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El síndrome de Merlí

El síndrome de Merlí es el del amor por enseñar a pesar de obtener rechazo de los demás. Es el síndrome de quien pone todas las cartas sobre la mesa

Antonio Guerrero
Antonio Guerrero
Antonio Guerrero colecciona miradas, entre otras cosas. Prefiere las miradas zurdas antes que las diestras. Nació en Huelva en 1971 y reside en Almería. Estudió relaciones laborales y la licenciatura de Filosofía.
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análisis

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Según parece es un tipo muy raro. Para empezar mucha gente lo odia y el resto no lo soporta. Existen teorías sobre la causa de esta situación como por ejemplo la falta de coherencia o la de honestidad. No obstante nadie se plantea que quizás el motivo por el que tiene tan mala reputación es porque nadie lo entiende. Lo cual no tiene nada de malo si quien lo analiza se toma la molestia de pensar en él más allá de las emociones. Este profesor de filosofía de ficción, que todavía está en las plataformas digitales, aparece en escena para quitarle las novias a los demás o para mantener relaciones con las madres de sus alumnos.

Sin embargo estos últimos le adoran. Por fin tienen a un adulto que habla su mismo lenguaje y que es capaz de hacerles pensar. Pero esto va más allá. Merlí ha dejado secuelas en ciertas conductas sociales. He encontrado personas, en otros ámbitos, que ambicionan enseñar a los demás a pesar del castigo del odio ajeno y de la incomprensión. Y no son profesores necesariamente sino seres humanos que pretenden hacer pensar a los demás. Tras estas personas hay un gran amor hacia el otro que es capaz de hacerle arriesgar su reputación.

En el fondo el síndrome de Merlí tiene mucho que ver con Sócrates, apodado el tábano. Este iba provocando reacciones con sus diálogos hasta el punto de obtener el odio de los poderosos de Atenas  y el amor de quienes aprendían algo de él. Esa clase de sabiduría es la de la trinchera, la que se aprende por el interés del filósofo apasionado que pone todas las cartas sobre la mesa. Un filósofo debe jugársela aunque a veces encuentre odio en quienes menos se espera o en quienes nunca le han odiado. La verdad, que siempre es incómoda y casi siempre es difícil de entender, merece este esfuerzo o este dolor -porque el rechazo duele sobre todo si es inmerecido-. Quizás la palabra clave es incomprensión.

Nadie entendía a Merlí o a Sócrates porque lo que hacía era ofensivo pero la irritación de sus actos tiempo después generaba cambios. Merlí, en la famosa serie de televisión, sufre en silencio y se oculta en sus libros. No quiere que nadie sepa que es más sensible de lo que parece y que si tiene ese comportamiento es por amor a los demás. Por eso enseña a sus alumnos quien era Aristóteles teniendo un paseo peripatético por la cocina del instituto. Queridos lectores deberíamos contagiarnos de este síndrome.

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