Juan Carlos I Emérito
Juan Carlos I durante el acto de abdicación en 2014

Juan Carlos I vio que el 23F se le iba de las manos y, según fuentes que estuvieron cercanas al monarca en aquellos meses posteriores al intento de golpe de Estado, pasó «mucho miedo». Por ello, en el Palacio de la Zarzuela se inició una operación político-militar secreta que le permitió hacerse con el poder real del Estado, independientemente de lo que dijera la Constitución, para evitarse, en el futuro, sustos tan fuertes y desagradables como los que vivió durante «la Tejerada».

Según indica el coronel Amadeo Martínez Inglés el su libro Juan Carlos I. El último Borbón, el rey abrió dos frentes. El primero fue llamar a capítulo a todos los líderes políticos que, de un modo u otro, estuvieron de acuerdo con la «Solución Armada»; el segundo, y, quizá el más importante, el hacerse con el control de todos los servicios de inteligencia de las Fuerzas Armadas y, de este modo, convertirse en el hombre más informado de España, lo que, por ende, le transformaría en la persona más poderosa del país. Tal y como publicamos en Diario16, esto tuvo como consecuencia que Juan Carlos I no sólo dispusiera de las funciones que el confería la Constitución, sino que durante su reinado ejerció el poder de facto, disfrazado de rey constitucional y demócrata, pero sometiendo a los políticos, entre campechanía, sonrisas y abrazos, quienes siempre creyeron que no ejercía el poder pero que no dudaron en aceptar la voluntad del monarca.

El primer baluarte de la información era el CESID (Centro Superior de Información de la Defensa), formado casi exclusivamente por militares y con una estructura anticuada volcada preferentemente, siguiendo todavía con las directrices de los servicios secretos del Régimen franquista, a la información interior: política, social y militar. El control del CESID se convirtió en prioridad absoluta del rey Juan Carlos en los meses siguientes al 23F.

«Así, en octubre de 1981, después de someter a una presión directa e insoslayable al nuevo presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo-Sotelo  consigue que sea nombrado director general del CESID el coronel Emilio Alonso Manglano, un militar de la nobleza, monárquico visceral y que había jugado un papel esencial en la postura de «no intervención» adoptada por la Brigada Paracaidista durante el 23F», afirma Martínez Inglés. Este hecho fue importante puesto que los jefes de esta unidad siempre fueron partidarios de un golpe de Estado duro, «a la turca». Si en febrero los paracaidistas hubieran actuado, el golpe habría tenido éxito. Y esto lo sabía Juan Carlos I y recompensó a Manglano con la dirección del CESID. Ya había colocado al hombre clave en el lugar clave porque la apuesta nunca fue desinteresada, ya que con su fiel servidor a la cabeza del CESID, Juan Carlos I sería el primer beneficiario de cuanta información sensible y reservada generaran los servicios de Inteligencia del Estado.

Ello, unido al control que por su mando supremo de las Fuerzas Armadas ya ejercía sobre la Junta de Jefes de Estado Mayor convirtieron al monarca en el hombre mejor informado del país más poderoso y capaz de «erigirse de facto (guardando siempre las formas democráticas, cómo no) en un auténtico dictador en la sombra», afirma el coronel Martínez Inglés.

Manglano se convirtió, a partir de octubre de 1981, en los ojos y los oídos del rey Juan Carlos, en la punta de lanza de su oculto poder, «en la correa de transmisión, a través de la cual recibiría a diario la munición necesaria para doblegar y hacer hincar de rodillas a los políticos de la democracia elegidos por el pueblo soberano. Con el general Sabino Fernández Campo como nuevo valido y fontanero máximo del palacio de La Zarzuela, reconvertido en El Pardo de décadas pasadas; con el espía Alonso Manglano sirviéndole a mansalva y en tiempo real cuanta información sensible (mucha de ella referida a los otros poderes del Estado) llegara a los terminales del siniestro servicio de información del Estado que dirigía con mano de hierro; con la cúpula militar (JUJEM), y los servicios de Inteligencia exterior secretos adscritos a la misma, obediente y sumisa en virtud de la etérea y nunca concretada Jefatura Suprema de las FAS que le otorga la Constitución; y con el permanente «chantaje» a los políticos, y en especial a los sucesivos presidentes del Gobierno elegidos democráticamente por el pueblo, que representaba la mera existencia de esa suprema jefatura sobre los militares como valladar ante tentaciones golpistas… el camino a esa deseada dictadura real en la sombra se presentaba expedito», afirma Martínez Inglés.

1 COMENTARIO

  1. Están saliendo a la luz varios escándalos relacionados al rey emérito y sus hombres de confianza. El compi de navegación y posible hermano, José Cusí, que fue socio de Imepiel, empresa pública saneada y privatizada que terminó cerrando sus puertas y dejando un centenar de trabajadores en la calle. Si Cusí no tenía un duro como dice El Confidencial, de dónde sacó la pasta para invertir en aquella empresa?

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