Detenido uno de los presuntos autores del atentado contra Vidal-Quadras en la frontera Colombiana
Detenido uno de los presuntos autores del atentado contra Vidal-Quadras en la frontera Colombiana

Corría la primavera de 1996, cuando José María Aznar conseguía una corta victoria sobre el socialismo de Felipe González. Para conseguir la investidura como presidente no tenía más remedio que recurrir a los escaños del nacionalismo catalán, entonces abierto a los pactos, al cual había vituperado de forma incansable por su cerrado apoyo al PSOE. Ese acuerdo se produjo y fue bautizado como el «pacto del Majestic», por el hotel en el que se celebrarían las reuniones entre populares y convergentes. Buena parte de las condiciones del pacto fueron conocidas en tiempo real y se asomaron después a las páginas del Boletín del Estado. Pero hubo alguna cláusula no escrita aunque no menos perentoria que acometería el flamante presidente del Gobierno popular sin apenas tardanza: en septiembre de ese mismo año, el máximo dirigente de su partido en Cataluña, Alejo Vidal-Quadras, verdadero azote de los nacionalistas catalanes, no presentaba su candidatura a la reelección y sería sustituido por Alberto Fernández.

Veinte años después, el PP de Mariano Rajoy, investido con dificultad como presidente del Gobierno y después de diez meses en funciones, se está viendo con problemas para la aprobación de los Presupuestos de 2017 que serán debatidos en los próximos meses. La colaboración de los socialistas para que pasara el techo de gasto no es previsible con las cuentas del Estado y resulta más que probable que el PSOE presente enmienda de totalidad a las mismas. El Gobierno necesitaría entonces, además de su socio Ciudadanos, al menos otros seis votos parlamentarios, cinco de los cuales previsiblemente provendrían del nacionalismo vasco.

 Dos parecen ser las condiciones de este acuerdo entre el PP y el PNV. Una de ellas tendría que ver con la fórmula de cálculo de las cantidades a pagar por las Haciendas Forales al Estado para el mantenimiento de los servicios que éste presta en los territorios vascos y que viene siendo conocido como «Cupo«, de acuerdo con las previsiones de la singularidad fiscal vasca -y navarra- del sistema independiente conocido como Concierto Económico.

 La segunda seria la retirada del ingente número de recursos presentados por el Estado respecto de diversas actuaciones de las instituciones vascas en abierto incumplimiento de la ley. Muchas de las cuales impulsadas por el entonces Delegado del Gobierno en el País Vasco, Carlos Urquijo.

 Pues bien, hace muy pocos días, el treinta de diciembre de 2016, el Consejo de Ministros acordaba el nombramiento del popular Javier de Andrés como nuevo Delegado del Gobierno en Euskadi, procediendo en consecuencia al cese de Urquijo.

 Carlos Urquijo ha sido un celoso defensor de las competencias del Estado en el País Vasco; ha defendido el principio de legalidad y el cumplimiento del Estado de Derecho y se ha encontrado siempre del lado de las víctimas del terrorismo, tantas veces abandonadas a su ingrata suerte por partidos y gobiernos más allá de las proclamas verbales y de los llantos de las plañideras. Urquijo era un oasis de compromiso allí donde las dejaciones de todo signo ocuparon su lugar.

 Ahora como antes el Partido Popular ha abandonado a una de sus mejores gentes. Hace diez años lo hacía con Vidal-Quadras abriendo con ello una herida de muerte al centro-derecha español en Cataluña del que no se ha podido recuperar desde entonces. Con Urquijo no ocurrirá lo mismo porque ese abandono ya se había producido en julio de 2008, cuando María San Gil dejaba su puesto al frente del PP Vasco. A partir de entonces este partido ha mantenido un comportamiento electoral en permanente retroceso que lo ha llevado a la práctica irrelevancia en que se encuentra ahora.

La dejación popular respecto del nacionalismo en las dos Comunidades Autónomas más reivindicativas de España -Cataluña y Euskadi- ha tenido tiempos diferentes y protagonistas distintos, pero todos ellos se han basado en la misma razón de existencia: el cambio de cromos, unos votos nacionalistas como justificación para la pérdida de identidad del centro-derecha en esas regiones.

Con Alejo Vidal-Quadras iniciaría Aznar el viaje al desdibujamiento del PP en Cataluña, con Urquijo concluye Rajoy esa misma operación en Euskadi. Lejos ya de sus puestos, los nombres del catalán y del vasco encarnan la dignidad y son objeto del respeto de correligionarios y adversarios. Los de quienes los cesaron, a pesar de sus aparentes discrepancias, nos dejarán al contrario el recuerdo del oprobio.

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