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El riesgo y el sentido común

Alberto Vila
Alberto Vila
Analista político, experto en comunicación institucional y economista
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análisis

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“Solamente los que arriesgan llegar demasiado lejos son los que descubren hasta dónde pueden llegar.”

T. S. Eliot

El concepto riesgo proviene del árabe. Es definido como la proximidad o posibilidad de un daño. En caso en que dicho daño suceda el desenlace puede ser fatal. Aplicando metodologías de la información, los riesgos pueden ser anticipados y sus consecuencias pueden ser atenuadas o evitadas. Para ello es necesaria tomar todas las precauciones necesarias para poder prevenirlos.

La certidumbre o ausencia del riesgo es imposible. Sin embargo, en la práctica, la utilización de mecanismos de influencia hace que sea factible acercarse a un nivel de riesgo cercano a la certidumbre. La utilización espúrea, o directamente corrupta, de legislaciones o control de los aparatos políticos, son la herramienta. Las puertas giratorias la clave. Siempre se gobierna para los amigos. No importa de qué lado de la línea estemos. El que paga siempre gana.

El directivo de grandes empresas en España se habituó, durante las décadas de los 90, primera y segunda del siglo XXI, a realizar trabajos con cargo a los presupuestos públicos con garantías suficientes para asegurarse un riesgo cero. Así, utilizaron esos beneficios para dar el salto internacional. Confusos mecanismos que produjeron las contrataciones blindadas parecen atestiguarlo. Si se gana, forma parte de los beneficios. Si se pierde, pagan todos los españoles.

De ese modo, rescatamos autopistas, asumimos sobrecostes en obras públicas, respaldamos préstamos temerarios, nos permitimos la realización irracional de eventos y proyectos con cargo a los presupuestos de CCAA y del conjunto del Estado. Nuestra deuda. Se nos dice que todo resultó por “vivir por encima de nuestras posibilidades”.

El verdadero riesgo empresario, parte consustancial de su quehacer en mercados inciertos, por tanto, se le derivo al pequeño y micro empresariado. Básicamente autónomos. Sí, a estos que se les cayó la denominada “crisis” encima.  Ahora están soportando la pandemia. Estos, que quedaron en la mitad de los procesos de externalización de sus grandes clientes. Los que vieron desaparecer el crédito. Los que sintieron la pérdida de sus clientes por la brutal contracción de la demanda. Los que fueron artífices de la creación de empleo, aunque precario y temporal, en la España del éxito. Los que se ven abrumados por una fiscalidad injusta.

Para considerar: la noción de riesgo suele utilizarse como sinónimo de peligro, sin embargo, está vinculado a la vulnerabilidad, mientras que el peligro aparece asociado a la factibilidad del perjuicio o daño. Es decir, el peligro es la amenaza concreta de daño que se cierne sobre la comunidad. Por tanto, nuestros dirigentes deberían evitar los peligros públicos, cuando procuran minimizarle el riesgo a los grupos de interés a los que protegen y sirven.

Habría que apelar al sentido común de una vez por todas. Al patriotismo genuino. El ministro encargado de liquidar la Renta Básica Universal el Salario Mínimo Universal debería dejar ya de insistir en su modelo neoliberal de privatización del sistema de pensiones. Tiene otras tareas específicas que cumplir.

Desde aquí lo invito al sentido común. Porque el desconcierto inicial suele dejar sitio para la ira colectiva.

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