Catorce de febrero. Día de los enamorados. Hoy mi marido vendrá a comer. ¡Qué alegría!

Me afano en limpiar nuestra casa de ladrillo visto, aquí en Chicago. Me esmero con la cocina. Mantel italiano de cuadros rojos y blancos. Florero azul enorme en el centro. Vacío. Sé que traerá flores. Orquídeas. Canturreo.

Podrían prepararlo todo las chicas que tenemos a nuestro servicio. Incluso deberíamos comer en el salón. Pero este día me gusta pensar que seguimos siendo humildes. Novios. Necesitando solamente la compañía del otro y nuestro puchero. Patatas en abundancia. Aroma del bueno. Sonrío.

Que no necesitamos tanto dinero, sino tiempo juntos, el que ahora nos falta.

Cogerá mi mano y comeremos atontados mirándonos a los ojos. Imagino.

Enamorados.

John es un hombre bueno. Me regala un apellido que tiene que ver con alegría, amor, primavera. May. John May. Y tres hijas hermosas. Y listas. Se ocupa de ellas tanto como de mí. Las lleva al colegio, a veces las recoge. Padre comprometido.

Hubo un tiempo en que no trabajaba tanto y vendía flores. Yo lavaba su ropa que desprendía olor a jazmín. Achuchaba sus camisas bajo mi nariz, aspirando aromas que se me antojaban verdes, rojos, blancos, alegres.

Ahora el servicio limpia una ropa que huele a almacén. A botellas prohibidas. Polvo. Venta oculta. Alcohol. Miedo.

Aún así estoy orgullosa de mi John. Es un benefactor que combate la ley seca. Una ley que se me antoja absurda. Y sigo enamorada de él. Más que el primer día.

Se me pegan las patatas.

LLaman a la puerta.

……..

No vendrá. Mi John no vendrá hoy. Ni nunca.

No me importa que se queme la comida, pero en un gesto mecánico la aparto del fuego.

Era Caterina. La de la puerta. Me daba la noticia. Apoyando mi cuerpo en el marco de madera la he escuchado sin pausa. El jefe de John es el único que no ha muerto. Ahogo un grito. Lo ahogaba y lo ahogo. Constantemente. Siete hombres no volverán a casa. Hoy. Mañana. Ni pasado mañana. El marido de Caterina tampoco.

Sucedía a las 10.30 de la mañana en un almacén. Ráfagas de plomo a cambio de bebida. Rugido de metralleta para conseguir todo el alcohol. Condenados a muerte por quien ahora tendrá todo el poder. La venta de alcohol completa en Chicago,1929. La risa de Al Capone.

Mi John era un hombre bueno. Resbalan mis lágrimas. Me regalaba un apellido que tiene que ver con alegría, amor, primavera. Se me doblan las rodillas. May. John May. Siento que me han partido por la mitad. A la altura del corazón.

Nuestras tres hijas hermosas… Y listas… ¿Qué va a ser ahora de nosotras sin su protección y sonrisa? Se ocupaba de ellas tanto como de mí. Las llevaba al colegio, a veces las recogía. Su padre ha muerto.

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