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El plan 2050 está muy bien, pero que no se olvide Sánchez del hambre de los españoles de hoy

En un artículo para El País, Iván Redondo cree que el presente ya no se puede cambiar y apuesta por transformar España en treinta años

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análisis

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Iván Redondo, el arúspice de Pedro Sánchez, cree que España debe empezar a pensar en el horizonte 2050 para hacer realidad las reformas estructurales necesarias que nos permitan salir de la grave crisis institucional, económica, social y política que padece la nación desde hace años. Lo cual que el Gobierno ya piensa en planes quinquenales, en clave de futuro a largo plazo, para cuando todos estemos calvos.

En un artículo firmado en el diario El País, el gurú del sanchismo hace suyo el reto del Gobierno de coalición de modernizar España y relata cómo se ha trazado desde Moncloa el croquis de la España que está por venir. Por lo visto, fue Sánchez quien reunió a su equipo de gabinete de Presidencia y les pidió que interiorizaran una idea fuerza: nuestro país se está quedando atrás respecto a las demás democracias europeas y es preciso que se coloque en la casilla de salida de la recuperación una vez superada la pandemia. En una palabra: modernización.

Así nació el proyecto España 2050, un desafío de futuro en innovación, transición ecológica y desarrollo económico que, tal como el propio presidente dijo a sus más directos y estrechos colaboradores, “conseguirlo no será fácil, pero no es imposible”. Bajo esa premisa, en enero de 2020 el presidente constituyó la Oficina Nacional de Prospectiva y Estrategia, un organismo que a Iván Redondo le recuerda mucho a aquel Instituto Nacional de Prospectiva que en su día, allá por 1976, puso en marcha Adolfo Suárez para tratar de sacar al país del pozo ciego en el que se encontraba.

Obviamente, los problemas de una y otra época son diferentes, como también las circunstancias históricas y sociales. La España de Suárez venía lastrada por el franquismo, el atraso secular de su industria, el paro, la crisis galopante, el ruido de sables y el terror etarra. La España de Sánchez se ve afectada por los estragos de una pandemia mundial sin precedentes, el cambio climático, el reto de la digitalización, el envejecimiento de su población, la cohesión social (España se sitúa a la cabeza de los países occidentales en precariedad laboral y desempleo) y la excesiva dependencia de un modelo productivo cimentado en el turismo que se ha quedado obsoleto.

Pero salvadas las distancias entre uno y otro momento histórico, Sánchez tuvo claro desde el principio cuál era el camino a seguir: investigación científica, ecología y acometer las reformas estructurales necesarias para dejar atrás la España averiada y caduca del siglo XX, lanzándola de lleno al ultratecnologizado e inquietante siglo XXI con sus robots, su inteligencia artificial y la amenaza de los nuevos virus.

Según cuenta Redondo en su artículo para Prisa, la idea del Gobierno, el New Deal a la española, es trabajar a largo plazo, tanto como de aquí a treinta años, y ahí es donde surge la primera gran cuestión: ¿está España preparada para soportar tres décadas de travesía en el desierto, de duras reformas, de drásticos cambios, de reciclajes, de transformaciones, hasta llegar al edénico paraíso prometido de la economía verde y humanizada que nos propone Sánchez? ¿O por el contrario, el horizonte de prosperidad y futurismo a varias generaciones de españoles de hoy les queda ya demasiado lejos?

Iván Redondo cree que “solo el futuro puede ser modificado y es en el futuro donde viviremos el resto de nuestras vidas”

Para Redondo y su nueva escuela de modernos krausistas, la respuesta está clara: el pasado y el presente ya no pueden cambiarse, “solo el futuro puede ser modificado y es en el futuro donde viviremos el resto de nuestras vidas”. Lamentablemente, como decía Paul Valéry, el problema de nuestro tiempo es que el futuro ya no es lo que era y nadie sabe qué futuro nos espera, en el caso de que haya futuro.

Pero pese a todo, Sánchez y sus brillantes guionistas del relato de anticipación (todos ellos optimistas por naturaleza quizá porque tienen el porvernir más que asegurado) nos emplazan directamente a un mañana lejano, un más allá de los tiempos, una frontera de medio siglo a la que muchos españoles no llegarán sencillamente porque se habrán ido para el otro barrio, bien por viejos, bien por las plagas que nos acechan o por la miseria que cada día es mayor y ya nos corroe por los pies.

El valle prometido

El español de hoy mira a ese futuro incierto, ese futuro redondo que nos promete el avezado gurú de Sánchez, con miedo y desánimo, no solo porque no sabe lo que va a comer mañana (mucho menos de aquí a treinta años), sino porque la derecha autoritaria va ganando terreno en todo el mundo y el capitalismo salvaje –el de toda la vida, el que lleva siglos machacando al ser humano–, sigue arrasando e imponiendo su nefasta ideología de insolidaridad, barbarie y ley de la jungla. La izquierda necesita rearmarse y ofrecer soluciones concretas para hoy, para ya mismo, porque de lo contrario lo nazi triunfará de nuevo.

El dúo Sánchez/Redondo nos pone una fecha mítica para alcanzar la felicidad como aquella vieja promesa de 1992 que nos hizo Felipe González y que sirvió para que algunos se forraran a gusto y poco más. Hace 30 años el felipismo nos ofreció ser los alemanes del sur y ahora Sánchez nos propone que en 30 años todos tendremos un coche híbrido o volador en el garaje, frondosos bosques para que las ardillas crucen el país de árbol en árbol (como en los tiempos de los romanos) y ni un solo pobre con cartela sin una renta básica para poder subistir.

Vender el humo de las placas solares y el mito de la renovación verde y tecnológica para dentro de tres décadas está muy bien por lo que tiene de intento de superación de una España agotada y trasnochada que se ha venido abajo por lo de siempre: por la corrupción de sus caciques políticos, por unas élites empresariales y bancarias despiadadas y por una monarquía trincona.

Pero más allá de utopías que solo verán los más jóvenes (y con suerte) no podemos cerrar los ojos a la triste realidad que supone que este país no puede esperar, no ya treinta años, sino treinta días más. Los ERTE se acaban, la temporada turística puede irse al garete si los ingleses nos cuelgan el sambenito de país apestado, los dueños de los bares y hoteles se desesperan, las ayudas sociales son exiguas (llegan cuando llegan) y el paro se dispara.

Tratar de construir la España de ciencia ficción del 2050, la de los ríos y mares cristalinos y un aire puro que alimenta, es un objetivo tan loable como inaplazable, pero entre tanto el español, que es de natural indómito, impaciente y cainita, tiene la mala costumbre de comer y de odiar a sus gobernantes. Ya hemos visto en qué termina una sociedad encolerizada contra quien no le da el pan nuestro de cada día. En una muchachita folclórica o diva como Isabelita Díaz Ayuso que canta como nadie la copla del populismo y la demagogia.

Dice Iván Redondo que “no se trata de adivinar el futuro porque nadie tiene, ni en política ni en la vida, el algoritmo del éxito”. Pensar en el futuro es justo y necesario. Pensar en sacar al país de la decadencia posindustrial y el atraso secular es imprescindible. Pero que no se olvide el Gobierno de que antes del futuro está el presente y antes de llegar al valle prometido, o sea el Silicon Valley a la española, está el sagrado y diario plato de lentejas.

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