Se está meando “Monkey” Hamilton durante la rueda de prensa posterior al Gran Premio, pero aún no puede levantarse, ni tampoco dejar que el chorrito salga por la pata abajo. Esto es un circo y no un zoo.
Momentos antes el animalito se ha quejado de que los domadores no le han dado con el látigo lo suficientemente fuerte a su compañerito de pista. “No se puede dar saltos tan altos cuando en las pantallas de televisión se vuelve todo amarillo”.
-Por supuesto que no se puede- corea guardándose los dientes en el bolsillo el gentil Ricciardo a quien los patricinadores están convencidos acabarán consiguiéndole un mono blanco (me refiero a un uniforme, no al animal mono) sólo manchado por la marca de un dentífrico de renombre casi tan grande como el monto de sus cuentas en países variados y diversos.
Bala el corderito Rosberg, con el que ambos se están metiendo porque el juez le ha favorecido:
-Profe, profe, ha sido él, se lo juro. Usted no lo ha mirado bien, no lo ha visto.
El corderito Rosberg, repito, bala, y sonríe medio contento. No ha ganado la carrera pero al menos ha tocado las pelotas a veinte dedos (los pies también cuentan) a sus rivales y en especial a su compañero. Y además ya le han confirmado que van a ser ingresándole en el banco 40 millones de euros cada añito. Por esa pasta ¿quien no se deja dar por el orto hasta que se lo dejen como un abrevadero de patos sin perder la sonrisa en ningún momento?
Y así es el circo, señores. El Circo de la Fórmula1, el Gran Circo de la Momia Ecclestone. Entretenimiento, mentiras, latigazos y gritos camuflados de normas de todo tipo; y sobre todo como en todo circo que se precie animales emputecidos con tanta comida-dinero que pierden la fiereza que hizo los cazadores se fijaran en ellos.
Fernando Alonso, el karting, aún algo en el joven Max… los últimos vestigios de que estamos viendo, aunque sea domesticados, animales salvajes que fueron maravillosos, auténticos, incontrolables por nada ni por nadie; al menos durante un momento.
