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El silencio del estado (como modo de opresión)

Guillem Tusell
Guillem Tusell
Estudiante durante 4 años de arte y diseño en la escuela Eina de Barcelona. De 1992 a 1997 reside seis meses al año en Estambul, el primero publicando artículos en el semanario El Poble Andorrà, y los siguientes trabajando en turismo. Título de grado superior de Comercialización Turística, ha viajado por más de 50 países. Una novela publicada en el año 2000: La Lluna sobre el Mekong (Columna). Actualmente co-propietario de Speakerteam, agencia de viajes y conferenciantes para empresas. Mantiene dos blogs: uno de artículos políticos sobre el procés https://unaoportunidad2017.blogspot.com y otro de poesía https://malditospolimeros.blogspot.com."
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análisis

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Más allá de la libertad de cada uno y de nuestras capacidades económicas, más allá de nuestros derechos y de nuestras oportunidades, subyace la necesidad de que los demás, la sociedad, le reconozcan a uno como individuo, pues somos esto, seres sociales, individuos que necesitan que la sociedad les reconozca que existen (¿qué son, sino, los “likes”?). Les pongo unos extractos de un texto:

<<Lo que es cierto del individuo lo es también de los grupos sociales, políticos, económicos y religiosos, es decir, de los hombres conscientes de las necesidades y propósitos que tienen como miembros de estos grupos. Lo que piden las clases y nacionalidades oprimidas, como norma, no es simplemente una libertad de acción sin obstáculos para sus miembros, ni la igualdad de oportunidades sociales o económicas por encima de todo, y menos aún que se les asigne un lugar en un Estado orgánico y sin fricciones concebido por un legislador racional. Lo que quieren, por regla general, es simplemente que se los reconozca (su clase o nación, color o raza) como fuente independiente de actividad humana, como una entidad con voluntad propia que intenta actuar de acuerdo a esto (tanto si es buena o legítima como si no) y no ser gobernados, educados, guiados, por suave que sea la mano que los mande, como si no fueran del todo (…) plenamente libres>>.

<<Puede ser que no me sienta libre en el sentido que no se me reconoce como a ser humano individual que se gobierna él mismo; pero también puede ser que no me sienta libre como miembro de un grupo que no es reconocido o no es suficientemente respetado; es, entonces, cuando deseo la emancipación de toda mi clase, comunidad, nación, raza o profesión>>.

<<Este deseo de afirmar la “personalidad” de mi clase, grupo o nación, está relacionado tanto con la respuesta a la pregunta de “¿cuál ha de ser el ámbito de autoridad?” (porque el grupo no tiene que tener interferencias de dirigentes de fuera), como todavía más estrechamente con la respuesta a la pregunta de “¿quién nos gobierna?”, bien o mal, libremente u opresivamente, pero por encima de todo, “quién”>>.

Me gustaría, teniendo en cuenta las anteriores palabras de Isaiah Berlin, rescatar las de un físico (Rovelli) que dice: <<la ciencia avanza resolviendo problemas, y la solución implica, las más de las veces, una reformulación del problema en sí>>. Deberíamos plantearnos, referente a lo que sucede en Cataluña, tanto desde hace unos meses o unos años, como históricamente, si realmente hay interés en solucionar el problema (identificando cuál es, tal vez reformulándolo) o hay un interés en servirse de éste y no hacer nada al respecto… hasta que ya no nos guste ninguna de las alternativas posibles (ni las propias de unos, ni las propias de los otros).

Interpretar lo que sucede en Cataluña como una reivindicación simplemente independentista, es un grave error que impide afrontar el problema correctamente. Una de las cuestiones es que, el Estado Español, para una gran parte de la población catalana (ahora importa poco si es el 48 o el 60 o el 76%), ha perdido tanta credibilidad y confianza que, sean independentistas o no, la parte reivindicativa de un referéndum es irrenunciable. El Estado español, guste o no, ya es para muchos catalanes la Guardia Civil y Policía Nacional del 1 de octubre, el rey del 3-O, Llarena y Marchena, el “A por ellos”, el del entierro ceremonial a Franco, el de los medios capitalinos que solamente ofrecen una perspectiva única a la sociedad española. Cuando uno pierde la credibilidad y la confianza sobre algo, le mira las costuras. Los hechos no se cambian a base de promesas falsas (aquél federalismo, aquél “sin violencia se puede hablar de todo”). Por mucho que vocifere el nacionalismo español, en Cataluña, por debajo, lo que resuena es el silencio del Estado. Sí: bajo los chillidos de Arrimadas o Rivera, bajo el discurso de traje chaqueta de Casado o Pedro Sánchez, se esconde el rotundo silencio a la pregunta formulada desde Cataluña. Este silencio se agrava con el silencio voluntario de los medios capitalinos a otras perspectivas, y esto evita la discusión pública en la sociedad española, por tanto, la diversidad de opiniones, que es lo que comportaría que los partidos del Estado pudieran plantearse políticas diferentes. La prensa capitalina, defensora de una ideología única, es un monolito de silencio contra el que se estrella la posibilidad de diálogo.

El autoritarismo calla; la democracia, habla. Las dictaduras gritan para enmascarar el silencio ante las preguntas que no desean responder. España, no es una dictadura; esto está claro: hay elecciones, un congreso, unos cuantos diputados. Hay “la forma de un proceder democrático”, sin duda, pero esto no puede ser todo. Aunque parece que sí, que, para la mayoría, esto es suficientemente todo. ¿Por qué calla el Estado ante la reivindicación catalana? ¿Por qué ese silencio? (Me remito, como ejemplo, a las numerosas veces que se intentó llevar la propuesta del referéndum al Congreso y se ignoró; me remito en cómo el Tribunal Constitucional intenta coartar qué se puede debatir y qué no en el parlamento catalán, fruto de los votos de los ciudadanos, mandándole al Parlament que adopte el silencio del Estado).

Cuando uno habla, habla desde un lugar. Usted, es evidente, habla desde sí mismo, desde su perspectiva y cultura, de usted como sujeto. Esto es así “hasta cierto punto”. Usted, como un servidor, no tenemos un sujeto plenamente libre: ambos estamos atados a ciertos sesgos, influencias, a veces incluso determinantes, de cariz cultural, social, político o económico. Algunos de estos sesgos son evidentes para todos, otros solamente los aprecia uno (en el otro o, raramente, en uno mismo), y muchas veces no somos conscientes de ellos o preferimos ignorarlos, porque así todo es más fácil, más justificable. El Estado, y es sólo una opinión, no habla para que no le podamos identificar cuál es su sujeto. Calla para que sus argumentos no le delaten. Argumentar, saben que todavía ejemplificaría más ese abismo entre el sujeto de Cataluña (o gran parte, pero también parte no independentista) frente al sujeto del Estado España. Es reconocer esa diferencia de fondo lo que no quiere el Estado. De ahí, también, esa terquedad en insistir que es “un problema interno” catalán. Torra (o el presidente que sea) no es que no deba hablar con Iceta (o quien sea) a lo que le conmina Pedro Sánchez, pero es que ya ha habido unas elecciones en Cataluña que han dado un gobierno (guste o no) que es portavoz de Cataluña, ante el que un presidente español en funciones y en minoría, no lo quiere reconocer como interlocutor (¿?). No quiere hablar con la Generalitat, y lo emplaza a hacerlo con su sucursal (PSC) porque no acepta a la primera como sujeto.

La función del diálogo no es solamente el intento de llegar a acuerdos, es, también, la oportunidad de apreciar la perspectiva del otro, vislumbrar de qué contexto parten sus argumentos. El Estado España, por boca del PP o del PSOE (los únicos gobernantes con sus alternancias) se niegan a ello. No aceptan, pues, la visión discordante, aquello que ponga en duda y cuestione el pilar que los convierte en sujeto (al fin y al cabo, lo que cuestiona la reivindicación catalana, es la in-capacidad que le otorga el Estado de ser sujeto propio). ¿Realmente, la única razón de ser de España, es su unidad incuestionable? España, ¿es una o deja de ser? Si fuera así, ¿qué ocurre con aquellos que “no son España” según estos preceptos asumidos? España no dialoga sobre sí misma, ni siquiera consigo misma. Lo establecido, es incuestionable.

Cuando se manifiestan los taxistas, los estibadores o los sindicatos, lo hacen por una razón: no ven un sujeto político que los represente y optan por representarse a ellos mismos. Se alzan como sujeto referente a una reivindicación concreta. La negativa del Estado a reconocer los sucesivos gobiernos de la Generalitat como voz democrática del sujeto catalán, ese silencio, es lo que lleva a buscar a los ciudadanos otros sujetos posibles. Primero, las asociaciones (ANC, Ómnium), ahora, con sus líderes presos, la calle (CDR, Tsunami).

En el contexto catalán, si validamos ese 70 a 80% de personas que quieren el referéndum o, aunque nos ciñamos al 55% de votos contrastados que lo desean, hay una realidad: la población, mayoritariamente, se siente independiente de España a la hora de decidir quién es el sujeto que debe tomar la decisión sobre la pertenencia, o no, al Estado. Todos esos que votarían NO a la independencia, pero creen que debe votarse, también reconocen que la decisión tiene que ser de los catalanes. No de los extremeños ni de los vascos ni de los canarios. Justamente, lo que niega el Estado Español. Esta realidad dentro del contexto catalán puede comportar, o no, una separación política de España: depende del resultado de la votación. Pero quedaría asumido, fuese cual fuese el resultado, que se consideran sujetos con derecho propio para decidir sobre sí mismos. Insisto: justamente lo que no quiere el gobierno del Estado español; gobierne quien gobierne.

En el contexto del Estado Español, este derecho propio de los catalanes, no existe. La consideración del Estado de que los catalanes no tienen derecho a decidir sobre su autodeterminación, sería próxima a la lectura que hizo el inglés Bentham sobre los Derechos Humanos: según Sen (en La idea de la Justicia), Bentham <<simplemente postulaba que para que una reivindicación contara como un derecho, debía tener fuerza legal, y cualquier otro uso del término “derecho” es erróneo>>. Y aquí es donde se amparan los partidos del Estado (especialmente el “dialogante” PSOE) al decir que “sólo se puede hablar de aquello que cabe en la ley”, actitud que posterga al silencio la base de la reivindicación catalana. Lo peligroso de esta postura, aparte de basarse en un utilitarismo que cuestiona los Derechos Humanos, es que, de un modo empírico, la Historia nos muestra que es una negación de la realidad que agrava los conflictos (¿es el conocimiento de esto lo que llevó al Reino Unido a permitir el referéndum en Escocia?).

Para los partidos del Estado Nación España, por encima de todo hay una “verdad” única: la unidad de España. Esta otra “verdad” que planea por encima de los derechos minoritarios, es la única existente sólo, y sólo si de ese contexto excluimos Cataluña (y Euskadi). En caso de incluirlas, ya hay, como mínimo, otras verdades, y sería cuestión de minorías, mayorías, procedimientos, etcétera, pero habría lugar para un diálogo. Precisamente, lo que no se quiere.

Entonces, para mantener la verdad única de España-Una, debe excluirse, al menos, la Cataluña discordante. Pero, si la excluimos (simbólicamente), esta pasa a ser un sujeto aparte. Asimismo, si se acepta a Cataluña (con su discordancia) como parte, hay que aceptar los dos contextos diferentes y que Cataluña, por tanto, es el sujeto de uno de estos contextos. ¿Cómo afrontarlo? Callando. Permaneciendo inmóvil sin responder a la pregunta. Intentar convencer, a la población española, que los reivindicadores son “malos”, que es un problema interno catalán. La deshonestidad del PSC ante todo ello es la siguiente (a mi parecer, claro): que, estando dentro del contexto catalán, niegan éste para favorecer la posición del PSOE como partido del Estado, a sabiendas (no hace tanto que Iceta planteaba el referéndum o una consulta como salida) que esta posición se auto incapacita para solucionar nada.

¿Es miedo? ¿Pavor a que todo pueda desmoronarse? ¿Tan frágil es este Estado y su democracia que no está seguro de resistir un referéndum en Cataluña (y su resultado)? ¿Son todo intereses económicos y el resto una cortina de humo? Cuando se dice, en Cataluña, que lo más parecido a un español de derechas es un español de izquierdas, es que ambos están dispuestos a todo con tal de defender esa “verdad” de la España- Una. Por ello muchos del PSOE dicen que la apuesta (y que cada vez es más débil) de Podemos por el referéndum, los inhabilita para el pacto. Aunque, también es cierto, deberíamos aclarar un poco qué tiene el PSOE de izquierda. Sea como sea, da la sensación que la posición del Estado se ha acabado autoafirmando de tal manera en el nacionalismo español, que continuará sin responder, alzando un muro de silencio que oprime la reivindicación dejándole una sola válvula de escape: esperar que, un día, el independentismo obtenga mayoría de votos (no escaños). Entonces, presumiblemente, la posición del Estado continuará siendo la misma. Pero, ¿será la misma la de los independentistas? ¿Es ahí donde se quiere llegar? ¿Donde también quieren llegar ustedes? Pues, siendo uno independentista, me parece la peor de las soluciones. Pero es que el silencio, el inmovilismo, “no es una solución”: es una o- presión para que todo estalle.

El Estado calla y la judicatura española quiere que el parlamento catalán calle, prohibiendo según qué debates. Clement Attlee (primer ministro británico del 45 al 51), ante la descripción de la democracia como <<el gobierno por discusión>> (diálogo y pluralidad) hizo un pequeño chiste, en junio del 57 en el Times: <<la democracia significa gobierno por discusión, pero sólo es efectiva si uno puede evitar que la gente hable>>. Fantástico ejemplo de humor inglés. Pero los británicos permitieron que el pueblo escocés hablase en un referéndum.

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