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El Síndrome del Ochentero

Antonio Guerrero
Antonio Guerrero
Antonio Guerrero colecciona miradas, entre otras cosas. Prefiere las miradas zurdas antes que las diestras. Nació en Huelva en 1971 y reside en Almería. Estudió relaciones laborales y la licenciatura de Filosofía.
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análisis

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Puede que yo padezca ese síndrome porque cuando llega el verano, por ejemplo, aparecen en mi mente un aluvión de recuerdos de otra época en la que fui niño: Verano Azul, La Bola de Cristal, La Bruja Avería, etc. Y esas memorias se mezclan en un presente llenos de redes sociales, televisiones digitales y una estética muy distinta a la de entonces. Todas las generaciones tienen un poco de otra, creo.

Los Ochenteros nacimos en los 70 en unos tiempos de dolor y miedo, de proyectos de reforma y progreso  socioeconómicos de los que no nos enteramos. Tampoco nos enteramos de los hippies ni de las comunas porque éramos muy niños.  Cuando empezamos a percibir conscientemente el mundo ya estábamos en otra década. Comenzamos a ver como los proyectos anteriores se hacían realidad y como nuestra infancia estaba más organizada que la de nuestros padres.

Teníamos más recursos –decían- y aseguraban que vivíamos mejor. Pero a nosotros solo nos importaba el partido de futbol tras el colegio (cuando había por la tarde) y ver la televisión antes de que apareciera la carta de ajuste. Los  sábados, al menos yo,  madrugábamos más para no perdernos La Bola de Cristal y nuestra mente se abría a un mundo desconocido que nos mantenía atentos durante horas. En los noventa cambiaron algunas cosas. Dejamos de tener tan claras las ideas y el acné apareció para distraernos. Todo cambio desde entonces y los momentos plácidos de la infancia se ocultaron en algún lugar de la memoria.

Por eso algunos hemos mitificado lo acontecido, como si de una religión se tratara y pudiéramos rendir culto. Quizás  por ello seguimos utilizando el mismo lenguaje:“Guay del Paraguay”, “Efectiviwonder” y¿pero qué Pretenders?” Y tal vez por eso estamos coleccionando las películas, libros y discos de entonces. Estar ligado a esa época es ser fiel al origen de nuestro mundo, el punto de partida de lo finito a lo infinito. En mi caso el despertar vino de un libro “En un lugar llamado tierra” de Jordi Sierra i Fabra. En las páginas se narraba el suicidio de un robot. Recuerdo que fue el primer libro que leí voluntariamente sin que formara parte de un trabajo de clase.  Lo termine un lunes por la tarde, y casi al mismo tiempo me llamaron para ir a cenar. En la televisión estaban emitiendo, en ese momento, Autopista hacia el Cielo. Ese fue el origen, el principio del universo, nuestro Big Bang.

Sumario: Ser ochentero es retomar el origen como punto de partida hacia lo infinito, hacia un presente donde ya no somos niños.

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