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El repelente niño del balón de reglamento

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análisis

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Francisco Marhuenda, director de La Razón, ese periódico objetivo a más no poder, total y absolutamente imparcial y ecuánime donde los haya, muy español y mucho español, tiene aspecto de uno de esos niños repelentes, sabihondos, empollones y repipis hasta la náusea, de esos niños horribles permanentemente enfadados y hastiados porque se creen superiores a los demás y éstos, todos unos mindundis a sus ojos, unos resentidos, palabra ésta que repite mucho para referirse a los que no le dan la razón que, por supuesto, siempre la tiene, y no le reconocían esa evidente superioridad. Un niño al que el vacío, la indiferencia, cuando no el rechazo que le mostraban los otros niños debido a su engreída, desdeñosa e insolente  manera de ser, lo interpretaba como un claro ejemplo de su clara supremacía sobre los demás.

Marhuenda es uno de esos niños que padecimos en nuestra infancia, uno de  esos engreídos sabelotodo que tenían un balón de reglamento y, en un gesto de lo que parecía generosidad, aunque más bien era todo lo contrario, lo dejaban un rato para que jugáramos los demás niños a condición, claro está, de que se lo echáramos constantemente para lucirse y meter algún gol para lo cual el portero tenía que apartarse, esquivar o en casos extremos ayudar a la pelota para que entrara a la portería, que solían ser dos mojones de piedras amontonadas en el solar, era o descampado lleno de cantos que usábamos como campo de fútbol. Sobra decir que cuando mejor y más animado estaba el partido, o cuando pedía el balón dos veces y no se lo pasaban, o no metía gol a pesar de las ayudas recibidas, sin decir nada lo cogía con su habitual gesto agrio y arrogante y se iba a su casa con él debajo del brazo, dejándonos a los demás con un importante cabreo que había que disimular a duras penas si queríamos poder darle otro día algunas patadas más, no al niño, que también daban ganas, sino a su fastuoso balón de reglamento de cuero con pentágonos blancos y negros cosidos, que en nada se parecía a nuestras tristes pelotillas de goma o plástico que llevaban los pentágonos pintados. Unos balones baratos de imitación a los de reglamento que iban perdiendo aire poco a poco hasta que al final del partido, más se rodar, se arrastraban penosamente por el suelo de un lado para otro a golpe de zapatilla de mercadillo que solían ser de la marca La Tórtola o La Cadena.

Pasado el tiempo, el niño Marhuenda, después de licenciarse en derecho y periodismo es desde 2008 director del periódico La Razón, un diario no hace falta decir que muy conservador y mucho conservador, un periódico “de orden” como no podía ser de otra manera siendo él su máximo responsable. Un medio de comunicación que defiende a capa y espada al sistema que le paga, a los poderes económicos que detentan el poder, sin atreverse a hacerles una leve crítica aunque solo sea por guardar un poco las apariencias y que la carrera de periodismo sirva para algo más que para montar un palio con el que pasear a quien paga las nóminas. El periódico que dirige Marhuenda es uno más del poderoso entramado de medios de medios de comunicación conservadores que actúan como “bomberos pirómanos” según convenga: cuando hay alguna corruptela, corrupción y otros delitos, desmanes, fechorías y podredumbres varias en alguno de los partidos a los que representan,  despliegan un recio telón ignífugo y echan rápidamente agua perfumada  para enfriar y minimizar al máximo el asunto y quitarle el olor a podrido. Sin embargo, cuando perciben algún atisbo de irregularidad, de infracción, vulneración o quebrantamiento por parte de algún político de izquierdas, sacan el altavoz y aporrean el bombo con todas sus fuerzas. Y si el “fuego” es pequeño, poco llamativo, le echan un poco de gasolina para agrandarlo y de esa manera tenga la debida repercusión en la opinión pública, sobre todo en la de sus lectores, que piden este tipo de noticias para poder cargarse de razones y decir que hay corrupción en todas partes, en todos los partidos y en todos y cada uno de los políticos, sobre todo en los de izquierdas, a los que hay que vigilar constantemente y mantener a raya porque, como todo el mundo sabe, su cuyo único y principal objetivo es destruir España. 

Marhuenda, es el capataz, el manijero de un medio de comunicación al servicio de los que ponen el dinero y marcan las líneas, las directrices, lo que tienen que decir y lo que tienen que callar, cuándo tienen que sacar el bombo y la pirotécnia y cuándo hacer voto de silencio, pasar de puntillas y cruzar los dedos para que la cosa pase pronto y no se entere nadie o casi nadie. Y en caso de que la cosa transcienda hacer un escrito, informe, reportaje, panfleto o folleto para distraer, apagar y enfriar todo lo posible lo que no conviene que se sepa. La forma preferida de desviar la atención de algo que no quieren que trascienda es atacando a Pedro Sánchez y a su gobierno de todas las formas posibles, todo vale, incluso calificarlo de  “terrorista” por contar con el apoyo de Bildu.  En esto consiste su trabajo de bomberos pirómanos. Por cierto que si a los cargos de Bildu y a sus votantes les llaman con total desfachatez terroristas y les hacen herederos de los crímenes de ETA, también deberían llamar terrorista a Juan Carlos I el emérito porque convivió íntimamente con Franco, fue formado, educado y designado por él para ser su heredero y sucesor. Y por tanto, y aplicando la misma vara de medir, sería responsable de un delito todavía más grave que el de terrorismo, y es el de genocidio.

Pero además de llevar el diario y hacer cumplir lo mandado por los que pagan,  Marhuenda ejerce de aguerrido tertuliano donde reparte leña a diestro y siniestro a los que él llama enemigos de España, y que no son otros que los que no piensan como él que, como ya hemos dicho, está en posesión de la verdad desde siempre. Además de sus siempre enrabietadas, exasperadas, agrias y revenidas intervenciones en las tertulias televisivas, con su tono de perpetuo enfado, fastidio y hastío, y su inalterable gesto de estar permanentemente oliendo a mierda, escribe un artículo diario en el periódico que dirige donde comenta alguna noticia del momento, una noticia donde  invariablemente embiste con todo, pone a caldo, de vuelta y media al pérfido, desalmado, terrorista, chavista, bolivariano, maligno, satánico…etc. gobierno socialcomunista de Pedro Sánchez. Un gobierno apocalíptico que nunca hace nada bien, que para él siempre se equivoca hasta cuando cambia de opinión. También ejerce, sus altas capacidades así se lo permiten, como profesor de la Universidad Rey Juan Carlos, por eso nos extrañó mucho que un docente, un intelectual de su talla, dijera aquello de que el dictador Franco fue reconocido como jefe de Estado legítimo por la Organzación de las Naciones Unidas (ONU) en 1939. Cuando la verdad ¡ay don Pantuflo! es que la ONU no se fundó hasta 1945 y, además, España no formó parte de esa organización hasta 1955.

Los rojos, llevados por su genética maldad, dieron una amplia difusión a ese insignificante desliz. Pero no hay que tenérselo en cuenta, fue solo una licencia poética, simplemente fue su amor, su añoranza, su nostalgia del franquismo, su afición por blanquear, por homologar la historia adecuándola a su ideología lo que le llevó a tener este pequeño e inocente lapsus. Quién en pleno enamoramiento, no ha comparado a su amada con Charlize Theron, cuando a quien de verdad se parecía era a la mula Francis, pero de eso solo se da uno cuenta cuando al fin remite la calentura, la  destemplanza del amor. Como todos sabemos, el amor es una potentísima droga que todo lo altera y transfigura, lo muda y metamorfosea en un hermoso y brillante color de rosa. Y solo cuando el amor remite, y con el tiempo remite como cualquier fiebre, el amor no es otra cosa que una descontrolada fiebre, y el enamorado recupera la salud, vuelve a la vida normal, pone los pies en el suelo, cae en la cuenta del desatino, del despropósito, de la perturbación, del mundo irreal en el que ha vivido.

Pero mucho nos tememos que Don Francisco, Paco para los amigos, sigue perdidamente enamorado de sus ideas, todas ellas para él de una hechura y belleza perfecta, solo comparable a la de la actriz sudafricana a la que antes aludíamos, una ideología de hermosas, inequívocas certidumbres, de inmaculados dogmas y creencias. Mucho tiempo lleva ya este hombre aquejado de esta fuerte fiebre ideológica, producida por una persistente cepa de virus de nacionalcatolicismo que le lleva a tener alucinaciones, manías persecutorias, a vivir en un permanente delirio, ofuscación, intolerancia, intransigencia y fanatismo.

Si alguna vez, quiéralo el cielo por su bien, le remitiera esa fiebre no defendería a la monarquía y al emérito con esa ciega convicción, con esa ardiente fiebre de cruzado, de Torquemada perseguidor de herejes. Muy al contrario entendería que hubiera unos cuantos millones de españoles, tan españoles como él mismo, quizás sean algunos más de los veintiséis millones que aquel general del Aire dijo que habría que fusilar por el bien de España, que ven a la monarquía como un anacronismo, una pesada, rancia y absurda reliquia que no resiste el más somero examen y juicio  a estas alturas de siglo, algo totalmente fuera de lugar. Muchos millones de fusilables pensamos que nadie debe ser jefe del Estado por nacer en una determinada cuna. Que el jefe del Estado debe salir de unas elecciones y ejercer su cargo por un tiempo limitado. Que una familia ostente el cargo de forma hereditaria es algo ilógico, disparatado,  inadmisible siempre, pero especialmente si esa familia la trajo, la rescató del olvido un dictador cuando veía llegado su fin y no tenía a nadie mejor que poner en su puesto. El rey emérito, que era un niño cuando el dictador se fijó en él para sucederle, con su inadmisible comportamiento, ha señalado con total claridad todas las razones, sobradas razones, por las que la institución debe pasar a ser, más pronto que tarde, un recuerdo, una lección de historia que, como todas las lecciones de historia, no debemos olvidar.

Para hacerse una idea de la naturaleza de la institución, recordemos que en 2014, el gobierno de Mariano Rajoy, no confundamos, siempre hay que decirlo, a éste simpar estadista con ese misterioso  “M. Rajoy” al que Bárcenas le hizo, como a otros muchos y muchas, ganar “el gordo” sin necesidad de jugar a la lotería, se apresuró a blindar jurídicamente a Juan Carlos I que acababa de abdicar, y también a las reinas Sofía, Letizia y a la princesa de Asturias. Esas prisas, esa urgencia por aplicar ese blindaje a prueba de toda investigación, de toda justicia, esa impunidad, esa prerrogativa, ese privilegio, esa rapidez por montar el biombo, los recios cortinones, ese sospechoso telón de opacidad que todo lo tape y esconda. Esa absoluta falta de transparencia. No me digan ustedes que no resulta cuando menos inquietante, cuando no indignante, inaceptable e indefendible a estas alturas de siglo.  Y más teniendo la amarga y penosa experiencia de lo que ha supuesto ese descomunal, ese demencial blindaje de impunidad, de inviolabilidad a lo largo de casi cuatro décadas del que ha gozado el emérito, y que le ha permitido permanacer a salvo de cualquier control, de cualquier freno por parte de cualquier poder. Aún hoy, los grandes partidos PSOE, PP y también VOX se siguen oponiendo una y otra vez a cualquier investigación al emérito, seguramente porque no les va a gustar lo que salga de esa investigación, una investigación que sacaría cosas feas que podrían salpicarles. Alguna vez esos partidos deberán dar las pertinentes explicaciones de su negativa a arrojar luz sobre tantas y tan espesas sombras.

Como todos sabemos, Adolfo  Suárez tuvo en sus manos el destino de este país, pero eligió mal, y de aquellos polvos estos lodos. Cuando era presidente, podía haber celebrado la preceptiva, la necesaria consulta a la ciudadanía sobre la forma de gobierno que iba tener la nación después de la dictadura. Pero se negó a hacer la pertinente consulta porque las encuestas eran desfavorables a la monarquía. Salía que no. Mucha gente, entre ella esos veintiséis millones de fusilables, a pesar del incesante bombardeo de los incontables publirreportajes, de la gran operación de marketing por parte del Estado, una enorme operación de lavado de imagen destinada a vender una apariencia de modernidad, de actitud y aptitud, de moderación y talante democrático del joven rey Juan Carlos, no querían ningún legado, ninguna herencia más del dictador, ya habían tenido bastante con un golpe de Estado que provocó una terrible guerra y, de postre, cuatro interminables décadas de dictadura,  para aceptar a alguien propuesto por él como continuador de su interminable mandato.

Desde entonces, la tarea de Sísifo, el trabajo de Marhuenda y del resto de capataces, manijeros, mayorales, gañanes y peones en general que componen  la potente maquinaria mediática de la derecha es hacer que la gente siga tragando sin rechistar el rancio e invariable menú llamado “esto es lo que hay, te guste o no”. Ese maloliente y poco nutritivo rancho cuartelero que a sacan a diario de sus cocinas. Un comistrajo, una bazofia, un bodrio que cada vez sabe y huele peor.

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3 COMENTARIOS

  1. – Me dá la razón?
    – La perra gorda pa tí.

    Es un desfase a veces este periódico, sólo lo veo en la versión digital publicada en redes, y en alguna ocasión lo cierro tras leer sus titulares. Es, literalmente, un diario para deficientes mentales.
    Una manipulación tan evidente de la información roza el delito; es un delirio.
    Y un escándalo, que por supuesto los jueces no ven, y como okdiario, él español, el mundo, ABC, salpicado en un 50% de supuesta información de unos parasitarios de la televisión y la prensa rosa y amarilla, que son los colores de un capote echado por la judicatura para no intervenir con el cierre de estas Fuentes intoxicadoras.
    Una pasada; Raid one en inglés.

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