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El sindicalismo no lo es todo, pero es mucho

Francisco Javier López Martín
Francisco Javier López Martín
Licenciado en Geografía e Historia. Maestro en la enseñanza pública. Ha sido Secretario General de CCOO de Madrid entre 2000 y 2013 y Secretario de Formación de la Confederación de CCOO. Como escritor ha ganado más de 15 premios literarios y ha publicado el libro El Madrid del Primero de Mayo, el poemario La Tierra de los Nadie y recientemente Cuentos en la Tierra de los Nadie. Articulista habitual en diversos medios de comunicación.
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análisis

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Creo que, a estas alturas, ya se ha escrito suficiente sobre la reforma laboral. Parece que ha quedado claro que no es la solución a todos los problemas laborales, pero al menos ha aportado un nivel de acuerdo necesario entre empresarios, sindicatos y gobierno, al tiempo que, por primera vez en nuestro país, una reforma laboral no trae retrocesos en su mochila.

No lo es todo, deja muchas cosas en el camino que habrá que resolver más adelante, pero es un paso que tiene en cuenta las amenazas que se ciernen sobre el empleo en nuestro país y en el conjunto del planeta y apuesta por la estabilidad y el trabajo decente.

Al acuerdo sobre la Reforma Laboral viene a sumarse ahora el acuerdo sobre Salario Mínimo Interprofesional (SMI), aunque en este caso los empresarios se han descolgado del acuerdo, sin grandes alharacas y aspavientos, pero dejando claro que una subida salarial puede terminar de arruinar a unos empresarios precarios, inestables, inseguros, acostumbrados a obtener beneficios a costa de los bajos salarios de sus empleados.

Estas prácticas empresariales tan extendidas en España, tan alejadas de Europa, contravienen cualquier principio económico ya sea antiguo, o presente. En cualquier buena universidad te enseñan que una economía que se asienta en la explotación salarial, o de las condiciones laborales de sus trabajadores, no tiene futuro, porque su productividad y sus beneficios los consiguen tendiendo hacia el esclavismo.

Unas empresas que pagan salarios razonables se ven obligadas a incrementar su productividad y sus beneficios invirtiendo en nuevas tecnologías, en nuevas formas de organizar el trabajo, en mejorar sus servicios. La productividad aumenta y los salarios crecen. De hecho la vinculación entre productividad y salarios puede constituirse en una buena base para la negociación colectiva.

Así lo entienden en Europa donde se han empeñado en que el Salario Mínimo suba hasta alcanzar el 60 por ciento de la media salarial del país. Así lo establece la Carta Social Europea. Los empresarios, los sindicatos y el propio gobierno saben que la subida aprobada por el gobierno para este año no es desproporcionada.

La situación económica aconseja prudencia en el crecimiento de los salarios, pero también en el justo reparto de los beneficios, sobre todo teniendo en cuenta que los precios de los bienes básicos se están disparando, al tiempo que los productos energéticos han entrado en una espiral descontrolada de crecimiento que afecta a la población.

En una situación como esta los salarios no pueden quedar estancados si no queremos que las tensiones sociales se incrementen. Nuestra sociedad es fruto de unos equilibrios que cuesta mucho mantener y que muchos se empeñan en desestabilizar.

La subida del salario mínimo afectaba a pocas personas en un pasado no tan lejano, pero ahora las personas que se beneficiarán de la subida del SMI superan 1´8 millones de personas, de las cuales 1´5 millones trabajan a tiempo completo y otras 300.000 a tiempo parcial. Más mujeres, 835.000, que hombres, que llegan a los 682.000.

Pero no sólo se trata mayoritariamente de temporales y mujeres, también el 30% de los jóvenes, el 40% de los trabajadores agrarios, o un buen número de trabajadores del sector servicios se verán beneficiados por esta subida decidida por el gobierno, con el acuerdo de los sindicatos.

Los empresarios deberían aprender que no se puede estar sólo a las maduras y que también hay que saber gobernar los momentos duros, estableciendo criterios razonables de distribución de los esfuerzos y también de los beneficios.

No será este el único momento en que empresarios y sindicatos deban ponerse de acuerdo. El crecimiento que se avecina será inestable y cargado de tensiones. La negociación colectiva no será la misma en empresas golpeadas por la subida de los precios que en aquellas otras que pueden desarrollar su actividad sin tanta dependencia de costes energéticos.

Por eso, será preferible poner en valor la sensatez, la búsqueda de acuerdos, la voluntad de compartir esfuerzos y repartir los beneficios, que jugar a la ruptura, a las tensiones económicas y sociales, que pueden convertirse en un escenario complicado, e ingobernables.

Algo se ha hecho, no todo, es cierto, pero queda mucho por hacer si queremos salir bien parados de un escenario tremendamente complicado por el incremento de las tensiones geopolíticas, la situación de una globalización en profunda reestructuración, un cambio climático innegable, o la visita frecuente de desastres como esta pandemia que aún no hemos superado.

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