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El secreto mejor guardado por… las mascotas

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análisis

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Nada más lejos de mi intención que asustar a nadie, puesto que eso ya lo han hecho a las mil maravillas importantes organismos y medios de información -públicos y privados- durante los últimos dos años, pero sí llamar la atención sobre un tema en el que existe una gran incertidumbre, pero del que, sorprendentemente, apenas se ha hablado. Se trata del posible/probable papel de las mascotas como transmisoras, o al menos como reservorios del coronavirus, que hemos seguido con interés y gran curiosidad durante estos dos años, observando al mismo tiempo su nulo tratamiento en los medios informativos españoles.

A continuación, reseñaremos cronológicamente las publicaciones científicas más relevantes en la materia y presentaremos sus principales conclusiones.

En marzo de 2020, los investigadores chinos Thomas H. C. Sit y colaboradores describen en Nature el hallazgo en Hong Kong de algunos perros infectados con SARS-CoV-2, en hogares con casos humanos confirmados de COVID-19. Las secuencias genéticas de los virus fueron idénticas a las de los respectivos casos humanos. Los perros permanecieron asintomáticos. La evidencia sugiere que estos son casos de transmisión de SARS-CoV-2 de humano a animal, y no está claro si los perros infectados pueden transmitir el virus a otros animales o a los humanos.

Al mes siguiente, varios compatriotas suyos publicaron en Science, el descubrimiento de que los gatos son susceptibles a esta infección transmitida por el aire, recomendando que la vigilancia del SARS-CoV-2 en gatos se considere un complemento de la eliminación de COVID-19 en humanos.

Un artículo publicado por investigadores griegos en Molecular Medicine Reports en junio de 2020, concluye que la infección de animales por humanos y viceversa es plausible, y que no se dispone de datos para confirmar o excluir la posibilidad de tal infección de persona a perro y de perro a humano.

Al mes siguiente, la comunidad aragonesa sacrificó casi 100.000 visones americanos de una granja de La Puebla de Valverde, en Teruel, por el coronavirus, porque las autoridades sanitarias detectaron transmisión comunitaria del SARS-CoV-2 en la explotación. Además de los contagios en ejemplares de visón, siete empleados de la granja dieron positivo en las pruebas, lo que llevó a las autoridades a valorar una posible transmisión del virus entre humanos y animales o viceversa.

Previamente, en abril de 2020, los servicios veterinarios de Países Bajos ya habían detectado los primeros casos de granjas de visones positivas en su territorio. Pero mucho más sonado fue el caso de Dinamarca, donde se sacrificaron varios millones de ejemplares en las granjas peleteras de la península de Jutlandia, tras haberse detectado intercambio de virus entre trabajadores y animales.

Este último caso, lo explicaron detalladamente los investigadores italianos Anna Costagliola y colaboradores, en la revista Animals, en diciembre de 2020. Siguiendo sus propias palabras, existe evidencia de que las personas que dieron positivo en la prueba de COVID-19 pueden infectar mascotas, animales de granja y animales salvajes. Muy recientemente, se encontró una variante del SARS-Cov-2 relacionada con los visones en trabajadores de este tipo de explotaciones en Dinamarca, con una gravedad de la enfermedad similar a la de aquellos infectados con variantes no relacionadas con los visones, considerándose el primer caso de transmisión de infección de animal a humano.

Los autores indican que es importante que los veterinarios compartan información con los responsables de salud pública, para evaluar los riesgos de transmisión de personas infectadas a animales, o para determinar cuándo los animales podrían propagar virus pandémicos.

Un editorial en la revista One health, publicada el mismo mes, concluyó que las características epidemiológicas, biológicas y virológicas de los coronavirus, y en particular su capacidad demostrada para cruzar fácilmente las barreras entre distintas especies, sugieren que el contagio de las mascotas por parte de los dueños enfermos no solo es probable, sino esperable, dadas las numerosas oportunidades de propagación durante un brote masivo.

 En enero de 2021 los japoneses Zameer Shervani y colaboradores, publicaron en European Journal of Medical and Health Sciences un artículo de revisión, evaluando la transmisión de humanos a mascotas domésticas y de mascotas a humanos. Entre sus conclusiones explican que los gatos y los hurones son altamente susceptibles, los perros son susceptibles en menor grado y los pollos, cerdos y patos no son susceptibles. La mayoría de los estudios muestran ausencia de síntomas clínicos en los perros y gatos infectados. No hay evidencia de transmisión de mascotas a personas, aunque no se puede descartar esa posibilidad. Añaden que, para evitar la transmisión del virus de hogares infectados, las mascotas deben estar en cuarentena y aisladas de manera similar a los humanos.

En abril de 2021 los investigadores franceses Max Maurin y colaboradores publicaron en la revista Microorganisms que los datos indican que las interacciones con mayor riesgo de infección por COVID-19 entre humanos y animales son aquellas que involucran a ciertos mustélidos (como visones y hurones), roedores (como hámsters), lagomorfos (especialmente conejos) y felinos (incluidos los gatos). Las infecciones en animales de compañía pueden no ser inusuales, aunque parece ser mucho más significativa clínicamente en gatos que en perros. Cabe señalar que las autoridades de Hong Kong, Japón y Estados Unidos han establecido un protocolo para la vigilancia reforzada de carnívoros domésticos (incluidos perros, gatos y hurones) en contacto con casos humanos de COVID-19, requiriendo muestras de estos animales. Debe monitorizase a las mascotas para detectar cualquier problema de salud y aplicar las normas de higiene y bioseguridad necesarias.

Ya en nuestro propio país, Sandra Barroso-Arévalo y colaboradores, de la Universidad Complutense de Madrid, publicaron en julio del año pasado en la revista Viruses: Como parte de un estudio a gran escala sobre la prevalencia del SARS-CoV-2 en mascotas en España, se ha detectado la variante preocupante B.1.1.7 en un perro cuyos dueños estaban infectados con SARS-CoV-2. El animal no presentaba ningún síntoma, pero las cargas virales eran altas en las vías nasal e hisopos rectales. Además, fue posible el aislamiento viral de ambos hisopos, lo que demostró que el perro estaba liberando virus infecciosos. Este estudio documentó la primera detección de COV B.1.1.7 en un perro en España, destacando la importancia de realizar vigilancia activa e investigación genómica en animales infectados.

Investigadores de la Universidad de Marsella, publicaron poco después, en octubre de 2021 en la revista Transboundary and Emerging Diseases la detección de una nueva variante en un perro en Francia, destacando el riesgo de que las mascotas puedan desempeñar un papel importante en brotes de SARS-CoV-2 y puedan transmitir la infección a humanos. Los autores encontraron evidencia de transmisión de humano a perro de esa variante, ya que los dueños fueron los primeros en estar infectados. Por ese motivo, recomiendan que los propietarios y veterinarios estén atentos al COVID-19 canino, cuando los perros presentan signos clínicos respiratorios.

Europa es el hogar de una enorme cantidad de perros y gatos. De hecho, en Francia se calculan 7,3 millones de perros y 13,5 millones de gatos, con casi el 50% de los hogares en posesión de un perro o un gato. Las cifras son probablemente similares en otros países europeos y, dada la estrecha asociación entre las mascotas y sus dueños, surge inevitablemente la pregunta de si estas mascotas se han contagiado a medida que se propagaba el virus.

Por lo tanto el debate científico continúa, sin estar aún claro el papel de las mascotas como responsables de brotes zoonóticos, ciertamente plausibles. Como hemos visto, en algunos países ha existido cierta coordinación entre los servicios veterinarios y de salud pública, e incluso se han recogido oficialmente muestras de las mascotas enfermas. Lo sorprendente es que, en España, esta problemática no ha trascendido o ha pasado totalmente desapercibida.

Y, mientras tanto, padecemos ciertos excesos preventivos rayando en lo absurdo, como la consideración, que se ha producido por primera vez en la historia, de los asintomáticos como enfermos y “contagiadores”, o las medidas sociales desproporcionadas adoptadas para ellos (pero no para las mascotas), la obligación de la mascarilla en exteriores (que afortunadamente ha llegado a su fin), o la temeridad de la vacunación infantil, en una situación de “consentimiento desinformado” de los padres, un peligroso experimento que desde el punto de vista ético no se sostiene.

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