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El papel del tutor; un niño, infinitas opciones

Andrea Vinyamata de Gibert
Andrea Vinyamata de Gibert
Project Manager & Social Media Manager. Articulista en Diario16. Líder Coach. RRHH y formación. Presentadora de conciertos y eventos. Experta Universitaria en Redes Sociales, Marketing y Contenidos. Estudios en psicología.
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análisis

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Ha llegado el verano. Los colegios cierran puertas, y las playas y piscinas las abren. Los niños, emocionados, esperan poder vivir dos meses plagados de buenos momentos, de juegos y de mucho sol. Unos tendrán ese privilegio, y otros no… Y de igual forma, el curso que ya finaliza, para unos habrá sido una bonita experiencia, un año más de aprendizajes, amigos, aventuras y descubrimientos, pero para otros muchos, habrá sido un curso duro, lleno de obstáculos, de dificultades e incluso de tristezas y fracasos. Los motivos para que el curso de uno de estos niños haya sido positivo o negativo pueden ser múltiples, pero hay uno de ellos, sobre todo cuando son niños de corta edad, que es fundamental; EL TUTOR O TUTORA. El hecho de que el profesor que lleve la clase tenga una forma u otra de tratar a sus alumnos, condicionará directamente la vida de los mismos. Si el tutor es cariñoso, empático, alegre y tiene los conocimientos adecuados para gestionar el grupo de pequeños que lleva, aumentan exponencialmente las probabilidades de que esos niños puedan llegar a junio con buen sabor de boca, y con ganas de repetir en septiembre. Si de forma contraria, el tutor se muestra frío, distante, injusto en ocasiones, o trata a sus alumnos de forma desigual, entre otras cosas, ese curso, e incluso la dinámica futura de algunos de esos niños, puede verse absolutamente condicionada.

Plantearé dos historias ficticias distintas, partiendo de la base de que, en general, los padres tienden a confiar en los profesores que atienden a sus hijos. En dichas historias, la tutora será distinta, y el alumno será el mismo. Se trata de dos historias paralelas, en las que sólo varía el papel, en este caso, de la tutora.

CRISTINA Y SU ALUMNO LUCAS. PRIMERO DE PRIMARIA:

Lucas es un niño de seis años. Se trata de un niño confiado, cariñoso, y lleno de energía. Empieza primero. Las emociones están a flor de piel, es algo inseguro y los primeros días de curso suelen ser los que más cuestan. Además, Lucas no siempre canaliza bien esa gran energía, y necesita que las personas que le rodean sepan gestionar sus emociones.

Cristina. Ronda los 35 años. El primer día se muestra cariñosa, tanto con alumnos como con padres. Pasan las primeras jornadas, y empiezan a llegar notas a casa a través de la agenda escolar. Cristina expresa que el comportamiento de Lucas no está siendo el adecuado. Sus padres empiezan a preocuparse, y a la hora de la salida le suelen pedir feedback de cómo ha transcurrido el día. Los mensajes de Cristina, en su mayoría, son negativos. Lucas se comporta mal, grita, no se queda quieto en la silla, está nervioso, molesta a sus compañeros e incluso, en ocasiones, les comenta a sus padres que Lucas ha pegado a alguno de los niños de su clase.

Lucas en casa empieza a mostrarse ansioso, también sufre momentos de agresividad, e incluso de extrema tristeza. No sabe expresar lo que le sucede.

Los padres de Lucas empiezan a pensar que están maleducando a su hijo. Aconsejados por Cristina, y por personas de su entorno que “juzgan” la situación, deciden emplear métodos más drásticos con Lucas, para marcarle bien los límites, y que así crezca enderezado, lo que creen que le llevará a ser un niño feliz y con una vida llena de buenas oportunidades.

Lo primero que se le pide a Lucas es que, cuando tenga una queja, no grite, e intente dialogar, no hable mal ni faltando al respeto, como últimamente sucede.

Cristina, en clase, cuando los alumnos están alborotados, grita, pega golpes en la mesa, y falta al respeto a algunos de ellos. Esto es algo que habitualmente le pasa con Lucas ya que, bajo su punto de vista, es un niño disruptivo que le estropea la dinámica de la clase. A menudo lo agarra del brazo y lo sienta bruscamente en la silla, en la silla de la mesa que tiene pegada a su propia mesa, la mesa que los otros niños interpretan como “la mesa de los malos”. Lucas lleva sentándose en esa mesa cuatro meses seguidos, solo. Sus padres no lo saben.

Por otro lado, Lucas es echado de clase prácticamente a diario. Cuando se pone excesivamente nervioso, Cristina lo manda a un aula a la que envía a sus alumnos por mal comportamiento, donde estos se quedan con otra profesora, que se dedica al refuerzo escolar. Lucas, entonces, interpreta que va al “aula de castigo”.

Los padres reciben cada día feedbacks más negativos. La educación en su clase se refuerza a través del castigo, y aunque sus padres piden refuerzos positivos para Lucas, con algo tan sencillo como dibujarle caritas contentas en la agenda cuando éste haga algo bien, la respuesta siempre es la misma; no encuentran el momento de dibujarle una cara contenta. No hace nada lo suficientemente bien.

Finalmente, Cristina recomienda el apoyo de un psicólogo externo para Lucas. Bajo su punto de vista, ella hace lo que puede, pero el niño tiene problemas que ella no puede controlar, porque van más allá de la responsabilidad de un profesor.

Entre otras cosas, a Lucas le diagnostican depresión.

MIREIA Y SU ALUMNO LUCAS. PRIMERO DE PRIMARIA:

Lucas es un niño de seis años. Se trata de un niño confiado, cariñoso, y lleno de energía. Empieza primero. Las emociones están a flor de piel, es algo inseguro y los primeros días de curso suelen ser los que más cuestan. Además, Lucas no siempre canaliza bien esa gran energía, y necesita que las personas que le rodean sepan gestionar sus emociones.

Mireia. Ronda los 35 años, y el primer día se dirige directamente a los padres de Lucas, para saludarlos afectuosamente y explicarles que Lucas va a ser un niño muy feliz con ella.

Pasan los días, y Mireia prácticamente no usa la agenda, ya que aprovecha la salida del colegio para explicar lo que sea necesario a los padres de sus alumnos. A través de la agenda llegan simplemente los avisos de excursiones, necesidad de cierto material escolar, y poca cosa más.

Lucas y Mireia se están conociendo, y cuando sus padres le preguntan qué tal ha ido el día, Mireia se suele divertir dando sus explicaciones sobre Lucas. Cierto es que se trata de un niño movido, al que le cuesta mantenerse siempre atento, pero Mireia lo considera un niño inteligente, con salidas y respuestas que a ella le resultan muy graciosas. Es habitual en ella explicar las travesuras de Lucas, y acabar diciendo que en clase se ha de girar, dándole la espalda, para que Lucas no vea su cara, porque a ella se le escapa la risa por las respuestas que éste a menudo le da.

Lucas es un niño que necesita mucho apoyo, ya que en ocasiones puede resultar disruptivo en clase. Es por ello que Mireia lo ha hecho encargado de las fotocopias, y cuando éste, por algún motivo, está algo más nervioso de lo habitual, le pide que vaya a fotocopiarle algo a secretaría, logrando que Lucas se sienta responsable, reforzando su autoestima, y rompiendo el bucle negativo en el que en ese momento estaba entrando.

Mireia, en vez de limitarse a la habitual reunión anual que se tiene con los padres de los alumnos, ofrece una media de una reunión cada dos meses a sus padres, para así poder reforzar todo aquello que a Lucas le resulta motivante, e intentar buscar la forma de que, aquellas dificultades que éste pueda sufrir, sean paliadas de la mejor forma posible. Mireia guía a sus padres, sus conocimientos sobre la infancia son amplios, y sus ganas de que sus alumnos, en este caso Lucas, avancen contentos y satisfechos en su día a día, son su prioridad.

Lucas llega constantemente con dibujos de caras contentas en su agenda. Cuando las cosas no le salen como debería, Mireia intenta manejarlo de la forma más atractiva y positiva para Lucas, provocando que la autoestima del niño se vaya viendo cada vez más reforzada, y éste se muestre cada vez más relajado en clase.

A menudo, Mireia abraza a Lucas y le expresa cosas muy cariñosas, le dice que le quiere, que confía mucho en él, que es un niño genial, y que el día que acabe el curso, lo echará mucho de menos. Lucas, bajo la luz de la inocencia de los 6 años, le pregunta en ocasiones a Mireia, si lo quiere tanto, o incluso más, que al propio hijo de ésta. Se siente muy querido. Lucas tiene el gran privilegio y la gran suerte de sentir que su tutora le quiere.

Lucas se muestra cada día más animado y seguro de sí mismo, piensa en el futuro, y se plantea a menudo cuál será su profesión de mayor. Ve la vida como algo bonito, llena de ilusiones que desea poder cumplir.

Acaba el curso. Mireia recomienda a los padres de Lucas algún refuerzo externo para ayudarle con ciertas dificultades que éste sufre, sobre todo en lo que a la atención se refiere. Será el ingrediente definitivo, tras un primero de primaria de mucho trabajo para Mireia, y de gran esfuerzo para Lucas, para cerrar esta etapa de la forma más exitosa posible. Lucas está feliz y se siente un niño fuerte y capaz de conseguir aquello que se proponga en la vida.

El último día de clase se despiden entre lágrimas. Lucas quiere que Mireia vuelva a estar con él en segundo de primaria. Lucas ya tiene ganas de empezar segundo.

UN NIÑO, UNA ESPONJA:

Los niños, como ya decían nuestras abuelas, son como esponjas. Las esponjas pueden absorber cualquier líquido, pueden absorber agua, lejía, zumo, amoníaco, caramelo, alcohol… La esponja se llenará de aquello que las manos que la manipulen le acerquen. La esponja, cuando sale de su envoltorio, es una esponja virgen, llena de posibilidades. Es una esponja que bien manejada, siendo correctamente enjuagada y lavada, puede mantener su color y su fragancia mucho tiempo. Pero si la esponja es expuesta a productos corrosivos, si no se enjuaga habitualmente, si se deja en agua durante días enteros, esa esponja se oscurecerá, su olor será desagradable, y ya no servirá como herramienta de higiene, sino todo lo contrario, podrá llegar a resultar incluso nociva.

Nuestros niños, nuestras pequeñas esponjas. Como padres, como profesores, como psicólogos, como abuelos, como médicos, como monitores, como familiares, como amigos, como padres de otros alumnos, como personas adultas que rodean a nuestros niños, tenemos la GRANDÍSIMA RESPONSABILIDAD de que lo que reciban sea agua llena de jabón, jabón que limpie lo que no se necesite, y haga brillar aquello que más bonito tengan. Como personas adultas, hemos de vigilar que nuestros niños, nuestras pequeñas esponjas, no absorban lejía, amoníaco, o cualquier sustancia que deteriore sus mentes, sus corazones o que quiebre sus almas.

UN NIÑO, INFINITAS OPCIONES.

                                                                                                            (Artículo dedicado a una de esas “Mireias”).

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