El pueblo se revuelve contra los líderes negacionistas: Bolsonaro a juicio por su delirante gestión de la pandemia

Brasil supera ya los 395.000 fallecidos por covid y el caos se apodera de todo el país

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Jair Bolsonaro

Un año después de estallar la pandemia, y tal como era de prever, la plaga ha convertido Brasil en un inmenso lazareto rebosante de cadáveres y contagiados. Millones de personas se esconden en sus casas, aterrorizadas, mientras el Gobierno se ve incapaz de contener la hecatombe. Son las consecuencias nefastas de las políticas implantadas por un hombre como Jair Bolsonaro, un fascista de manual, un negacionista a calzón quitado, un fanático ultracatólico de la secta evangélica que siempre antepuso el crucifijo y la demagogia barata a la mascarilla y la democracia. Sus violentos discursos y soflamas contra el comunismo y la izquierda brasilera de nada han servido para frenar el coronavirus, que se extiende como la pólvora por todo el país.​ Espeluzna tirar de hemeroteca y leer las declaraciones delirantes que hacía este sujeto hace apenas unos meses. Libertad, economía, guerra cultural, negación del virus, Dios, patria y orden, palabras que recuerdan, por desgracia, al programa político de cierta lideresa madrileña que sigue por la misma senda enloquecida del trumpismo rampante.

Bolsonaro va camino de convertirse en el mayor genocida, por omisión, de la historia de Latinoamérica. Cada día mueren más de 3.000 personas a causa del virus y la cifra total de fallecidos supera los 395.000 desde que comenzó la plaga. El presidente de Brasil no solo ha alentado el movimiento anticuarentena, sino que en los primeros días de la pandemia cuestionó la existencia del propio agente patógeno, en la línea del admirado Donald Trump. Sus arengas nacionalistas contra las medidas sanitarias desembocaron en violentas manifestaciones en varios estados del país, cuyos gobernadores pretendían apostar por confinamientos severos de la población.

Por supuesto, el amado líder de la nación se puso al frente de las protestas, se envolvió en la bandera nacional e hizo un llamamiento a sus seguidores para que invadieran los hospitales públicos con el fin de desenmascarar el fraude de la pandemia. La Fiscalía brasileña se vio obligada a investigar varios casos de agresiones contra médicos y enfermeras a manos de los salvajes bolsonaristas, auténticos escuadrones paramilitares que se dedican a reprimir duramente todo conato de protesta del personal sanitario que reclama más medios, instrumental clínico adecuado y mejoras salariales para luchar contra la plaga.

Hoy las cosas empiezan a cambiar. El Senado ha abierto una comisión de investigación para evaluar la responsabilidad del Gobierno ultraderechista en la crisis sanitaria mientras la población se moviliza. La respuesta del clown ha sido publicar un tuit en el que resta importancia a las pesquisas parlamentarias y se echa flores a sí mismo por el supuesto buen ritmo de vacunación del país en las últimas semanas. Así es el loco negacionista: primero subestima la letalidad del virus, arrastrando a su pueblo al suicidio colectivo; después, cuando se desata el infierno, pretende quedar como el heroico salvapatrias. En la extrema derecha española también tenemos algún que otro caso clínico aquejado de este fanatismo ciego y sin sentido.

En cualquier caso, los problemas judiciales se le acumulan al hitlerito brasileño. Decenas de personas que han perdido a sus familiares por la negligencia de las políticas reaccionarias de Bolsonaro se están organizando para llevar al presidente a los tribunales como máximo responsable de la hecatombe. Organizados bajo una asociación, exigen inversiones públicas y señalan directamente al Gobierno. “He transformado mi luto en fuerza para impedir que otras personas pasen por lo mismo. Es una injusticia tremenda. Alguien tiene que pagar por ello”, dice un afectado a un periódico nacional.

El tiempo se le agota al caricato fascista del sambódromo. Si el líder brasileño logra salvar su proceso de destitución en el Parlamento (lo tiene complicado) todavía tendrá que sortear el escollo judicial no menos amenazante para él. Un informe pericial publicado por la prensa estos días da cuenta de hasta 23 posibles causas por negligencias, irregularidades y omisiones en el combate contra el coronavirus, entre ellas haber minusvalorado la gravedad de la pandemia, haberse opuesto a las medidas sanitarias restrictivas, la promoción de la cloroquina (un medicamento ineficaz contra el covid-19 que en su día también promocionó Trump sin ningún fundamento científico), la ausencia de campañas de prevención, la desinformación de la ciudadanía, el abandono total de los pueblos del Amazonas y la ausencia de un comité nacional de coordinación contra la catástrofe. También por haberse hecho el remolón a la hora de negociar la compra de las vacunas. En definitiva, por haber dejado que cientos de miles de compatriotas murieran sin haber movido un solo dedo y por sus conductas políticas que bien podrían catalogarse como crímenes contra la humanidad.

Hoy, cuando millones de brasileños se preguntan cómo ha podido ocurrir semejante apocalipsis, el gigante con pies de barro Bolsonaro se tambalea y amenaza con caer. Su propio pueblo, que antes lo llevó en volandas al poder, se revuelve contra él y le pide explicaciones por el incendio que ha consentido y alimentado desde su palacio de criminal Nerón brasileño. Atrás quedan los discursos nacionalistas grandilocuentes sobre el orgullo de la raza, el neoliberalismo radical, el anticomunismo exacerbado, el machismo institucional, la xenofobia y el odio al homosexual. La patraña Bolsonaro se desmorona como antes se derrumbó la gran mentira de Trump, otro bufón que a fuerza de discursos de odio y rabia contra el inmigrante llegó a gobernar el mundo. Las políticas negacionistas y el populismo ultraderechista no pueden quedar impunes. Lo triste es que aquí, en España, todavía haya imbéciles que compren ese discurso que solo conduce a la intolerancia, al fanatismo suicida y al caos de toda una sociedad.      

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