El síndrome de Lucifer

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El emperador Domiciano (24 de octubre del 51-18 de septiembre del 96 d.C.) fue probablemente quien mejor aplicó aquello del “pan y circo”, ofreció con gran frecuencia suntuosos y espléndidos espectáculos… con una equilibrada mezcla de vicios y virtudes… Obsequió tres veces al pueblo con un reparto de trescientos sestercios (480€ aprox.) por cabeza y… un espléndido banquete, con ocasión de la fiesta del septimontium… grandes cestas a los senadores y caballeros y pequeños cestos a la plebe… (Suetonio, Vida de los Doce Césares). Pareciéndolo, no es mi intención hacer apostasía de la política actual, ni ofrecer una lección magistral de la fascinante historia de Roma, lo que torpemente intento reflejar es el claro exponente del síndrome luciferino: “Dominus et Deus” “señor y dios que ordena (Suetonio) desde la más absoluta de las ignorancias, es la historia del parásito que va devorando la inteligencia de aquellos que le rodean: no es bueno que haya muchos soberanos (Homero, Iliada). Con una mentalidad paranoica, Domiciano lo bordó, y es sabido que todo aquél que se encontraba a su servicio, o mejor dicho, bajo su mando, lo peor que podía hacer era sobresalir por hacer bien su trabajo, aun demostrando la más absoluta y disciplinada fidelidad para con su emperador: Domiciano, no sentía el menor escrúpulo (Suetonio) eliminar a los fieles excelentes.

Se ha errado pensando que la hipercompetitividad o darwinismo social, conduce a una realidad cuyo nuevo paradigma en la escala de valores empresariales e institucionales (organismos públicos) supone que los que llegan arriba son los mejores, los arios. Terrible error! porque hemos cambiado la inteligencia por la antropofagia. El currículo académico y profesional, o la capacidad de trabajo y la disciplina, no sirven para nada si no sabemos “buscarnos la vida” para posicionarnos, esto es, “sabernos vender o seducir” a quien nos pueda señalar con su divino dedo (también por relación consanguínea), y es ahí cuando desde la mediocridad, aquellos que ocupan esa parcela de poder, volatilizan, como hacía el emperador Domiciano, al factor humano ejemplar. Para estas personas lo que importa es un equipo invisible, que empuje y abrillante el péndulo para que siga oscilando, sin importar que el reloj atrase y cuando el retraso sea notorio se justificará, normalmente, mediante la sustitución de una pieza por otra habitualmente más barata. Pero la ley del péndulo es bastante más compleja: hay que tener en cuenta el cálculo neto de oscilación proporcional a la dimensión del mecanismo, el rozamiento del aire que frenará el movimiento, la resistencia normal del punto de suspensión y la gravedad… para que la maquinaria funcione con precisión.

Sentirse seducido por el lado oscuro de la Fuerza sucede en personas “débiles” que llegan a posiciones de poder, transformando sus debilidades en psicopatías, DAFO humano. Ahí comienza la carrera de “excesos de eficacia” o cómo tratar de venderse creando una densa y espesa niebla, abriendo, a semejanza de la novela de Stephen King, una puerta a la dimensión más terrible del ser, dando paso a la invasión de alimañas del espacio más oscuro, el problema es que suele detectarse tarde y… sálvese quien pueda, como diría el perplejo capitán Edward J. Smith cuando puso su insumergible Titanic en manos de Caronte el Práctico, para que lo atracara en el puerto de Hades.

Para el psicólogo Philip Zimbardo, autor del trabajo El Efecto Lucifer, una persona puede bajo la influencia del entorno, abandonar sus principios y ser capaz de cometer cualquier acto terrible e inmoral con el beneplácito del ecosistema donde se encuentra. En el entorno de la empresa hay demasiadas “luces bellas” que se transforman en repugnantes seres como en la metamorfosis de Kafka. ¿Puede evitarse?, elemental, la responsabilidad social es un valor de la empresa y las instituciones que emana hacia fuera, reflejo de quienes la integran dentro, empero conscientes que estar rodeados de “aduladores” no es la solución, desgraciadamente vivimos en una cultura empresarial e institucional pública demasiado endogámica, incapaz de contar con alguien que nos informe con honesta pulcritud mientras se disfruta de la marcha triunfal: memento mori.

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