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El primer abogado robot

Fernando Gómez de Liaño
Fernando Gómez de Liaño
Catedrático de Derecho Procesal.
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análisis

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Los americanos que van por delante en tantas cosas, disponen de “ Ross, el primer abogado robot que litiga usando la inteligencia artificial” noticia que nos ha llegado en este mes de mayo del 2020, para aliviar a los juristas de la pandemia social asfisiante  que alcanza inevitablemente a toda la Administración de Justicia. Voces autorizadas como la de Manuel Atienza, filósofo del derecho, reflexiona sobre el impacto de la tecnología y la inteligencia artificial en la aplicación del derecho entendiendo     que el trabajo de los abogados y jueces está   a punto de cambiar. Ya está cambiando desde hace algún tiempo. Los que empezamos a ejercer hace medio siglo hemos sido testigos de una evolución no siempre positiva, pero evolución al fin, hacia nuevas formas de entender las profesiones forenses aprovechando los avances de la técnica puesta al servicio de derecho en general y de los procesos judiciales en particular.

Pertenezco al grupo de juristas que cuestionan algunos avances, porque estamos llegando a demandas y sentencias enlatadas, que inundan ya el panorama presente, con temores fundados sobre los peligros que encierra. Adoptar patrones mal llamados inteligentes, porque no están en condiciones de razonar, ya está produciendo resultados nocivos.

En uno de los asuntos judiciales en los que he intervenido, con sentencia de 2019, su único fundamento jurídico de dos páginas esta copiado íntegramente de internet, y cuando se denunció el defecto en el oportuno recurso de apelación, la Sala entendió que no era grave y carecía de efectos procesales, aunque no fuera muy loable. Faltaría más. Pero precisamente no van por ahí las necesidades actuales de ese tan importante sector de nuestra sociedad.  

Y ¡ claro que está a punto de cambiar el trabajo de los abogados y jueces! y de los procuradores, de los fiscales y de todo el personal judicial. Lo que tenemos que preguntarnos es si ese cambio irá parejo a la atención de las necesidades de presente, que todos conocemos, dudándose por muchos, que sea la medicina que el momento requiere. Si pasamos por nuestra mente la película del ciudadano que pide Justicia, tratando con un ordenador que va a resolver su problema, lo normal es que transporte a un mundo ficción que no toca, ni quiere tocar.  Los que tienen “sed de justicia” aunque al final se queden con ella, quiere tener su abogado revestido con su toga, que expone sus razones ante un juez que escucha atentamente sus tribulaciones, y en el que tiene puestas sus esperanzas. El abogado y el juez realizan la importante función social de atender sicológica y emocionalmente a los miles, a los millones de personas que precisan una razonable respuesta a sus conflictos y problemas que van progresivamente en aumento en esta complicada sociedad en la que nos ha tocado vivir.

La sentencia, que etimológicamente procede de sentir, de pensar, de razonar quedaría desnaturalizada en su raíz, porque allí nadie ha pensado ni razonado más allá de hacer una búsqueda en la red, que seguramente tiene bien enlatada y almacenada, y que a lo mejor es la justa respuesta a una demanda formulario. Y sobre esos cimientos puede construirse un edificio incapaz de asumir las exigencias sociales más elementales en materia de Administración de Justicia.

Y de cara al abogado no sabemos lo que pensará el cliente que quiere hablar de su caso particular, de exponer sus razones y motivos, de hablar y ser atendido primariamente, buscando antes que nada una respuesta cercana a su entendimiento, cuando que se le ponga delante de un robot, que dará su fría respuesta con un cero de atención.

Vamos a seguir atentos a los avances de la inteligencia artificial, y de sus robots que pueden constituir un buen asistente del abogado, pero si se llega a pensar que lo puedan desplazar mínimamente, es lo peor que le podía pasar a una de las más antiguas y necesarias profesiones que la sociedad demanda.

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