Sorprende la facilidad con la que en este país se fisgonea en la miseria del pobre mientras las riquezas del poderoso quedan impunes y a buen recaudo. Y también llama poderosamente la atención cómo los políticos de las derechas españolas emplean sin pudor, y con descarada hipocresía, la doble vara de medir. Es el caso de Pablo Casado. En las últimas horas el hombre anda excitado y eufórico tras conocerse que el juez Escalonilla de Madrid ha abierto una investigación exhaustiva para aclarar la financiación y las cuentas de Unidas Podemos. Casado ha visto el filón, el caso de corrupción definitivo que puede llevarlo a la Moncloa por fin y tras varios montajes y conspiraciones fallidas, y ahora pretende hacer creer a los españoles que la hucha solidaria de Podemos (en la que sus dirigentes metían el 15 por ciento de sus sueldos para fines benéficos) era una especie de clandestina Caja B del partido, una millonaria contabilidad paralela como la que manejaba el Partido Popular en aquella época, tristemente célebre, del tesorero Bárcenas.

Aunque en los tiempos que corren no se debe poner la mano en el fuego por nadie (y mucho menos por un político) cuesta trabajo creer que de ese fondo humanitario de Unidas Podemos el juez pueda sacar los miles de millones de euros que durante años pasaron por la caja negra de Génova 13, ni las cuentas en Suiza y otros paraísos fiscales, ni el entramado perfectamente organizado de empresas pagadoras que a cambio obtenían suculentos contratos a dedo con las administraciones autonómicas y ayuntamientos gobernados por el PP. Pero quién sabe, cualquier cosa puede ocurrir en esta España mágica, surrealista y medieval de la pandemia.

En cualquier caso, nada tiene que ver el asunto que investiga el juez con la prodigiosa maquinaria de corrupción que mantuvo a pleno rendimiento el PP durante décadas y que pudo haber evadido más de 80.000 millones de euros de los contribuyentes españoles, un dinero que ha dejado el país más tieso que una mojama. La corrupción popular fue sistémica y organizada, propia de una banda criminal, tal como quedó acreditado en la sentencia del caso Gürtel. Al lado de aquella monstruosa macrocausa que movía sacas y maletines por toda España y que llevó a cientos de cargos públicos y empresarios a la trena, la hucha de Podemos para fines solidarios es el cepillo de la iglesia donde caen cuatro perras herrumbrosas que no dan ni para el chaleco de Monedero ni para las birras que se reparten entre las bases durante los turbulentos Congresos de Vistalegre. En comparación con la corrupción institucionalizada, ultracapitalista y multinacional del PP, la hucha proleta y sindical de Podemos, caso de que haya algo raro en ella, es el dinero de plástico del Monopoly, el bote de “los chuches” (como decía Rajoy), una bagatela insignificante o chocolate del loro.

Sin embargo, Casado está exultante con el escandalillo que él pretende hacer pasar por el Watergate definitivo de la izquierda española, el asunto turbio que puede terminar por reventar el Gobierno de coalición. Y, tal como era de esperar, no ha tardado ni cinco minutos en exigirle a Pedro Sánchez que cese fulminantemente a Pablo Iglesias. La hipocresía es el colmo de todas las maldades, según decía Molière, y Casado es el líder de ese partido que nunca pidió perdón por su babilónica y vampírica corrupción y que jamás hizo dimitir a ninguno de sus 500 cargos públicos bajo sospecha, que fueron entrando y saliendo de los tribunales en los años más negros e infames de la historia reciente de nuestro país. Recuerde el sufrido lector cuando los escándalos del PP iban estallando, uno tras otro como bombas en un campo minado, y los políticos imputados seguían allí, eternizándose, agarrándose a la poltrona y apelando a su derecho sagrado a la presunción de inocencia, sin que Rajoy moviera un solo dedo, ni les pidiera cuentas o responsabilidades de ningún tipo, ni los apartara del carguete. Del defraudador Carlos Fabra dijo que era un “ciudadano ejemplar” y llegó a defender a todos sus inocentes corruptos mientras no fueran condenados por sentencia firme.

Pero por lo visto Casado tiene flaca memoria. “La Caja B exige el cese de Iglesias con la misma vara de medir de su moción de censura contra Rajoy de 2018”, ha escrito el presidente del PP en un tuit mañanero, en el que también ha calificado al líder de Podemos de “populista de ambición ilimitada” (como si él mismo no fuera ambas cosas). Casado debe tener mucho tiempo libre este verano y en lugar de presentar propuestas para que España pueda superar la pandemia se dedica a rebuscar en la hemeroteca y a colgar vídeos de Iglesias de hace años, como ese en el que el vicepresidente del Gobierno se dirigía a Mariano Rajoy y le decía aquello de “solo un incompetente no sabe qué ocurre en su partido”. En realidad, el máximo responsable de Podemos siempre marcó una clara línea roja a la corrupción política, superada la cual todo político enfangado debe presentar su dimisión: la apertura del juicio oral, un momento procesal que todavía está muy lejos en el asunto que investiga el juez Escalonilla.

Aunque de momento Pedro Sánchez se ha mantenido firme ante la ofensiva popular y no ha pedido la cabeza de su vicepresidente, Casado va a seguir dando la matraca con la huchita y los ahorrillos de los utópicos solidarios de Podemos hasta el 20 de noviembre por lo menos, fecha que el juez instructor ha fijado para que declaren los tesoreros y responsables de las cuentas de Podemos. El magistrado ha decidido tomarse el asunto con calma, lo que sin duda dará aire a la moción de censura que prepara Vox. Por cierto, el partido ultra ya está personado como acusación particular, accediendo al sumario contra Podemos, así que todo queda en casa.

Tenemos culebrón para rato, la prensa de la caverna nos va a meter la hucha de Podemos hasta en la sopa y hasta que los españoles terminen por tragarse la gallofa de que en esa austera alcancía comunista estaba todo el dinero negro de España, los 140.000 millones de las ayudas de Bruselas que van a repartirse entre los malvados socialistas y podemitas y hasta la fortuna inexplicable del desaparecido rey emérito.  

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