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El rey Juan Carlos defenestró sin piedad a sus hombres de confianza

El primer ejemplo de ello fue Torcuato Fernández-Miranda, el máximo consejero político de Juan Carlos de Borbón y a quien no tuvo problema en defenestrar cuando encontró a otro caballo ganador

José Antonio Gómez
José Antonio Gómez
Director de Diario16. Escritor y analista político. Autor de los ensayos políticos "Gobernar es repartir dolor", "Regeneración", "El líder que marchitó a la Rosa", "IRPH: Operación de Estado" y de las novelas "Josaphat" y "El futuro nos espera".
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análisis

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El rey emérito, mientras ocupó (y ejerció) el poder, tuvo una rara predisposición para rodearse de «validos» o apoderados políticos, militares, financieros, hombres que tenían importantes influencias sociales, etc., que, tras una aparente amistad y confianza de «su señor», trabajaron sin descanso por él. Según indicó el coronel Amadeo Martínez Inglés en su libro Juan Carlos I. El último Borbón algunos de estos hombres llegaron a jugarse la vida «en acciones presuntamente ilegales o fraudulentas en su beneficio». Además, el rey emérito contó con que este grupo de hombres de confianza realizaron sus acciones sin rechistar incluso cuando ya estaban acabados o quemados en su subterránea labor de apoyo a la institución. Una vez que perdieron su efectividad, fueron «tirados a la basura, olvidados, ninguneados o, en el peor de los casos, arrojados a la mazmorra», afirmó el coronel.

Juan Carlos I fue un verdadero maestro a la hora de saber adquirir, utilizar y tirar «kleenex humanos». Desde que sólo era un simple aspirante a suceder a Franco y, por supuesto, cuando fue nombrado heredero del dictador a título de rey, empezó a tejer a su alrededor una rudimentaria pero efectiva célula de poder que fue ganando efectividad desde el día  y no digamos nada 22 de noviembre de 1975 cuando ocupó la Jefatura del Estado.

Juan Carlos de Borbón supo utilizar siempre de manera magistral, en su propio beneficio (faltaría más), a validos o «apoderados reales» en todas y cada una de las parcelas del Estado que detentaban o podían detentar en su día algún poder: la milicia, la política, las finanzas, los medios de comunicación, los servicios secretos, el liderazgo social, etc. «Personalidades captadas por él, con esa campechanía de atrezzo y ese savoir faire de relaciones públicas de discoteca, que con su ambición personal a cuestas y casi siempre con un monarquismo trasnochado pero fiel, no han dudado en hacerle a su rey el trabajo sucio que necesitaba en cada momento. Para luego, a pesar de ser traicionados, defenestrados, abandonados, tirados a la basura como un pañuelito de tocador o, peor aún, encarcelados como vulgares delincuentes, callarse como muertos en beneficio de la sacrosanta institución de sus desvelos», afirma Martínez Inglés en su libro. Algunos de ellos sí han hablado, pero con las debidas reservas.

La lista de estos hombres leales que fueron defenestrados sería interminable. Sin embargo, hay algunos nombres que son muy importantes, incluso, para la historia de España, personas que fueron encumbradas por el rey Juan Carlos que se sacrificaron por él y le ayudaron a «tejer la sutil y a veces imperceptible dictadura de rostro amable y democrático que ha gobernado este país en los últimos seis lustros. Y que, finalmente, acabaron cayendo en el pozo de la ingratitud regia, en el olvido de sus importantísimos servicios a la Corona o en la traición pura y dura», dice Inglés.

A pesar de que el mayor número de validos del rey Juan Carlos hay que buscarlos en el ámbito militar, donde, según Martínez Inglés, «ha residido su oculto poder todos estos años y donde siempre ha encontrado la fuerza para sus continuados «chantajes institucionales» a los políticos elegidos más o menos democráticamente por el pueblo español», uno de los más importantes, por una personalidad política clave en la historia de la transición, muñidor en la sombra del trágala político asumido sin pestañear por los líderes de la izquierda española y servida al pueblo español para que se la tragara en el referéndum de 1978.

Se trata de Torcuato Fernández-Miranda, primer valido político del «régimen juancarlista» y primer pro hombre que sufrió la deslealtad del actual rey emérito, la persona que sentó las bases para que la famosa «reinstauración» monárquica ideada por Franco pudiera ser permanente en un país como la España de 1975.

La relación personal de Fernández-Miranda con Adolfo Suárez se deterioró muy rápidamente debido, con toda certeza, a sus desencuentros por el modo de hacer política que puso el de Cebreros en marcha, como, por ejemplo, los pactos de Suárez con Felipe González y Santiago Carrillo para la legalización de todos los partidos de izquierda y en pro de unas elecciones generales sin condicionamientos, disgustaron sobremanera a Torcuato, que había puesto en la agenda, aprobada en su día por Juan Carlos, la creación de un sistema de alternancia bipartidista.

«El rey Juan Carlos apostaría finalmente por su nuevo valido, el joven político de Cebreros catapultado por él mismo y también por don Torcuato, a la Presidencia del Gobierno, y esto llevaría a este último a presentar la dimisión irrevocable de todos sus cargos en 1977, escasas fechas antes de las primeras elecciones generales del 15 de junio de ese año. El último Borbón, el entonces joven monarca que había empezado a masacrar a sus enemigos políticos con la defenestración de Arias Navarro, aprendía también a abandonar, a traicionar, a sus mejores hombres», afirma Martínez Inglés.

Torcuato Fernández-Miranda había ofrecido importantes servicios tanto al Estado y como a Juan Carlos de Borbón, pero los nuevos intereses de la Monarquía empujaron al actual rey emérito a ir por otro camino «y el caballo ganador lo representaba, en aquellos momentos, un joven, prometedor y ambicioso político que daba una muy buena imagen de modernidad, progreso y aires de cambio: Adolfo Suárez», quien, años más tarde, siguió el mismo camino que Fernández-Miranda.

El rey Juan Carlos aceptó sin miramientos y sin piedad la dimisión de Torcuato Fernández-Miranda mucho antes de que se hiciera efectiva, en la soledad de un despacho y sin testigos; exactamente igual a como lo haría, tiempo después, con Suárez.

Este primer «cadáver» político juancarlista, su antiguo profesor de Derecho Político, un hombre inteligente, ambicioso, huraño y un tímido político quiso hacer historia acercándose a Juan Carlos de Borbón, pero siendo desconocedor del gravísimo peligro que corría con ello.

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