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El presumir del respeto incondicional

José Repiso Moyano
José Repiso Moyano
Escritor español de larguísima trayectoria nacido en Cuevas de San Marcos, Provincia de Málaga, que ha publicado miles de obras en 50 años (literarias, de conocimiento,etc), y ha obtenido premios y reconocimientos por su participación en concursos, periódicos, revistas, recitales, programas de radio, acciones humanitarias y eventos literarios en todo el Mundo.
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análisis

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Como analicé en un ensayo anterior, el respeto incondicional, el que se hace por encima de la misma razón-ética, es el valor «más horrible» que habita en la mente del ser humano. Jamás debió existir, y sí en su lugar una reticencia siempre en el castigo psicológico y una renuncia al castigo físico, éstos practicados sensatamente por la comprensión del derecho a la vida en circunstancias que en cada uno no le favorecen por igual.

Así es, todas las crueldades se han sustentado en ése presumido respeto a protagonistas o a símbolos incontestables por la misma razón, siempre fijos, sin reparos o siempre sátrapas desde cualquier posición superior o de poder; pero ése respeto es asimismo solo un «respeto por respetar»: El respeto al Islam, el respeto al cristianismo, el respeto a la monarquía, el respeto a las costumbres, el respeto a la «sangre azul», el respeto a los méritos de guerra, etc., que solo significaron en el fondo una sumisión al privilegio de algún poder y, además, el justificarle toda la injusticia que provocaba.

El exigir o el presionar con el respeto incondicional es lo primero que no falla para controlar, ¡es lo fácil!, el arma más infalible para inmovilizar los sentimientos y las reivindicaciones del otro, por «intimidación» porque ¡son SOLO UNOS los que se atribuyen el respetar!, solo unos, casi por la fuerza o por decreto. Aunque lo más difícil e inteligente,  sí, ya es otra cosa.

Siempre la norma y el atavismo han sido infranqueables porque, cuando se intentaban trastocar o cambiar, entonces salía oportunamente el brujo, el «imán», el mesiánico, el inquisidor, el obispo, el autócrata, el censor, el dictador ideológico, el burócrata que seguía órdenes, etc., para hablar de falta de respeto…, de una sedición o de impiedad o de «corrupción».

Por eso, el respeto incondicional se ha transferido como un trasunto, como una manía, como una repetición automática de lo inviolable al igual que un animal salvaje ya recibe el instinto de marcar las lindes de su territorio, ésas, ésas que nunca se han de sobrepasar por nadie.

No obstante, aparte, instalado ya en el conjunto de los valores éticos -en este contexto- adquiere una digna justificación; lo que implica que alguien ha  comprendido su valor como un resultado, como un fruto de reflexión, no como un impulso, no como un sentimiento aislado equivocadamente tendencioso. Y, en tal sentido, respetar es una humilde sabiduría sobre lo que no se puede justificar en uno mismo ni siquiera en los demás: respetar es el no-consentimiento, el no-aprobar con las acciones precisas -no con la pasividad- lo que pueda ser injusto, con manipulación o sin ella, lo injusto aceptado contra la razón o contra un valor ético.

Luego, el respetar no se deducirá nunca del truco de ciertos sofismos o seudo-silogismos: «Si la Revolución Cubana respeta la equidad; con eso, respeto todo lo que haga la Revolución Cubana», «Si EE.UU. es una democracia y la democracia es el mejor sistema político de los posibles, en consecuencia EE.UU. no puede equivocarse» o «Si las armas de los terroristas solo son las que causan terror, pues, jamás nuestras armas causarán terror».

Bien, ése respeto ético que se asume ya con coherencia de razón siempre será un útil ejercicio de la libertad, pero habrá de «herir la sensibilidad» por obligado de aquéllos que imponen la sinrazón o la injusticia o matan o engañan… si quiere uno no engañarse a sí mismo; puesto que nuestra capacidad de comprensión no puede estar enceguecida o paralizada ante lo indignante o ante lo peyorativo; aún más, no puede impedir por impedir alguna protesta o alguna crítica para dejar en claro o contrastar qué es lo despreciable en cada caso.

Tened en cuenta que tan sólo la razón o el conocimiento, eso que es propio del ser humano o debería serlo, ha herido a las sociedades que nos han precedido -también a ésta-; y les hería tanto que eran capaces -los que la representaban- de perseguir o, incluso, de matar por ello. No soportaban el conocimiento o la libre expresión. «La divina comedia» de Dante, «Las cartas persas» de Montesquieu, «Las cartas marruecas» de Cadalso, «Las flores del mal» de Baudelaire -o los escritos renovadores en general- herían a los más reaccionarios, a los más «guapos», a los que menos querían que algo cambiara de cada época. Sin duda, fue así, el conocimiento herirá siempre a los retrógados.

Dejémonos de malos cuentos. «Herir la sensibilidad» (a sabiendas de que Jesucristo la hirió muchas veces) será tan necesario mientras existan mentes cerradas contra la comprensión de unos valores en su conjunto; a no ser que se haga gratuitamente, algo que es no menos que estúpido. A los injustos siempre les molestará o les herirá que le digan que son injustos.

Y sobre la crueldad: se debe especificar tal o cual y «justificar» o comprender las expresiones «de los que la reciben». Sin tapujos, las cosas no es que tengan una parte positiva y otra negativa para que sean aprobadas a ciegas, sino que a unos les afecta y a otros no (se alían con ella o, al no indignarse, no la sienten).

Pero ha de decirse siempre todo lo que ocurre por… dignidad de reconocerles las injusticias a aquellos que la reciben. ¡Eso!, y solo te respetas a ti mismo cuando dejas de tener un respeto vendido o incondicional.

En suma de decencia, solo se puede respetar con condiciones éticorracionales; y otra cosa u otro rollo venido por doquier es manipular.

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