La sobre expectativa es una conocida modalidad para minimizar los efectos de medidas extremas, en materia de procedimientos de comunicación. Su expresión inversa es la práctica de ir incrementando víctimas en los casos de accidentes o catástrofes naturales.

El gabinete de comunicación de las organizaciones gubernamentales o privadas implicadas en episodios de tal naturaleza, es quién canaliza la dosificación de las consecuencias derivadas de los sucesos en cuestión. La gradualidad en un caso, o el sobredimensionamiento en otro, sólo son modos de manipulación con vista a lograr una aceptación del mensaje institucional con la menor contestación posible. No se trata literalmente de mentir, sólo de administrar convenientemente la “inoculación” del mensaje, para que las audiencias o auditorios vayan aceptando la verdadera consecuencia de medidas o acontecimientos.

En la historia democrática de España del post franquismo hubo verdaderas operaciones de este tipo. Desde sus albores, hasta la modificación constitucional del límite del déficit a costa del bienestar de los españoles, acordada por el PSOE y el PP. La impotencia ciudadana dejó como resultado una ola abstencionista que le regaló al señor Rajoy su mayoría absoluta.

Pero, es de justicia decirlo, ha sido esta legislatura la madre de todas las manipulaciones. Basada en esa mayoría, el gobierno Rajoy llevó a cabo una acción decidida en el control de la opinión, con el cierto propósito de convertir hechos en ficciones y realidades demoledoras en situaciones irreversibles. Una de los mejores ejemplos es difundir la idea de que “Rajoy ganó las elecciones”, por lo que es “inevitable” que deba gobernar.

Desde las entrañas de la estructura del Estado español, al que se utiliza de manera impúdica para beneficio de un partido político o, lo que resultaría más grave, para preservar comportamientos tan reprobables como el conflicto de intereses y la corrupción subyacente. Los gabinetes de acción psicológica de la comunicación institucional se ocupan de convertir esta anomalía en virtud. De hecho, la corrupción, si atendiésemos a los resultados electorales, termina por ser una medida del éxito social. Con la Justicia atada de pies y manos. Con los aforamientos inamovibles. Con el Tribunal Constitucional y el Consejo General del Poder Judicial. Con la Fiscalía General del Estado bajo las peculiares directivas de un ministro de Justicia que será recordado por los anales del Derecho. De todo ello, por desgracia para los valores democráticos, sólo tendremos como resultado un sentimiento generalizada de decepción colectiva. Antesala esta última de un abstencionismo creciente.

En cualquier caso, resulta necesario tener en cuenta que los creadores de la Congregatio de Propaganda Fide, órgano que instrumentalizó el mensaje del Papado residente en Roma para responder a los escritos de la Reforma, conocen como movilizar a su electorado desde los púlpitos y confesionarios. Eso garantiza la conocida fidelidad del votante español conservador.

Por el otro lado, las angustias de la impotencia. Las estrecheces y la conciencia de un futuro sin expectativas. Sin garantías de recompensa para los esfuerzos, si no se pertenece a las élites y a sus entornos. Si las posibilidades de mejora en las capacidades pueden verse dificultadas al recortarse las becas, o están restringidas a una emigración forzada si son titulados. Esto, en una economía de corte turístico o de micro o pequeñas empresas que no los pueden rentabilizar. Todo, cuando no se termina por aceptar, como si fuese una ventaja, que es mejor ser un trabajador empobrecido en una empresa con beneficios, gracias a una “reforma laboral” perversa. Mejor trabajar con remuneraciones vietnamitas que no tener un empleo. Los “Santos Inocentes”. Así, el volumen de horas extraordinarias no remuneradas sigue creciendo. La precarización de los derechos del trabajador se sigue incrementando.

Y, respondiendo a esa gran “Operación Decepción”, se logra que las víctimas terminen agradeciendo a sus victimarios que las castiguen. Entonces llega la impotencia y, con ella, la abstención. Fenómeno que no deja de ser la expresión de un gran fracaso de la democracia, que da lugar a los abusos como norma y a la decadencia como objetivo. El gobierno de las minorías para beneficio de corporaciones cada vez más fuera de control. Ese es el núcleo del modelo.

Lo paradójico es que se pretende imponer por personas que no han descollado en labores profesionales que las habiliten para su desempeño. Excluyo de este requisito a los que provienen de corporaciones que, percibiendo una lógica que debería corregirse, resultan beneficiadas por sus decisiones. Llegados a este punto, recordamos esa advertencia: ¡Cuidadín con lo que decimos!… ¿no? Pero, todo lo dicho es contrastable. Se sienten impunes.

Aceptar que la realidad que te ofrecen los corruptos y mediocres como inevitable es la finalidad, debes recordar que la realidad que desees vivir y el futuro que desees construir sólo depende de ti.

Que no te lo roben. Que no te decepcionen. No te abstengas.

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