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El PP no puede dar ni una sola lección sobre derechos de la mujer

Históricamente, la derecha española siempre ha estado en contra de cualquier avance en la lucha por la igualdad

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análisis

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Resulta curioso comprobar cómo el PP se ha apropiado de la bandera de la defensa de la mujer en la polémica sobre la ley del “solo sí es sí”. Son maestros en la retórica hueca y el montaje y aunque nunca les ha preocupado el feminismo (es más, siempre se han mostrado contrarios a cualquier avance en este terreno) ahora se presentan como grandes adalides de la libertad sexual de las mujeres frente al malvado Sánchez y a la bruja Irene, que se han propuesto soltar a todos los violadores encarcelados en España. El relato no puede ser más pueril y cae por su propio peso.

No hay más que escuchar las majaderías que dijeron las mujeres del Partido Popular durante la Intermunicipal valenciana del pasado fin de semana, donde se rindió tributo a Rita Barberá, para entender que a esta gente la lucha por la igualdad de género le importa cero. Tres veteranas del partido como Luisa Fernanda Rudi, Celia Villalobos y Teófila Martínez reivindicaron “el feminismo del PP”, la paradoja del “feminismo liberal”, como dicen ellas, una declaración meramente estética que queda muy bien para no perder el voto de la mujer en campaña electoral pero que, si revisamos la historia de la derecha española, no deja de ser otra gran falacia. No es preciso remontarse a edades antiguas para entender que el conservadurismo político, religioso y empresarial de este país siempre ha subyugado a las mujeres. Ya en el siglo XIX, es decir, hace cuatro días, la reacción conservadora tras la Revolución de 1868 supuso un claro retroceso en la lucha por la igualdad. Hubo que esperar a la Segunda República para instaurar el sufragio femenino, por primera vez, en la Constitución de 1931. Le guste o no a Cuca Gamarra, aquella histórica conquista social se hizo gracias a que muchas dieron su vida en las barricadas siguiendo los pasos de líderes progresistas. Si la lucha hubiese dependido de burguesas, marquesonas, grandes de España y señoras bien de clases acomodadas, aquí la mujer todavía no podría votar.

El franquismo ya sabemos lo que fue, nacionalcatolicismo represor: la mujer en casa cuidando de la prole, cocinando y haciendo ganchillo; el hombre en el bar con los amigotes. Más tarde, con la llegada de la democracia en 1975, la derecha siguió enrocada en postulados del Antiguo Régimen. De hecho, el patriarca refundador, Manuel Fraga, prohibió cuestionar los grandes dogmas del Movimiento Nacional: patria, orden, Ejército, familia e Iglesia (según el catolicismo radical de aquellos días, que no dejaba de ser otro fundamentalismo talibán, la mujer debía someterse siempre a la autoridad del hombre). Y siguiendo las encíclicas del Vaticano, las instrucciones de la Conferencia Episcopal Española y las órdenes de la Congregación para de Doctrina de la Fe, Alianza Popular se opuso a la regulación del uso de anticonceptivos (más tarde aceptaron a regañadientes el condón y la píldora del día después, lo que les valió un tirón de orejas de los obispos). Todo ello por no hablar de las tesis de Ruiz Gallardón, que se vio obligado a aceptar el aborto para acatar las sentencias del Tribunal Constitucional, o sea por imperativo legal, aunque en su mente siempre estuvo abolirlo para dar satisfacción a los grupos ultrarreligiosos provida. Está claro que, cuando gobierna, la derecha hispana no hace nada por la igualdad de sexos y cuando está en la oposición lo torpedea todo.

Ante cualquier avance en la secular lucha social contra el patriarcado machista, el PP siempre ha estado en la defensa del poder masculino. Como nunca terminaron de romper del todo con el franquismo (ellos siempre fueron más de Sección Femenina que de movimiento feminista) tienen una grave tara en estas cuestiones. Aunque ahora vayan de modernos, el modelo de mujer esposa, madre y cuidadora dentro de la familia tradicional sigue estando vigente para ellos. Ultraliberalismo económico, cuestionamiento del Estado de bienestar, negacionismo de la legitimidad de la izquierda y lucha sin cuartel contra el feminismo real siguen formando parte de la agenda oculta de Génova 13. No lo dicen abiertamente, pero ellos también están librando su particular “guerra cultural” muy similar a la que ha puesto en marcha la extrema derecha española de Vox, el gran movimiento negacionista de la violencia de género. Están tan cerca en sus postulados machistas que ambos pactan fraternalmente, congenian y compadrean sin pudor en los diferentes gobiernos regionales bautizados acertadamente como “bifachitos” o “trifachitos” cuando Ciudadanos arrima el hombro. La reciente polémica sobre el protocolo sanitario antiabortista protagonizada por Gallardo Frings, el vicepresidente ultra que sostiene al Gobierno autonómico del popular Mañueco, ha sido la comprobación empírica de lo lejos que está el Partido Popular de proteger y amparar los derechos de la mujer. Aquello fue tan bochornoso y elocuente que no cabe añadir nada más.

Ahora el PP de Feijóo pretende liderar la defensa de los derechos de la mujer frente a Irene Montero y su ley del “solo sí es sí”, un texto legal que sitúa acertadamente el consentimiento de la mujer en el centro a la hora de demostrar que una relación sexual fue mutuamente aceptada y no forzada, abusiva o violenta. Pero, vistos los antecedentes, el dirigente gallego no está en disposición de dar lecciones de derechos de la mujer a nadie. Eso sí, el debate le interesa como forma de agrietar la coalición, de enfrentar a Unidas Podemos con al PSOE, de erosionar el liderazgo de Sánchez y de arañar unos cuantos votos más. No es feminismo, es electoralismo, que no es lo mismo. Los problemas de la mujer le aburren a Feijóo, como demuestra el hecho de que la cúpula directiva de su partido es casi íntegramente masculina (solo tiene dos colaboradoras en su directiva nacional, un bagaje muy pobre para alguien a quien estos días se le llena la boca cuando habla de machismo, de techos de cristal y de falsa igualdad). No sabrá tanto del tema cuando tiene a su militancia femenina encabronada porque a los despachos de arriba solo llegan hombres. El colmo del cinismo es que mientras ellos se erigen en protectores de la mujer frente a los violadores excarcelados, el alcalde de Madrid, Martínez Almeida, se niega a retirarle a Plácido Domingo (acorralado por las denuncias de acoso) la condición de hijo predilecto de la ciudada. Viva la coherencia y el feminismo liberal.

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