A todo juicio que se precie le llega un momento decisivo: ese en el que entra en la sala un supuesto experto en la materia, que puede ser un señor con gafas de pasta y ademanes de catedrático de Filosofía o una señora de carrillos regordetes con el cabello blanco y pinta de espiritista. Entonces todos callan y sus opiniones sientan cátedra. Si el testigo especializado viene de una universidad extranjera mucho mejor. Eso da empaque. Caché.

Tal momento ha llegado por fin al juicio del ‘procés’, que avanza agónicamente entre una multitud de testigos en el Tribunal Supremo. En este caso los expertos son los observadores internacionales que fueron elegidos por los independentistas para dar fiabilidad y seriedad al referéndum del 1 de octubre. El primero en declarar ha sido el miembro del Bundestag alemán Bernhard von Grünberg, un político provecto con perilla blanca y el aspecto de científico nuclear pasado al otro lado del Telón de Acero durante la Guerra Fría, como en Cortina rasgada, la vieja película de Hitchcock. Su porte y aplomo también ha recordado mucho a aquellos intelectuales de la resistencia antinazi cuyas fotos amarillean en los libros de historia.

Sea como fuere, el aspecto de filósofo existencialista de otro tiempo del señor Grünberg no ha desentonado para nada entre las antiquísimas lámparas como candelabros, los inmensos portones con adornos dorados y los polvorientos butacones de terciopelo rojo de la decimonónica sala de vistas del Tribunal Supremo. El personaje iba que ni pintado con el escenario y solo faltaba alguien como el señor Grünberg para terminar de darle el toque vintage definitivo, el sabor austrohúngaro, de entreguerras, a este monumental juicio del ‘procés’.

El observador internacional ha comparecido a petición de las defensas, aunque ha respondido también a las acusaciones. El exdiputado del SPD y experto en procesos electorales ha explicado que vio cómo la policía “irrumpió” en uno de los colegios “rompiendo las puertas”. También comprobó que se dispararon pelotas de goma en el colegio Ramon Llull de Barcelona durante el 1-O e incluso vio caer algunos “heridos”. Todo aquello, las cargas desproporcionadas de los antidisturbios, el grave error de la represión policial que derivó en aquella Semana Trágica de Barcelona, lo vimos en las imágenes de televisión. No hacía falta traer a ningún catedrático de metafísica kantiana de la Renania a contarnos lo que ya vieron nuestros ojos. Por el contrario, según el testigo, la actitud de los ciudadanos durante el 1-O “no era violenta ni agresiva” y la mantuvieron a pesar de la “percepción de amenaza” y la “intimidación policial”. Es decir, todos los manifestantes recibieron a los ‘piolines’ con alegría y rosas, la violencia solo fue de una parte, y no vio a ningún policía herido, solo inocentes y mártires ciudadanos, pese a que se contabilizaron más de 400 contusionados entre las fuerzas de seguridad.

El imparcial señor Grünberg ni percibió resistencia activa, ni acoso de algunos votantes a los policías, ni vallas volando, ni golpes o empujones, ni enfrentamientos de grupos reducidos e incontrolados (todo hay que decirlo) que trataron de convertir la jornada electoral festiva en la batalla de Almansa, con el retrato del Borbón boca abajo. Tampoco escuchó los gritos de “policía fascista” o “fuera las fuerzas de ocupación”, ni vio cómo en algunos colegios hubo quien votó hasta cuatro veces. Todo fue limpísimo y tranquilísimo, salvo por esos señores orcos vestidos con chalecos antibala.

“Las organizaciones civiles que organizaban este evento resaltaban mucho las pautas de mantener la calma cuando llegara la Policía”, prosigue el observador en su relato. A la pregunta de si conocía que el Tribunal Constitucional había notificado a los miembros del Govern y de la Mesa del Parlament de posibles consecuencias penales por organizar el referéndum, declara: “Sí, tenía constancia de ello. Es un proceso de normalidad democrática que leyes u otros actos sean declarados como inconstitucionales”. Es decir, manzanas traigo, la ley me la paso por el forro, como debe hacer todo demócrata insumiso y desobediente de nuevo cuño que se precie.

Y llega el momento crítico en el que se le pregunta quién costeó sus gastos de viaje y manutención y si recibió algún honorario por sus servicios. “No recuerdo si hubo esta oferta, pero nunca se sufragaron porque desde el primer momento dejé muy claro que para mí era hacerlo a título personal. También he estado presente en las elecciones de diciembre de 2017 y hablé con todas las formaciones. Siempre he pagado yo estos viajes”, responde. O sea que su trabajo fue por amor al arte, en este caso por amor a la libertad y por la lucha de los pueblos oprimidos.

“Es mi deseo que se encuentre un consenso democrático para solucionar el problema, que las discusiones de base no sirven”, ha alegado, mientras el presidente de la sala, Manuel Marchena, le ha advertido de que su testimonio es “importante de cara a los hechos”, pero no por sus “valoraciones personales”.

Como observador internacional imparcial e independiente, el señor Grünberg no tiene precio para quien decida contar con él como notario de la historia. Sale barato y ve una realidad muy particular. “Me encontraba desde tiempos atrás en un constante diálogo con miembros del gobierno de la Generalitat, y he llegado a conocer desde el señor Jordi Pujol a todos los presidentes”, ha reconocido el supuesto independiente. Que se haya codeado con alguien como Pujol quizá lo explique todo.

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