comisión parlamentaria, afirmó desconocer la propuesta de establecer un mecanismo europeo de sanciones por abusos contra derechos fundamentales.

La última –por lo menos, hasta el momento en que cierro este artículo–, sus desconsideradas aseveraciones sobre los jóvenes que intentan salvar el planeta en el que han de vivir ellos y sus hijos y nietos, esperemos que durante muchos años todavía. Borrell despreció la actitud de defensa del planeta de esos jóvenes afirmando que no eran conscientes del coste económico que exigía un comportamiento ecológico y dio a entender que si se manifestaban con esa contundencia era porque no tenían que pagar ellos ese coste, pero que si se les pidiera que lo hicieran dejarían de manifestarse. Incluso se atrevió a bautizar despectivamente su posición ideológica con el nombre de “Síndrome Greta”.

Estoy tan convencido de la gran inteligencia y de la alta preparación del Sr. Borrell como de su innegable chocheo político. Sus constantes resbalones, sus extemporáneas declaraciones y, sobre todo, la frecuencia con que se producen últimamente le desacreditan para ostentar un cargo tan representativo como el de máximo responsable de la diplomacia europea, entre otras cosas, porque si hay algo que no adorna al Sr. Borrell es su diplomacia.

El todavía hoy, sin embargo, responsable de la diplomacia europea se ha instalado en ciertas posturas rancias, alineadas no sólo con una intolerable falta de sensibilidad por la ecología, sino también con una actitud general que suele ser refractaria a cualquier idea o tendencia que venga a cuestionar lo establecido, como por ejemplo, el feminismo, el animalismo o la unidad de España entre otras ideas de progreso, que, sin duda el Sr. Borrell debe percibir como monsergas que no merece la pena tener en consideración. De este modo, se alinea, indudablemente, con una serie de posicionamientos sociales y políticos que caracterizaron el siglo pasado y los sostiene impertérrito con un arrogancia intolerable, haciendo gala de un pensamiento retrógrado y de “señor mayor”, si me permiten la expresión, a quien, por su edad, se podrían disculpar esos excesos verbales, siempre que no ostentara un cargo de tanta responsabilidad como el suyo.

A pesar de haberse disculpado reiteradamente por su desconsiderada declaración sobre los jóvenes ecologistas, no me cabe duda de que lo ha hecho sólo como respuesta a las varias collejas que ha recibido desde determinadas instancias europeas y, en absoluto, movido por el convencimiento de su error, por lo que creo que no le queda más camino que el de presentar la dimisión y dejar paso a otra persona que pueda llevar el cargo más dignamente.

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