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El retraso en el envío de las vacunas pone al descubierto la dictadura de las farmacéuticas

Italia se plantea demandar a los laboratorios por no cumplir el contrato

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análisis

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Las grandes farmacéuticas que poseen la patente de las vacunas se están retrasando en el envío de los lotes contratados mientras la pandemia avanza descontrolada por todo el mundo. Italia ya ha anunciado acciones legales contra algunas corporaciones mientras la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, ha exigido a los laboratorios que se pongan al día y cumplan con lo acordado. “Las empresas tienen sus obligaciones. Por eso instauraremos un mecanismo transparente de exportación. La UE quiere contribuir a un bien común, pero también hablamos de negocios”, ha asegurado dando con la clave de todo este feo asunto. Aquí no solo estamos hablando de investigación, de salud, del bienestar de los europeos, sino como muy bien dice la señora Ursula, de negocio, de puro negocio.

El problema de la escasez de antídotos es mundial –hasta la OMS ha tenido que tomar cartas en el asunto para prevenirnos contra “el nacionalismo de las vacunas”– y el tiempo apremia, ya que está muriendo mucha gente y los contagios se cuentan por decenas de miles en cada país. Si compañías como Pfizer o AstraZeneca nos cierran el grifo del maná milagroso es porque hace tiempo que caímos en las redes de unas cuantas empresas multinacionales que se lo comen todo, mientras que los Gobiernos y los Estados han claudicado en su función de productores de bienes y servicios para los ciudadanos. Todo está ya en manos privadas y en un futuro no demasiado lejano la cosa irá a peor, ya que cualquier cosa que se fabrique, desde un paquete de pipas hasta un televisor de plasma, pasando por una simple sartén, será propiedad de unos cuantos dueños y señores de la economía global.

Ahora que la pandemia arrecia en Europa y en todo el planeta comprobamos con estupor que somos rehenes de unos dictadores con bata blanca, de unos inventores que se conocen mejor los entresijos de los mercados bursátiles que la tabla periódica de los elementos químicos, de modo que saben muy bien cuándo tensar y aflojar la cuerda para ganar más dinero. La salud es un derecho sagrado con el que nadie debería jugar, pero lejos de avanzar en su protección y blindaje legal cada día estamos más indefensos, por no decir vendidos. Si el problema de las grandes farmacéuticas es que han sufrido un problema puntual de producción o estocaje y no han podido atender a los pedidos de los diferentes países cuando tocaba, eso podría entenderse y hasta justificarse. Otra cosa es que alguien esté utilizando los retrasos en el envío de las vacunas para jugar a la ruleta con nuestra enfermedad, o sea para la especulación sanitaria, lo cual sería repugnante y delictivo.

En unos años hemos asistido al hundimiento del Estado de bienestar y a la crisis de las democracias liberales como consecuencia de un neoliberalismo que pretende desmontar las grandes conquistas sociales y laborales alcanzadas en los últimos setenta años. La política naufraga en un miasma de descrédito y corrupción; los jueces se han vendido a otros intereses, mayormente la banca; y los periodistas anuncian seguros de coches en medio del telediario. Nada es lo que parece. Ya solo nos falta que no podamos confiar en el farmacéutico del barrio o en el médico de familia (también contaminado por los visitadores del maletín que recorren los hospitales a la caza del pelotazo farmacológico). Quiere decirse que esto ya no es solo la decadencia de Occidente, sino la gran estafa americana, el hundimiento total de la civilización capitalista (para muestra el botón del reciente asalto al Capitolio en los Estados Unidos).

Antaño uno entraba en la botica y se respiraba un ambiente de seguridad, de confianza, había un respeto al paciente. Incluso se podía hablar con el boticario y contarle lo de nuestras hemorroides en rigurosa e íntima confesión. Era como acceder a un pequeño santuario de la medicina donde todo estaba gobernado y regido por el sagrado juramento hipocrático, primer mandamiento de la profesión médica. Hoy adentrarse en una farmacia entraña el mismo riesgo que hacerlo en un banco, un despacho de abogados o una compañía de seguros y no nos sentimos a salvo de sufrir el pillaje, la canallesca y el sartenazo de unos bandidos enmascarados con el antifaz higiénico dispuestos a aplicarnos el céntimo sanitario, el impuesto de los medicamentos no genéricos, la venta de fármacos no cubiertos por la Seguridad Social y el IVA que siempre se lo hacen tragar a uno como un ricino abusivo. Y ojo, que la culpa no la tienen los farmacéuticos, sino el sistema, la ley de la jungla de la oferta y la demanda (la más grave enfermedad de nuestro tiempo) y los precios ordenancistas de los laboratorios que trafican con píldoras, grageas y jarabes.

Hemos creado unas élites farmacéuticas no tan simpáticas y deontológicas como aquel Emilio Aragón de Médico de familia que siempre estaba dispuesto a darlo todo altruistamente por la salud del paciente, un establishment médico que es peor que un dolor de muelas. Hoy por hoy casi es preferible aguantarse la migraña a ser desvalijado por un señor o señora sonriente que tras darnos amablemente la aspirina y soltarnos aquello de “se mejore usted” nos clava la dolorosa. Antes el sufrimiento humano se respetaba, hoy se invierte en Bolsa con él. Lo de la especulación con las vacunas tiene muy mala pinta porque por ese camino se potenciará el mercado negro y al final aquí solo se inmunizará el rico mientras al pobre se le relegará al lazareto del coronavirus, o sea los guetos obreros de Díaz Ayuso.

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