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El Planeta y los años 60 en Los Andes

Jorge Zavaleta Alegre (Lima)
Jorge Zavaleta Alegre (Lima)
Corresponsal en Latinoamérica
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análisis

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EL PLANETA periódico que nació en 1962, en Caraz, pequeña ciudad de los Andes de Sudamérica, que en 1970, vivió muy cerca del sismo más fuerte de la historia Regional con 70 mil personas enterradas bajo el lodo y las piedras que se desprendieron de los nevados, y en Ecuador, Panamá y Perú se dieron pasos para acabar con latifundios en manos de un puñado de familias europeas.

El Planeta estuvo muy cerca de los gritos y signos radicales de esa década, cuando jóvenes y movimientos estudiantiles, junto a artistas, trabajadores, intelectuales y científicos, tomaban las calles, y en muchos de ellos latían emergentes sensibilidades.

Los fundadores Hernán E. Osorio Herrera e Isaías Zavaleta Figueroa, crearon espacios para los emergentes movimientos contraculturales de los sesenta como surgen ecologistas; feministas contemporáneas; las organizaciones en pro de la tolerancia, la aceptación de las identidades y diversidades sexuales, culturales y étnicas; los primeros signos de una nueva economía y la actitud cultural de la individualización y el desarrollo personal.

La capacidad de imaginar (“la imaginación al poder”), fue una de las consignas símbolo de Mayo – 68 fue acosada por el poder de la propia modernidad que, en última instancia, era la cuestionada. Las culturas indígenas del mundo se empezaron a reencontrar consigo mismas, luego de siglos de un triste, sumiso y violentado pasar en un mundo que les era ancho y ajeno.

Hasta los años sesenta, los viejos eran objeto de un respeto frío y de una suerte de desprecio no explícito. Su incapacidad para participar en los procesos productivos, los convertía lisa y llanamente en población inútil y pasiva. Los viejos eran sólo aquellos que vagaban cerca de la muerte. Serán los jóvenes los principales protagonistas de hechos culturalmente claves de esos años. Animaron el Mayo del 68, en Paris, en Praga, en California, en México y en Chile…

La Iglesia Católica, inicia su propio proceso histórico de asimilación del fin de la modernidad y del inicio de una nueva época. Entre 1962 y 1966, el Concilio revolucionó a la Iglesia. En los años sesenta, en el Pentágono se realizaron los primeros ensayos y experiencias de interconexión de computadores en red, orientados a la defensa militar, pre-configurando así a la actual red Internet. Paradójicamente, fuimos a conquistar la Luna y terminamos descubriendo la Tierra, rezan múltiples libros de la época.

En este espacio, El Planeta abordó el latifundio como una negación del desarrollo. Fruto de esa etapa es la crónica contestaria de Isaías Zavaleta Figueroa, miembro activo de ese medio, complementado con Radio Claridad Radio – RCC, que en el Siglo XXI sigue vigente utilizando internet, como las palomas mensajeras fueron el anuncio de esta modernidad productiva.

LA TOS DE LA INJUSTICIA por Isaías Zavaleta Figueroa.

Perú-Caraz, 16 Febrero 1917- Trujillo, Enero 2016. Esta es parte de la Historia Escrita de un país, que en el siglo XXI ha sido atrapado por la corrupción con cuatro presidentes condenados por la Justicia, pero ningún empresario ni banquero que entregó dinero para fines ilícitos se le incluye en procesos judiciales:

Tosía sin cesar, con esa tos que trata de arrancar aún las propias vísceras; tos seca que golpea tenazmente los pulmones; tos que sonaba en toda amplitud de la mísera alcoba…tosía Pancho Prieto, el trabajador de las minas de carbón del señor Julián Méndez.

Cuando me acerqué a su puerta vi que solo una mujer escuálida y andrajosa le sujetaba la cabeza. Cada vez que el terrible acceso de los tos, desgarraba el cuerpo endeble y moribundo de Pancho.

Al verse, éste se cubrió el rostro con el poncho negro y sucio que tenía, y su voz gangosa dijo a su mujer: Cierra la puerta María, no quiero que nadie se entera de mi desgracia, quiero morir, morir solo que nadie se entere de mi desgracia, solo como fui en el mundo sin la protección de nadie.

María se levantó justamente, y por más que quiso   convencer a que yo quería hablar sobre el estado de la salud de su marido, ella me cerró la puerta con violencia. Comprendí entonces que aquella pareja no solamente tenía vergüenza de su desgracia sino que protestaba con odio la presencia de cualquier hombre.

– Pero   ¿qué tonterías cometí al quererme inmiscuirme en la tragedia de este tísico?, dije para mis adentros al sufrir aquel desaire, dije para mis adentros al sufrir aquel desaire… Y mientras mil preguntas y respuestas e imprecaciones me hacía junto a aquella puerta, una augusta voz emergió de lo recóndito de mi mundo interior, cuyos términos los puedo resumir: El hombre que ve sufrir a otro y no lo auxilia es un verdugo más que esgrime el dardo de la indolencia sobre la humanidad desdichada.

Este grito de mi conciencia me liberó de mi perturbación en la que me hallaba y haciendo un esfuerzo supremo para liberarme de mis pesadillas egoístas empujé la puerta y penetré con energía al interior de aquel cuartucho infestado de los bacilos de Koch.

¡Miserable!, abusivo, ¿qué deseas aquí?, ¿Quieres tú también a mi esposo para que trabaje en tus minas como ha hecho don Julián?, añadía   María.

– Señora, no vengo a llevar a Pancho, vengo a saber cómo se siente, deseo contribuir en su curación, déjeme contribuir en su curación, déjeme contribuir, déjeme hablar, tengo mucha pena que su mal prospere pudiendo ser curado a tiempo, no vengo con odios ni con burlas, quiero compartir con ustedes lo que la justicia y el derecho demandan para todos los seres humanos sin distinción de clases. Así respondí a María.

Al escuchar la suavidad de mi voz y la benignidad de mis expresiones modificó su actitud defensiva para cederme asiento, sobre adobes rotos, que constituían los únicos muebles de la habitación.

– Panchito Prieto, descubro querido hermano. Vengo con la única finalidad de ayudarte; deseo que seas feliz como otros hombres, llevarte a un lugar donde puedas recuperar tu salud. Sin quitar el sombrero que cubría la cabeza le contesté suavemente.

¡Qué diablos quiere aquel hombre! Tal como don Julián hace dos años con la persona que yacía grave con una terrible pulmonía le llevó a un hospital y corrió con todos los gastos de mi curación, y cuando salí presentó la enorme deuda que yo tenía por el servicio.

Entonces para pagar aquella suma tuvo que tenerme encerrado día y noche, sin máscara que me protegiera. Y saqué tonelada tras tonelada de material negro, junto con otros deudores como yo. Muchas noches las pasé tomando solo agua y cancha (maíz tostado). Así pagué toda mi cuenta. Pero nunca me liberó del trabajo siempre tuve que sacar fuerzas hasta que un día me dijo vete de aquí: «Por ocioso y flojo vete de aquí, para nada sirves ni para pagar tu cuenta».

Todos ustedes los encorbatados leídos, los que visten de casimir,   que tienen plata sienten compasión por los pobres: solo quieren matarnos en trabajos forzados para que vivan ustedes holgadamente.

Le contesté que un caso particular que le ha sucedido con el señor Julián haces extensivo a todos los hombres que somos malos y enemigos de los pobres.

Yo soy un joven que he sufrido como tú las prisiones en el noble propósito de   estudiar más, de tal manera que mi presencia no obedece a un sentimiento experimentado en carne mía que se identifica con la tuya.

¡Me permites un instante para abordar tu problema! Porque tus hermanos del sufrimiento te necesitan para luchar en la conquista de nuestros sagrados derechos humanos, que hoy por hoy son el privilegio de unos cuantos individuos dueños de nuestra riqueza ingente.

– Le digo a Ud. señor que no necesito de nadie en estos instantes porque estoy resuelto a morir antes que soportar por más tiempo el hambre y la miseria en esta injusta sociedad donde todos como ustedes quieran vivir del sudor ajeno. ¿Dígame, es cierto o no que los minerales que se llevan los extranjeros es el producto extraído por las manos de nosotros los indios? ¿No es cierto que los manjares que se pierden en las mesas de ustedes es el fruto inagotable del sudor de los campesinos, que nunca aprovecharon el producto de su propio trabajo?…..

El pretexto de luchar en bien del indio ustedes buscan más de nuestras energías para servirse finalmente con el objeto de trabajar menos o   nada pero gozan de la vida hasta la saciedad. Para continuar viviendo así, soportando toda clase de abusos y explotaciones, mejor que los gusanos aprovechen de mis carnes, y mis huesos se conviertan en polvo,   para que recorran con el viento por el mundo azotando la   cara sanguinaria de todos los injustos de la tierra, de todos aquellos que hacen llorar a mis madres, esposas, hijos y mujeres desheredadas de la suerte.

– En forma muy equivocada te expresas Pancho. Todos no somos así. Si bien es cierto que muchos hombres se sirvieron del sudor ajeno para gozar en esta vida, también hay hombres que dan su vida entera en bien de los demás.

– Pero esos beneficios jamás he recibido de nadie pese a que he recorrido mucho.

– La mala suerte te ha acompañado para que no hayas podido apreciar las bondades de algunos. Por lo que a mí me toca, conozco a hombres que vienen enseñándome en la Universidad donde estoy estudiando, la Facultad de Derecho, que son algunos de entera confianza y que pregonan la justicia a todo costo.

Lástima que todo estudiante tiene ese sentimiento en teoría, pero tan luego se recibe en la Universidad se olvida de aquellas enseñanzas, y en lugar de defender la razón defiende la «sin razón». Te digo asimismo porque el pobre, el cholo, no tiene justicia alguna en ninguna parte porque   no tiene recursos para pagar la defensa.

Antes que continuara hablando, un aterrador acceso de tos ahogó   su voz y sucesivas bocanadas de sangre comenzó a arrojar…ya no pudo hablar más, pues a pocas horas   con el espíritu contrito hice los trámites necesarios, junto con María, para guardar los restos en el cementerio…..

Conseguí que cuatro obreros ancianos cargaran el cuerpo rígido de mi personaje. La esposa, yo y un perrito fuimos los únicos acompañantes, mientras una lúgubre nota de compasión lanzaba aquel fiel amigo de la casa cuando íbamos en pos del Campo Santo.

María puso en la cabecera de Pancho un ramo de flores de retama, y después de llorar profundamente dijo adiós a los restos de su amado y musitó «gracias señor por todo lo que ha hecho, que vuestra acción me da confianza en que hay hombres que pueden extendernos la mano sin permitir que caigamos en las manos de la minería y de la injusticia.

Caraz, 4 de Marzo de 1962.

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