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El PP ya compra cualquier basura ideológica

El caso de la predicadora de Usera demuestra que el partido ha dejado de ser un proyecto serio y coherente para convertirse en una prodigiosa y formidable maquinaria populista

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análisis

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Ya tenemos información y datos suficientes como para poder adjudicarle a Borja Sémper el título de comemarrones oficial del Partido Popular. ¿Qué es un comemarrones? Muy sencillo, alguien a quien le encargan las misiones más difíciles y letales, un soldado disciplinado al que envían a morir al campo de batalla, un torero que se enfrenta a un miura imposible de torear. Todo eso y mucho más es el bueno de Borja.

Cuando el voxista Gallardo Frings quiso poner en marcha su nauseabundo protocolo antiabortista en Castilla y León, el portavoz de campaña popular tuvo que salir con la manguera para apagar el incendio. “La posición del PP nunca ha sido esa. Yo no voy a entrar en disquisiciones en relación al aborto”, dijo echando balones fuera. Y hace solo unos días, cuando Mañueco obsequió con una soberana peineta a una procuradora socialista en la Asamblea autonómica, la gran esperanza blanca del conservadurismo moderado español se limitó a decir que no hay que hacer esas cosas porque está muy feo, invitando al presidente regional a que explicara mejor su butifarra.

Ayer, después del esperpéntico espectáculo dominguero que dio el partido al subir a su escenario a una telepredicadora evangelista, durante un encuentro con la comunidad latina de Madrid –un auténtico bochorno recogido por toda la prensa nacional e internacional– el portavoz de campaña tuvo que volver a salir a poner paños calientes. “En los actos se da voz a personas que no son del PP. Nadie les preguntó lo que iban a decir”, se justificó tratando de restarle importancia al hecho en un fantástico ejercicio de malabarismo político. De alguna manera, Sémper vino a decirnos que un mitin o evento del Partido Popular es un acontecimiento abierto al público, total libertad, y cualquiera puede subirse al entarimado, agarrar el micro y soltarle su rollo al respetable o cantar una ranchera. O sea, que hoy ha sido Yadira Maestre, la predicadora de Usera que propala nefastas ideologías chamánicas como la curación del cáncer mediante la imposición de manos y la fe en Dios, quien se arranca y toma la palabra en un acto del partido, y mañana puede ser una tarotista que echa las cartas, un vendedor de crecepelos, un ufólogo milenarista, un integrista árabe o un adepto de la secta Qanon de esos que creen en la existencia de un complot internacional de rojos que se beben la sangre de los niños. Cualquier iluminado que pase por allí y crea que tiene algo trascendental que comunicarle al mundo tiene entrada libre al púlpito, que nadie le va a decir nada. Lo ha reconocido el propio Elías Bendodo, a quien le parece bien que en los actos del partido participen no solo políticos sino personas anónimas de la sociedad civil, aunque se trate de una milagrera que vocifera a grito pelado eso tan medieval de que Dios la mandó curar cuando el médico llegó para matarla. Por fortuna, no todos los evangélicos son así, y la Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de España ya ha emitido un comunicado desmarcándose de esta señora.

Obviamente, la explicación de Sémper (remachada por Bendodo) no se sostiene, y no solo porque es absurda en sí misma, sino porque llega al reduccionismo simplista de que un partido no tiene por qué tener línea editorial ni programa ideológico definido. Según esa tesis populista, todas las voces caben siempre que representen a un lobby de peso (el latino lo es) con un buen granero de votos detrás capaz de dar la victoria en unas ajustadas elecciones como las que están al caer.

Ya no se trata de que en los últimos tiempos el Partido Popular haya virado hacia posiciones extremistas y ultras, que lo ha hecho, sino que ha mandado a la mierda el programa político, tirándolo por la ventana, para convertirse en una especie de prodigiosa y formidable máquina de captación atrapalotodo, un poderoso imán o atractor de grupos de presión que no pregunta a nadie si es de derechas o de izquierdas, ateo o beato, vegano o carnívoro, taurino o animalista, masón o mediopensionista. El PP emite en una frecuencia monótona para todo aquel oyente que quiera escuchar y ha dejado de ser un partido con principios, valores y coherencia política conservadora para convertirse en una especie de bazar que va comprando idearios, con independencia de lo abracadabrantes que puedan llegar a ser, con tal de que vaya bien en las urnas. Desde ese momento, el gran sueño de Fraga de construir un partido serio y articulado capaz de reunir a las derechas españolas ha terminado en una cosa rara, un circo friqui, una especie de barraca o feria populista demagógica que acoge al primero que pasa por allí, por muy lunático que sea, y le da un altavoz político y mediático.

Lo peor que podría pasarle al todavía primer partido conservador español es transmitir la sensación de que ha devenido en una especie de gallinero ruidoso o concurso Got Talent que ofrece cancha y una oportunidad de éxito a cualquier visionario o alumbrado que se cree Donald Trump, Bolsonaro o Giorgia Meloni. De ahí a que el PP termine como un enloquecido psiquiátrico donde todos ejercen de Napoleón, pero nadie manda en realidad, hay solo un paso.

La anarquía libertaria ultraconservadora está en los genes del trumpismo que Feijóo ha abrazado ya descaradamente en su febril competencia con Vox. Hoy mismo, Espinosa de los Monteros le ha afeado al PP que ellos no necesitan organizar saraos electoralistas con la comunidad latina cada cuatro años porque se trata de trabajar “día a día” con los hispanos de los barrios pobres de Madrid. Buen rejonazo del portavoz voxista, a ver qué dice ahora Borja Sémper. Lo va a tener muy crudo el portavoz del Partido Popular que en 2020 abandonó la política, asqueado y al no sentirse representado por nadie. Ejercer como comemarrones oficial de un partido ingobernable donde todos improvisan sobre la marcha e imponen su sello personal al proyecto no debe ser tarea fácil. En una de estas, tira la muleta, resignado ya, y se vuelve para Guipúzcoa otra vez.

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